David Orozco de Gortari. Nacido en la Ciudad de México, hizo sus estudios de licenciatura en la Universidad La Salle y obtuvo el título de Ingeniero Mecánico Electricista por la Universidad Nacional Autónoma de México. Entre otras actividades extracurriculares, tomó un curso de metales en la Escuela de Artesanías del INBA.
Profesionalmente se desarrolló en la rama industrial. Participó, entre otros, en el programa OEA-92, para el fomento económico de comunidades indígenas en la Meseta Purépecha, en Michoacán. Participó en el Programa de Formación de Operadores de Maquinaria Agrícola para la preparación de tierras de cultivo y también en el Programa para el Rescate del Patrimonio Cultural y Artístico de los Ferrocarriles Nacionales (antes de su venta).
Actualmente explora el mundo de la literatura como vehículo para expresar inquietudes o reflexionar sobre la vida. Bajo la tutela del maestro Miguel Barroso Hernández, en el Taller de Escritura Creativa Miró; adquiere las herramientas necesarias para narrar sus propias historias.
Los fantasmas existen
Paco me tenía intrigado. Ya llevaba mucho tiempo con la mirada fija en la casona abandonada, que parecía haber salido de un cuento de brujas. No me atrevía a preguntarle qué estaba viendo, por temor a interrumpirlo; así que, en silencio, prudentemente, lo seguí observando.
Paco es un muchacho flacucho, de piel muy blanca —casi transparente— y grandes ojeras como las de los mapaches. Su tema de conversación, invariablemente, versa sobre aparecidos, espíritus y todo lo relacionado con eventos paranormales. Es un ferviente lector de libros y revistas esotéricas, lo que les da credibilidad a sus fantásticos relatos. Quizás, por ser tan raro, no tiene muchos amigos.
Recuerdo que era blanco de constantes burlas hasta el día en que, durante un partido de fútbol llanero, alguien del público le lanzó una bolsa con refresco. Los implicados en la broma comenzaron a reír. No sé si solo fue coincidencia, pero Paco, sin decir media palabra: volteó, alzo la mano y, con ademán de hechicero, hizo que los bromistas cayeran a un charco de lodo, bajo las tablas donde estaban sentados. Solo así comenzaron a respetarlo.
Y ahora, ¿por qué estaba absorto frente a la vieja mansión del barrio? ¿Qué tramaba? La familia que allí vivió, un día desapareció y los vecinos especulaban al respecto: “¡Se mudaron, sin decir ni adiós!” “Los desalojaron por no pagar hipoteca…” ¡Nadie sabía la verdad! La casona abandonada, con el tiempo, se había vuelto escalofriante. Las ventanas dejaban al descubierto las habitaciones desnudas, con algún que otro mueble desvencijado.
—¿Qué estás viendo? —le pregunté a Paco, porque ya no aguantaba la curiosidad y la respuesta me dejó helado:
—Es la familia Olivares —dijo, como si se tratara de algo normal, señalando a la ventana del antiguo comedor—. Todos los fantasmas sentados en su mesa.