María de los Ángeles González Ruiz. La consecuencia

 

María de los Ángeles González Ruiz. Estudió Licenciatura en Derecho en la UCC (Universidad Cristóbal Colón), en Veracruz. Ha tomado diferentes cursos y diplomados de Historia de México e Historia Universal. También ha participado en clubes y círculos de lectura.

Desde pequeña disfruta el deporte, en especial la carrera y las actividades acuáticas. Obtuvo certificaciones en Buceo Avanzado por parte de FMAS (Federación Mexicana de Actividades Subacuáticas), PADI (Professional Association of Diving Instructors) y SSI (Scuba Schools International). La Generalitat de Cataluña le otorgó el título de Patrón de Embarcaciones de Recreo. Además, tomó un curso de Introducción a la Arqueología Submarina por NAS (Nautical Archaeology Society ­— México).

Actualmente se adentra al mundo de la literatura en el Taller de Escritura Creativa Miró, dirigido por el maestro Miguel Barroso Hernández.

 

La consecuencia

 

Aún no supero la impresión que me causó la llamada al celular esta mañana. Una voz femenina, completamente desconocida, preguntó:

—¿Mauricio Ramírez?

—¡Sí, dígame!

—Tengo un mensaje de Laura Díaz —afirmó sin preámbulo—. Lo espero a las 7 de la tarde en el Café Royal.

Las horas transcurrieron con provocativa lentitud, pero aquí estoy esperando. Llegué antes y mi cabeza está hecha un remolino de pensamientos, emociones, recuerdos…

Laura y yo crecimos en departamentos contiguos. Fuimos compañeros de juego, cómplices de travesuras y siendo grandes amigos, con el tiempo, nos enamoramos. Era la niña más bonita del mundo y cuando teníamos diecisiete años le declaré mi amor.

Los primeros meses de noviazgo fueron mágicos. Tratándonos con mucha dulzura, descubrimos el sabor de los besos y nos regalamos nuestra virginidad. Poquitos años después, resultó que yo no era el muchacho responsable y maduro que ambos suponíamos. A la par de mis amigos, quise disfrutar de fiestas, borracheras y viajes, sin el “yugo” de una novia. ¡Le destrocé el corazón!

—Mauricio, necesito hablarte: ¡por favor! —fue la última vez que escuché su voz, luego del rompimiento.

—¡No, Laura, prefiero que no volvamos a vernos! —dije, colgué el teléfono y solo supe que abandonó la ciudad.

Tiempo después, quise contactarla, pero la familia y los amigos cercanos se negaron a darme información de su paradero. ¡No la merecía!

Han pasado 20 años y aquí estoy: nervioso, ansioso, pendiente de la puerta en el Café Royal. Es la hora y entra una chica, cuyos ojos no pueden ser más parecidos a los de Laura. Camina decidida hacia mi mesa, se sienta y dice:

—Me llamo Mónica. ¡Soy tu hija!