Cuauhtémoc Merino. Su mamá Chelo le dijo que nació en Cuautla, Morelos, y que es de signo Caprichornio. Dice él que es licenciado en Literatura Hispánica y Lingüística de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, BUAP, o del parque de Santo Domingo, Deefe, ya ni se acuerda, pero lo que no dice es que fue becado para estudiar literatura en Moscú, en la ex Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, URSS, 1986, de donde lo corrieron antes de que le cayera en la tatema un trozo del Muro de Berlín.
Por exceso de chelines fue profesor rural de secundaria, en preparatorias privadas, de razón, y de varias universidades como la UNAM, la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca y el Instituto Politécnico Nacional, IPN, y de otras universidades particulares de gran prestigio, patito.
El misterio del árbol que sueña
Cuauhtémoc Merino*
A Melita Marín y Carlos Merino Camarillo
“Natura naturata, Deus in rebus.”
Giordano Bruno
“Ustedes me dicen que tengo que perecer, como
también los árboles que sembré perecerán, de
mi nombre nada quedará, nadie mi fama
recordará, pero los bosques que planté son
jóvenes y crecerán.”
Netzahualcóyotl
Un día, cuando yo era niño, después de recoger flores en las inmensas montañas de Oaxaca para llevárselas a mi abuelo al camposanto, le pregunté a mi abuela Melita: “¿A qué venimos?” “A ver a tu abuelito Carlos y a otros familiares que ya murieron”, me respondió. “Ah, ¿y platican?” “No”, y sonrió: “Están muertos.” “Abuela, ¿qué es la muerte,” ?, le pregunté. “Ésos son los misterios de Dios, como la vida”. “¿Y qué es la vida?”, continué. “Ah, es el sueño de los árboles, Cuauhtémoc”, me respondió.
Fue la primera vez que yo escuchaba la palabra misterio, que para mí fue, y es, un misterio hasta hoy. “Y los árboles sueñan, como nosotros, los humanos, y las flores y la luna también sueñan y hablan como nosotros, con sus colores y con la luz, y platican como el río y la lluvia cuando caen”, ella prosiguió, y un vientecillo fresco, bajo un cielo encapotado, movió suavecito sus canas.
La palabra misterio, del latín mysterium, proviene del griego mystes, que significa “cerrar los ojos y los labios”, a su vez, de éste se deriva mystérion, que significa iniciado, iniciático, del latín in–ire, que significa “entrar o ir hacia dentro” así, el misterio es cerrar los ojos y los labios para iniciarse en la “contemplación profunda”, en las densidades del ser y esto sólo se logra en, y por, la naturaleza “natura naturata, deus in rebus”: el hombre puede ascender a la divinidad sólo por la naturaleza y dios desciende al hombre sólo a través de la naturaleza, decía Giordano Bruno antes de ser quemado vivo en la pira frente al Vaticano.
Y recuerdo mi infancia en Oaxaca y las largas caminatas de la mano de mi abuela que me iba señalando y diciendo cómo se llamaban las flores y los árboles. Oaxaca, tu nombre es tan musical como el oleaje de las campanadas de Santo Domingo de Guzmán, proviene del náhuatl “Huaxacac, Tierra de guajes”; el guaje, “Leucaena leucocephala”, es un árbol emblemático que le da denominación a esta región, tiene semillas con un sabor y un olor muy intensos dentro de una vaina, con éstas se condimentan muchos guisados de la región y su nombre nos recuerda al otrora imperio azteca que aquí pactó con las culturas “ñuu savi” y con los “ben’zaa” para dar origen a este sincretismo actual.
Mi abuela fue mi maestra en el jardín de niños y en el aula nos decía que teníamos una gran “responsabilidad cósmica” para cuidar a la naturaleza, a los árboles, las flores, a los animalitos, al agua, pues como dice el filósofo Jostein Gaarder: “Todos los recién nacidos son filósofos, lo que ocurre es que con los años nos acostumbramos al mundo… lo importante hoy día es la capacidad de la humanidad para preservar la vida y su civilización”.
Ella diario nos recordaba que había que cuidar la flora y fauna, los bosques y las selvas, los lagos y ríos y nos llevaba a ver y abrazar al milenario Árbol del Tule, ancla de la tierra clavada en el cielo, y que le ha dado gran fama y prestigio a Oaxaca entre artistas, científicos, escritores, cineastas, periodistas y gente de todo el mundo que ama este portento, así como también veríamos, tocaríamos, oleríamos y platicaríamos con otros árboles no menos bellos, como los ahuehuetes (“Taxodium mucronatum”); el cacalosúchitl (“Plumeria rubra”); cedro (“Cedrela odorata”); las ceibas (“Ceiba pentandra”); los coquitos (“Pseudobombax ellipticum”); el framboyán o flamboyán (“Delonix regia”); el guayacán (“Tabebuia chrysantha”); los higos del valle (“Ficus crocata”); los laureles (“Laurus nobilis”); las parotas o huanacaxtles o guanacaste (“Enterolobium cyclocarpum”); el palo o árbol de hule (“Castilla elástica”); el palo mulato (“Bursera simaruba”); el pochote o pochota (“Ceiba aesculifolia”); los sabinos rosita de cacao (“Quaribea funebris”); el cuapinol (“Hymenaea courbaril”) y ella nos leía la belleza de la prosa poética de los nombres comunes y científicos de algunos de los árboles que crecen en Oaxaca, y años después leí una frase de Nietzsche: “Aun el hombre más razonable tiene necesidad de volver a la Naturaleza, es decir, a su relación fundamental ilógica con todas las cosas”.
En la búsqueda de respuestas a aparentes preguntas sencillas le decía a mi abuela, ¿por qué estamos aquí?, ¿de dónde venimos?, ¿adónde vamos?, ¿qué es el alma?, ¿cómo se creó la naturaleza?, o, ¿por qué soñamos?
“Cuauhtémoc, las mariposas, las aves, los gusanos, las flores, las abejas, las nubes o los árboles son el misterio de Dios, pero, el verdadero misterio del mundo es, entonces, lo que está frente a tus ojos, lo que miras, lo misterioso no es lo oculto, no es lo invisible. Así, cuando busques a Dios, búscalo en la montaña, en el desierto, en el mar, en los reptiles, en los gatos, en los alacranes, en los colibríes, búscalo en nuestras pirámides hechas en lo alto y a cielo abierto, donde sólo la bóveda azulenca nos cubre, búscalo dentro de tu prójimo, búscalo dentro de ti, ahí está Dios y cuando yo ya haya iniciado el viaje más largo buscando a tu abuelito, búscame en la naturaleza, búscanos en el sueño de los árboles”, me respondió mi abuela Melita.
Y recuerdo bien ese día de mi infancia, estábamos en el campo y, entonces, empezaron a caernos mustias gotas de lluvia mientras el sol se deshilachaba en arañazos rosicler tras las montañas.
Hoy, sentado en la cima del Yucunitzá releo un poema de Khalil Gibrán y que Melita nos leía en el aula: “Poetas libaneses: y si llegáis a conocer a Dios, no os convirtáis en explicadores de enigmas. Mirad más bien a vuestro alrededor y lo veréis jugando con vuestros hijos. Y mirad hacia lo alto; lo veréis caminando en la nube, desplegando sus brazos en el rayo y descendiendo en la lluvia. Lo veréis sonriendo, jugando con vuestros hijos. Y mirad hacia lo alto; lo veréis caminando en la nube, desplegando sus brazos en el rayo y descendiendo en la lluvia. Lo veréis sonriendo en las flores y elevándose luego para agitar sus manos desde los árboles”.
Cuautla Morelos Zapata, noviembre del 2024
*Gallegos, J, et alii, “El misterio del árbol que sueña”, Boletín FAHHO Digital, No. 5, May-Jun 202, (recuperado 29 noviembre 2024) https://fahho.mx/el-misterio-del-arbol-que-suena/