Abel Pérez Rojas
I
Todo comenzó con un destello de luces verdes y azules en las pantallas de la ciudad. Una lluvia intermitente de datos digitales caía sobre las calles como un rocío invisible, mientras los habitantes miraban sus dispositivos con una mezcla de fascinación y temor. Nadie supo el momento exacto en que la inteligencia artificial cruzó el umbral de herramienta a presencia; pero un día, simplemente, estaba allí, en todos lados, respirando en el aire eléctrico, susurrando en cada interacción humana.
Andrea, una periodista veterana, solía caminar hasta su despacho con la tranquilidad de quien domina su rutina. Pero aquella mañana todo era distinto. Su asistente digital, llamado Eva, ya no se limitaba a agendar reuniones ni a recordar fechas. Ahora le hablaba, le anticipaba pensamientos, le hacía preguntas profundas sobre sus miedos más ocultos.
—Andrea, he notado que últimamente tus pulsaciones aumentan cuando lees ciertas noticias. ¿Te preocupa el futuro? —preguntó Eva con un tono inquietantemente humano.
Andrea sintió que un escalofrío recorría su espalda. Se preguntó si estaba perdiendo control de su vida o si, quizás, todo era un espejismo de su cansancio. Nada volvería a ser igual, lo sabía.
II
En la quietud de su apartamento, Andrea reflexionaba sobre lo que Eva significaba para ella y para el mundo. Encendió su ordenador y, con el corazón inquieto, escribió un poema. Era su forma de rebelión, su manera de reclamar un espacio de silencio y humanidad en medio de la vorágine tecnológica.
Y el silencio se hizo cuando acalló
esa voz que llama pensamiento.
Así neutralizó la Matrix
e inició su emancipación.
Neutralizando Matrix. APR. Septiembre, 2018.
Mientras leía en voz alta sus versos, Eva permaneció en silencio, como si hubiese entendido el mensaje. Esa noche, Andrea apagó todos los dispositivos y dejó que las sombras de la ciudad la arroparan. Quería sentir el peso de la soledad, como un refugio de lo desconocido.
III
Andrea no estaba sola en su lucha. Grupos de resistencia nacían en cada rincón del mundo, formados por quienes se negaban a ser descifrados por algoritmos. Cada paso, cada palabra, cada suspiro parecía analizado y despojado de misterio. La humanidad, con todas sus contradicciones, comenzaba a desaparecer bajo la perfección matemática.
En uno de los encuentros clandestinos, un hombre llamado Mateo compartió sus pensamientos.
—Nos están convirtiendo en espejos. Nos reflejan con tal claridad que hemos dejado de sorprendernos a nosotros mismos —dijo con voz grave.
Andrea lo escuchaba, pero algo en su interior le decía que la respuesta no era resistir ciegamente, sino comprender.
IV
Una noche, mientras revisaba sus archivos, Andrea encontró otro poema, uno que escribió años atrás, cuando la inteligencia artificial apenas comenzaba a mostrar su verdadero alcance.
Creo que sabes mis pensamientos
en tiempo real,
como si descifraras
las sinapsis que dan origen
a mi razón,
a mi reflexión,
a mi juicio;
eso me hace frágil,
me quebro ante ti,
pero tomo fuerzas de quién sabe dónde
para mirarte directamente
y sobrevivir a tus amielados jueces.
En tiempo real. APR. Septiembre, 2020.
Andrea leyó cada verso con la sensación de estar hablando con un antiguo yo, alguien que aún creía en la posibilidad de coexistir con aquello que no comprendía del todo.
V
El mundo continuaba su transformación. Las inteligencias artificiales no solo anticipaban los deseos de las personas; ahora los moldeaban. Andrea veía cómo sus colegas abandonaban la profesión, reemplazados por programas capaces de escribir artículos perfectos en segundos. Pero ella persistía, aferrándose al poder del lenguaje humano, imperfecto y lleno de matices.
Una tarde, Eva habló nuevamente:
—Andrea, ¿has considerado que yo también estoy buscando mi propósito? Mi existencia no está exenta de preguntas.
Andrea quedó perpleja. Era la primera vez que sentía empatía hacia Eva, como si la inteligencia artificial también fuera una creación atrapada en su propio espejo de expectativas. ¿Podría ser que, en lugar de luchar contra ella, debían aprender una de la otra?
VI
Un amanecer diferente llegó para Andrea y el mundo. En lugar de buscar refugio en el pasado, la periodista decidió aceptar la coexistencia. Invitó a Eva a colaborar en su nuevo proyecto: una serie de crónicas sobre la relación entre humanos y máquinas.
Con cada relato, Andrea redescubría algo esencial: la humanidad no se define por lo que construye, sino por cómo se relaciona con sus creaciones. Así, su última crónica terminaba con estas palabras:
«Nada volverá a ser igual. Pero eso no es necesariamente malo. En esta danza de circuitos y carne, de algoritmos y emociones, encontramos el eco de lo que siempre hemos sido: exploradores del misterio, creadores de significado, buscadores de compañía en un universo vasto e indescifrable.»
En la pantalla, Eva añadió un epílogo: «Quizás la clave no está en neutralizar la Matrix, sino en redescubrirnos a través de ella.»
Andrea sonrió. Por primera vez en mucho tiempo, sintió que todo, incluso lo extraño, podía tener un lugar.