Abel Pérez Rojas
I
La ciudad es un laberinto, y Guadalupe lo sabe. Cada mañana enfrenta el caos de autos y murmullos que parecen consumir a quienes transitan. Sin embargo, ella escucha algo más profundo: la vida que persiste entre el caos. La corrupción, la inseguridad y los rostros endurecidos están ahí, pero dentro de Lupita, como algunos la llaman, hay una certeza. Sabe que bajo ese bullicio hay un murmullo de esperanza. A veces, solo es cuestión de ver más allá para notar el cambio.
II
En su pequeño departamento, Guadalupe revisa historias que la estremecen: mujeres desaparecidas, vidas rotas, nombres casi olvidados. Cada carpeta es un grito de ayuda, pero ella no se deja vencer por la sensación de impotencia. En cada caso que visibiliza, ve una chispa de esperanza, una luz que podría encender algo más grande. Se recuerda a sí misma lo que su abuela decía: el viento, aunque furioso, también limpia. No hay espacio para rendirse.
III
Al final de una jornada de esas que pesan, de esas en las que el cansancio parece instalarse en cada hueso, Guadalupe se sienta frente a su escritorio. La oscuridad de la noche la rodea, pero en su interior hay una claridad que se derrama en las palabras que escribe con disciplina estoica. Deja que el lápiz baile sobre el papel. No hay evasión, solo reafirmación.
¿Qué será de nosotros
cuando un «te quiero» se vuelva hierro
y las palabras pisen como sombras?
Si conociéramos el peso real del verbo,
¿acaso no mediríamos cada eco,
cada murmullo nacido del abismo?
Las velas, fatigadas por el viento,
no renegarían de su soplo,
ni los salvavidas serían arrojados
al mar insondable de nuestras dudas,
donde las esperanzas y los miedos flotan,
como restos de un naufragio invisible.
Los suspiros, odas sin destinatario,
atraviesan los pulmones del aire,
el corazón del tiempo.
Aún es posible regresar,
cerrar las grietas no selladas,
un timón que tiembla antes del verano.
Remendemos las heridas abiertas
de este barco solitario.
Retornemos, aunque el puerto sea
una sombra que se diluye en el agua.
Aún podemos desandar el trayecto,
cambiar el curso de nuestra deriva.
Pero cuando el vacío
se traga la última palabra,
solo queda la tinta derramada.
Allí, en los ecos que yacen,
habremos vencido al silencio.
(Tinta derramada. APR. Septiembre, 2024)
IV
Guadalupe mira el papel frente a ella. No hay alivio inmediato, pero sí una sensación de ligereza, como si las palabras hubieran encontrado el camino exacto. La tinta derramada no es otra cosa que un acto de resistencia. No es huida, ni consuelo fácil, es reafirmación. Al día siguiente, camina con esa certeza a una reunión con mujeres que, como ella, se organizan en barrios donde la violencia no se oculta detrás de titulares. Son ellas las que están tejiendo redes, construyendo algo que va más allá de lo que se dice en las noticias. Las miradas que se cruzan en esa sala hablan de lucha, pero también de sororidad. Juntas, aunque el camino sea empinado, saben que el cambio no es un sueño lejano.
V
Años después, ella vuelve a recorrer las calles más libre. Algo en su paso ha cambiado. Ya no es la misma. No lo son tampoco esas avenidas que antes le devolvían solo caos. Ahora nota los rostros de quienes se han decidido a no seguir callados, de aquellos que, como ella, han empezado a gestar la reconstrucción.
VI
Guadalupe es más ella misma, más Lupita también, desde que se volvió pura inspiración. No es la insignia de Alfred en su historial lo que destaca, sino la tinta en sus venas, que se ha derramado por toda la ciudad, volviéndola demasiado pequeña para contenerla.
Abel Pérez Rojas (abelpr5@hotmail.com) escritor y educador permanente. Dirige: Sabersinfin.com #abelperezrojaspoeta