Roberto Guillermo Cuspinera Durán. Llegar a tiempo

 

Roberto Guillermo Cuspinera Durán. Licenciatura en Ciencias y Técnicas de la Comunicación. Licenciatura en Publicidad y Relaciones Públicas. Postgrado en Orientación y Desarrollo Humano. Postgrado en Psicoterapia Gestalt. Graduado de la Escuela de Teatro de Manolo Fábregas. Participó como actor en telenovelas, series (Tú a alguien le importas, El derecho de nacer, El ángel caído, entre otras) y obras de teatro mexicanas (Hoy invita la Güera, 12 hombres en pugna). Trabajó como conductor del programa Hoy de mañana y en la teletienda El Kanguro, de Antena 3, en Madrid, España. También fue vocalista de la agrupación musical La Década Prodigiosa.

Actualmente se desempeña como psicoterapeuta en Veracruz y explora el mundo de la literatura, de la mano del maestro Miguel Barroso Hernández, en el Taller de Escritura Creativa Miró.

 

Llegar a tiempo

 

Cada tarde, don Jaime salía a caminar para hacer la digestión. Siempre, con una bolsa de plástico en la mano, se dirigía al antiguo puente del pueblo. Allí estaba “Tirantitos”: así lo conocían por los tirantes que siempre sujetaban su viejo, enorme y raído pantalón. En realidad, se llamaba José y era un niño huérfano, de 12 años, experto en hacer mandados y barrer banquetas. ¡Todos lo querían!

Don Jaime, lo quería como a un hijo; pero ¿qué dirían los vecinos si se lo llevaba a la casa? Los rumores, en los pueblos chicos, avivan las llamas del infierno. Tirantitos, al verlo solo corría y lo abrazaba.

—¡Don Jaime, que bueno que ya llegó! —gritaba emocionado. Luego abría la bolsa y los ojitos se les iluminaban frente a las sorpresas: podía ser una buena sopa de fideos y un sándwich de queso; o una pechuga de pollo con arroz; el refresco de uva y el mango o la manzana de postre, no faltaban. Sentados en la banqueta, mientras el muchacho comía, Don Jaime le narraba un cuento de los muchos que le hubiera gustado contarle al bebé que falleció, junto a la esposa, el día más infeliz de su vida.

Una tarde, Tirantitos no vio llegar a Don Jaime y se inquietó. Fue a buscarlo a su casa. Tocó a la puerta y lo llamó desesperadamente, pero nadie abría. La vecina de junto, lo escuchó y salió:

—Mijito, a Don Jaime lo llevaron con el doctor. Al parecer, se puso mal…

José imaginó lo peor y corrió a la única clínica que había en el pueblo.

—Está en la cama 25 —dijo la enfermera.

Con el rostro lleno de lágrimas, vio al amigo dormido.  Se acercó, secándose la cara para no asustarlo y susurró:

—¡Ya llegué!

—¡José! —sonrió el anciano—. Hoy no pude llevarte tu almuerzo…

—No se preocupe don Jaime. Yo vine y me quedaré aquí con usted. Mire, ya le trajeron sus alimentos. Tiene que ponerse fuerte, si no ¿quién me va a contar cuentos?

José lo ayudó a comer. Luego agarró el libro que vio sobre la mesita, junto a la cama, lo abrió y comenzó a decir:

“Había una vez un niño que necesitaba llegar a tiempo al hospital para decirle a su amigo cuánto lo amaba y entonces…”

Tirantitos no sabía leer, pero ese día le contó a Don Jaime la historia más bonita del mundo.