Sin duda se trata de un hecho histórico que, por primera vez en su historia, México sea gobernada por una mujer. Independientemente de nuestras ideologías políticas y/o partidistas, no se puede regatear la relevancia de este suceso que, sin duda, es positivo para nuestro país.
La presidenta viene del movimiento creado por su antecesor el ahora ya ex presidente López Obrador, a quienes muchas voces le han pedido que se desmarque de él. Pero, ¿Por qué Sheinbaum debía distanciarse de López Obrador?
Y es que, solo basta ver el recibimiento en el Congreso de la Unión de los dos presidentes, saliente y entrante, para ver quién es el más popular entre los legisladores de Morena y aliados: López Obrador, de calle.
¿Por qué romper con una exitosa fórmula que ha arrasado y establecido una nueva hegemonía política?
En el pasado proceso electoral, el lopezobradorismo refrendó su control sobre el Ejecutivo federal. Logró, además, mayoría calificada en el Legislativo con la cual pueden reformar la constitución. Ya la modificaron para, ahora, quedarse con el Judicial. En marcha está también la desaparición de los órganos autónomos del Estado y así tendrán todo el poder. Todo. Y, por supuesto, tratarán de quedarse ahí lo más posible porque así es la política.
Si la estrategia ha funcionado, ¿para qué cambiarla? Al revés, Claudia ha entendido el valor de la continuidad. Le conviene ser la versión 2.0 de López Obrador. El segundo piso, como ellos le llaman.
Pero, también es importante y justo decir que hay cambios sutiles en lo anunciado por la nueva Presidenta.
Si bien la nueva mandataria comparte la visión ideológica de que este sector debe estar dominado por el Estado a través de las dos empresas públicas (Pemex y CFE), ahora la prioridad será generar “energías limpias, a precios bajos, para las actuales y futuras generaciones”.
Prometió un Plan Nacional de Energía que incluirá “un programa ambicioso de transición energética hacia fuentes renovables de energía, que contribuyan a disminuir los gases de efecto invernadero”. Esto sí es un cambio. López Obrador le apostó a las energías fósiles mientras que Sheinbaum, como se esperaba de ella siendo una científica que entiende los retos ambientales, está dando un vuelco hacia las energías limpias.
Esto acarreará una transformación en el tema petrolero. Reconoció que el objetivo de producir tres millones de barriles diarios es “ambientalmente imposible”. En lugar de seguirle inyectando dinero a Pemex para encontrar más crudo y recuperar una producción que ha venido a la baja, ahora el gobierno limitará la extracción a 1.8 millones de barriles diarios para el consumo nacional. Esto significa que México eventualmente dejará de exportar hidrocarburos.
El otro ámbito donde noto cambios sutiles es en la seguridad. Sheinbaum mantendrá el modelo de una Guardia Nacional militarizada, pero tratará de imitar el modelo exitoso que implementó en la Ciudad de México con Omar García Harfuch: abatir la impunidad por medio de la inteligencia e investigación. Van por la coordinación, por un lado, con las autoridades estatales y, por el otro, al trabajo conjunto entre policías, fiscalías y juzgados.
En su discurso en el Zócalo, al igual que hizo López Obrador, la Presidenta presentó cien promesas. Se trata de un plan de gobierno ambicioso. Más programas sociales, incremento en los horarios de las escuelas, mejorar la salud pública gratuita, erigir un millón de viviendas, construir nuevos trenes de pasajeros, ampliar y bachear las carreteras, desarrollar y producir un automóvil eléctrico nacional, edificar y mejorar puertos, aeropuertos y teleféricos, dar acceso gratuito a internet, sanear ríos contaminados, construir plantas de tratamiento y recicladoras, reforestar, tecnificar distritos de riego y otras cosas más.
Claudia comparte la visión estatista del lopezobradorismo. La convicción que el Estado lo puede todo. El “pequeño” problema es que el Estado mexicano sólo recauda 17% del PIB de impuestos.
El ambicioso programa de López Obrador se financió con austeridad, la apropiación de los fideicomisos públicos y un incremento importante de la deuda. Este año electoral el déficit público creció hasta 6% del PIB. Los márgenes de endeudamiento se han estrechado.
Claudia, por razones obvias, ya no puede recurrir a la retórica de que todas sus promesas se pagarán con ahorros de la corrupción del gobierno pasado. La pregunta es obligada: ¿Con qué dinero piensa financiar Sheinbaum su ambiciosa agenda de gobierno?