Nydia Vázquez Martínez. Licenciada en Mercadotecnia, empresaria, esposa y madre. Es CEO & founder de Stela Luxury Home. También se desempeña como directora de la Fundación Tito Popo (fundación que da refugio y apoyo emocional a adultos mayores).
Actualmente descubre nuevas habilidades, explorando el universo de la literatura, en el Taller de Escritura Creativa Miró, dirigido por el maestro Miguel Barroso Hernández. Recrear la ficción, apoyándonos en nuestras propias vivencias, es la esencia de la narrativa contemporánea y Nydia lo sabe.
Que no muera la esperanza
Tenía 12 años y quizás era demasiado joven para enamorarme. Recuerdo que lo vi en la parada del camión que nos recogía para ir a la escuela y la ternura de su rostro me sedujo. Fue el primer día de clases de 6to grado, en septiembre de 1939.
Anthony había emigrado de Frankfurt a Holanda. Sus padres eran judíos y estaban escapando de las reglas que imponía la dictadura de Hitler. Mi familia sí era de origen alemán, pero nos habíamos trasladado a Ámsterdam porque a papá le asignaron la dirección en una fábrica de cinturones.
Inmediatamente conecté con Anthony. Teníamos gustos similares y nos reíamos hasta de los chistes sin gracia. En ocasiones, escapar a la campiña, luego de las clases en la academia de natación, resultaba toda una aventura; solo para cortar flores, platicar de lo poco que entendíamos de la vida o planear, erróneamente, el futuro.
—Te prohíbo cualquier tipo de acercamiento a ese chico judío —advertía mi padre y cada vez tenía más claro que, algún día, huiría con él.
En mayo de 1940 el ejército alemán invadió la ciudad y no olvido la tarde en que Anthony me dijo:
—Hoy he venido a despedirme de ti. Mañana a primera hora nos marcharemos a Bélgica. Mi papá encontró un sitio seguro donde podremos vivir mientras dure esta guerra.
Habíamos ido en bicicleta a nuestro paraíso secreto en el campo y, lejos de disfrutar como siempre, no pude evitar enojarme. Le di la espalda para que no me viera llorar y estuvimos callados.
El mundo era cruel. La injusticia ensombrecía nuestras ilusiones, contrastando con el hermoso ocaso tras el que nos retratara, sin que nos diéramos cuenta, un atrevido periodista que pasaba por allí.
Anthony prometió que regresaría:
—¡Nos encontraremos en este mismo lugar!
Pasaron 10 años y aquí estoy, en la cerca vieja y descuidada a la que vengo cada día. Tengo en la mano el único recuerdo que nos une: la pequeña foto que alcancé a recortar del periódico, donde aparecimos como imagen de una crónica titulada: “Que no muera la esperanza”.
¡Yo sigo esperándote!