Teresa Vázquez Mata. Save Our Souls

 

Teresa Vázquez Mata. Convirtiendo en historia todo cuanto la rodea, construye nuevos mundos. Poniéndole color y energía al verbo, nos invita a reflexionar. Con sobrado talento, le ha dado valor a la narrativa contemporánea, regalándonos el México de su mirada o su sentir.

Su libro Entre vidas (selección de cuentos publicado por Ediciones Mastodonte, en CDMX) explora los dilemas del ser humano a través de cada uno de los personajes que habitan sus historias.

Bajo la tutoría del maestro Miguel Barroso Hernández, destaca en el Taller de Escritura Creativa Miró y, recientemente, fue incluida en la Antología del III Concurso Nacional e Internacional de Relatos Breves, a que convoca el Ático, en Israel. Hoy, a Tere, escribir se le ha vuelto una pasión a la que no quiere renunciar.

 

Save Our Souls

 

En el tercer piso del concurrido centro comercial, de alguna ciudad populosa, está Antonia. Sentada, justo enfrente del elevador, comienza a degustar un helado y solo observa a las personas que suben y bajan. Se entretiene viéndolas. Muchas, sin duda, laboraban allí; usan uniformes y andan a prisa: con la mirada puesta en la pantalla del celular, porque ya sus cuerpos se mueven automáticamente y no necesitan los ojos para atinarle a la ruta.

Llegan grupos de mujeres jóvenes que charlan de diferentes temas a juzgar por la expresión en sus rostros. Antonia no sabe qué dicen, pero nota si están alegres, tristes, eufóricas o enojadas. Tal vez dejaron a los hijos en las escuelas y aprovechan el tiempo para ellas. A toda velocidad, en diferentes direcciones, salen de la enorme cabina de acero inoxidable cual caballos en el hipódromo cuando les abren las compuertas.

El personal de seguridad no puede faltar en la plaza. ¿Cuándo nos íbamos a imaginar que en una tienda departamental iban a tener que estar cuidándonos? Tanto para que nadie se lleve nada sin pagar, como para que no les sean arrebatadas sus pertenencias a los clientes.

¡Triste realidad la que vivimos actualmente! —piensa Antonia que, más allá de saberse segura viendo a tantos guardias, siente un nudo en el estómago—. Abusar de alguien, robarlo o pisotear sus derechos: es visto como algo cotidiano… y hasta los perpetradores se sienten muy listos cuando cometen delitos o fechorías con éxito.

¿La sociedad olvidó los valores? ¿Me hace «audaz» o «lista», la insensibilidad y la deshonestidad? Inmersa en tales cavilaciones, su helado se vuelve amargo al paladar; pero, nuevamente, el elevador llega al piso y percibe algo que la llena de esperanza.

Ve salir a un heterogéneo y singular grupo de personas… ¡Sí! Dos jóvenes —hombre y mujer—, llevan «en andas» a un señor muy mayor, alto y delgado. Lo ayudan a desplazarse y él aprovecha para abrazarlos y hacerles arrumacos. Una adolescente, junto a ellos, jala el carrito con el oxígeno y nadie puede controlar al niño que juega con la andadera del anciano; se mete en ella, la brinca y se la coloca cual cornamenta. Todos ríen. El cuadro lo completa la muchachita menuda, con cara de niña, que no sabemos bajo cuáles circunstancias trae ya a su propio muñeco de carne y hueso: bien arropado y con gorro de pompón azul. La dificultad para mover a la persona mayor, es evidente; pero los gestos y el lenguaje corporal de sus acompañantes indican que la pasan de maravilla. Y claramente, no desempeñan el muy valioso trabajo de enfermeros o cuidadores. ¡Los mueve el amor!

Los rasgos similares, acentúan la sospecha de Antonia que se fija en los detalles más mínimos. Son los nietos del señor: está segura, sonríe y vuelve a sentir el sabor del pistache en su helado. Quizás, no todo está perdido. Mientras existan jóvenes que, jubilosos, llevan al abuelo a un paseo para prodigarle amor: podremos salvarnos.