Culiacán

 

 

Gustavo Monterrubio Alfaro

 

Hice una visita relámpago a Culiacán de Rosales y esto fue lo que observé y escuché.
La capital del estado de Sinaloa recupera la normalidad, no obstante, no volverá a ser la misma, porque cual espada de Damocles penderá el temor de que los aciagos días vividos se repitan.
Los primeros días de hostilidades entre las facciones mayista y chapista, que coexistieron pacíficamente durante lustros, los culichi se impusieron voluntariamente un auto toque de queda, que fue respetado con más celo que si hubiera emitido un bando o decreto la autoridad municipal o estatal, o sea, la ciudad virtualmente se congeló, sólo permanecieron abiertos los comercios esenciales.
Los traumáticos sucesos han provocado que algunos culichi que regresan de viaje a Culiacán, pero vivieron los primeros días de zozobra, se resignen a permanecer encerrados y sólo salgan a trabajar y al súper.
Para Radio Bemba la vida nocturna sigue suspendida, tal vez sea el último sector en recuperarse, porque es peligroso transitar de noche, tanto que las actividades económicas terminan entre las seis y las siete de la tarde, y todos se apresuran a llegar a sus hogares; culpa a los Chapitos de estos funestos acontecimientos porque el Mayo siempre mantuvo en paz a Culiacán y protegido el sector turístico de Mazatlán, al haberlos blindado contra rateros, la extorsión (cobro de piso) y el secuestro; delitos los dos últimos en los que los Chapitos habrían incursionado, contra la voluntad del Mayo.
La vox populi sostiene que las balaceras, los ejecutados y desaparecidos ocurren en la periferia y en las rancherías, léase los pueblos y comunidades aledañas a la capital, me consta que el centro es seguro; es un pleito entre ellos que no involucra a los ciudadanos, excepto que son víctima de los daños colaterales, llamémosle así.
Es lógico que sea la periferia y las rancherías el escenario de las acciones violentas porque es el territorio natural en el que se asientan las organizaciones criminales, porque allí disponen de consumidores y mano de obra. Esto aplica a todas las ciudades y zonas conurbadas.
¿Qué futuro le espera a jóvenes sin formación escolar, con escasas oportunidades de empleo, cuyos padres, familiares, amigos y vecinos son desempleados, subempleados, obreros mal pagados, drogadictos y/o distribuidores de estupefacientes? Obvio, ninguno. Un o una joven que gane diez mil pesos mensuales o más y tenga aseguradas las dosis diarias, como halcón, narcomenudista o desempeñe otra función en la ganga, ¿cambiará esta actividad con todos los riesgos que implica, por un apoyo gubernamental, digamos, de seis mil pesos mensuales? Es obvio que no.
En el negocio en comento se puede acumular riqueza material con suma rapidez, pero con la misma o mayor velocidad se puede perder la libertad, la salud y la integridad física, en el mejor de los casos, en el peor escenario, se puede perder la vida y la familia.
Entre los jóvenes de los estamentos sociales inferiores rige una especie de ritual funesto, resumido en un aforismo macabro: es preferible vivir cinco años ricos, que toda la vida miserables. Porque cinco años es el promedio que logran sobrevivir en el turbulento y traicionero negocio de los estupefacientes.
En un negocio de vida o muerte, los códigos y las reglas no escritas que lo rigen, se aplican con rigor y más expeditamente que en el poder judicial.
Los crímenes y ejecuciones, los levantones y secuestros, la tortura, la disección de cuerpos, las traiciones, las intrigas, los complots, los incumplimientos de acuerdos, los hurtos y robos, las vendettas y demás lindezas son la cotidianidad en este negocio que se basa en la palabra empeñada y la buena fe de los contratantes.
Mazatlán se ha visto afectada marginalmente, pues al igual han ocurrido algunos eventos violentos en la periferia y las rancherías, sin embargo, a la par del inicio de hostilidades entre las dos facciones, se ha disparado el número de jóvenes desaparecidos, tanto que se han llevado a cabo marchas de familiares que exigen freno a los secuestros y aparición con vida de los desaparecidos.
Y cuentan la misma historia desgarradora y cruel, que se repite a lo largo y ancho del país: autoridades cómplices, corruptas, incompetentes, insensibles y que no sirven para más que hacer mal uso de los dineros públicos, de todos los partidos, Morena incluido.
Sospecho que eligieron Culiacán y sus alrededores como epicentro de la violencia asociada y a Mazatlán como el proveedor de jóvenes que cubran las pérdidas sufridas por ambos bandos; ya que sin que exista una situación ríspida en extremo como la de Sinaloa, las organizaciones criminales han recurrido al reclutamiento forzoso para cubrir vacantes, en Guadalajara, por ejemplo, en la Colonia del Fresno, asentamiento popular de ciudadanos de a pie, se ha reportado desde hace años la nada misteriosa desaparición de jóvenes, y algunos que han logrado escapar han dado testimonio de lo que los obligan a hacer, contra su voluntad.
Al margen de la opinión ciudadana, este funesto lío lo desencadenó el secuestro y entrega a las autoridades de allende el Río Bravo de Ismael Mario Zambada García, alias el Mayo. Con esta maniobra, al alimón con autoridades norteamericanas, los Chapitos lograron una carambola a dos bandas: la primera, vengaron a su padre; al Mayo Zambada se le señaló en su momento haber “puesto” al Chapo Guzmán; incluso el Vicentillo, hijo de aquél, testificó contra su compadre el Chapo.
La segunda, como si fuera un estado dentro de otro estado, en un claro desafío al gobierno, le regresan a éste la afrenta que presumo significó para los Chapitos la detención y extradición a Estados Unidos de Ovidio Guzmán López, después de fracasar en un primer intento.
No es casual que fuera el junior, Joaquín Guzmán López -los vínculos de sangre son sagrados-, hermano de Ovidio, alias el Ratón, quien llevó a cabo personalmente la operación y fue el que negoció, seguramente de acuerdo con sus hermanastros, las condiciones de la entrega del capo más valioso, el último de los mohicanos, que había evadido a la justicia de aquí y de allá, durante toda su vida activa y tal vez a punto del retiro.
El anticipo fue la confusión deliberada en los registros carcelarios, que huele a maniobra para encubrir la liberación, o que le otorguen, cuando menos, un trato preferencial a Ovidio Guzmán, y el resto de la paga será la pena simbólica que le impondrán a Joaquín Guzmán López.
¿Porqué cayó el Mayo en esta trampa? No lo sé, pero me atrevo a conjeturar que con el avance de la edad se pierde astucia y desconfianza y gana la seguridad y la confianza, ya no se tienen los mismos reflejos y las precauciones que otrora eran de rigor, se relajan, o la estrategia de Joaquín Guzmán López fue tan sutil y astuta, que el Mayo supo qué pasaba hasta que le colocaron las esposas los agentes norteamericanos que lo esperaban.
La presencia de la Guardia Nacional en las calles ha contenido relativamente la rijosidad de las dos facciones, pero éstas saben que la fuerza pública será enviada a otras latitudes y entonces tendrán la cancha libre para jugar su juego.
El nuevo gobierno apenas inicia, démosle pues el beneficio de la duda, sólo esperemos un tiempo prudente para evaluarlo con más objetividad; si tan sólo cambia la timoratez de AMLO en el tema, por más audacia y efectividad, sin repetir el macabro y torpe plan de Calderón, se podrían obtener algunos avances, no espectaculares repito, porque en tanto no se eliminen o ralenticen los factores fundamentales que alimentan la espiral de violencia, ergo, los beneficios que Estados Unidos obtiene del comercio de estupefacientes, del trasiego ilegal de armas y del lavado de dinero, no habrá policía experimentado, plan, recursos humanos y materiales suficientes para, por lo menos, estabilizar los indicadores del violentómetro.

P.S. Me voy a permitir brindarle un consejo a los mexicanos y las mexicanas: que no los paralice el sensacionalismo de los medios de difusión, especialmente de la televisión y las redes sociales, ni tampoco crean a pie juntillas los subjetivos indicadores de violencia gubernamentales, y de ser posible apaguen su televisor y enciendan un buen libro, ¡hasta por su salud mental háganlo!, y realicen sus actividades cotidianas con normalidad, sin temor, incertidumbre ni sobresaltos; viajen a donde quieran, de ser posible, y concurran a los lugares públicos que deseen.
Mi opinión al respecto es que quien anda en líos, en líos termina; quien no anda en líos, nada tiene que temer, obviamente, tomando las debidas precauciones.
Y claro que existe la posibilidad de que quede en medio de fuego cruzado entre organizaciones criminales y de éstas con las fuerzas gubernamentales. La remota probabilidad de que esto ocurra es de uno entre la población de Culiacán, en el caso que nos ocupa. En números, es la muy poco probable ocurrencia de 0.0000012376 por ciento, que resulta de dividir 1 (yo) entre 800 mil, la población de Culiacán.
Tomen los lugares públicos, resuciten la vida comunitaria y recuperen su ciudad, sus hijos se lo agradecerán.