La importancia de los Estados Unidos para México

Michel Chaín

El segundo evento político de mayor importancia para México en el año, después de la jornada electoral del pasado 2 de junio, es la elección presidencial en los Estados Unidos del próximo 5 de noviembre.  Sin embargo, y pese a lo inminente tanto del cambio de poderes en México como de la elección en los EE. UU. , es relativamente limitada la discusión seria que se realiza en el país sobre los Estados Unidos y sus implicaciones para México; en cambio, lo que sí abunda, es un discurso “antigringo” burdo, pese a tratarse de nuestro principal socio tanto comercial como geopolítico y que nuestro destino, como mexicanas y mexicanos, está íntimamente ligado con el del país de las barras y las estrellas.  Chequen cómo se construyó la importancia económica que los EE. UU. tienen para México, en 5 puntos:

 

Punto uno. 1776 y 1810.  Sin ánimo de caer en discusiones enciclopedistas, es importante establecer el contexto mundial de lo que sucedió a partir de 1776 pues, en ese año, las entonces 13 colonias firmaron la Declaración de Independencia de los Estados Unidos; también fue el año en el que el escocés Adam Smith publicó “La Riqueza de las Naciones”, inaugurando así la visión moderna de la economía liberal (la del libre mercado) como ciencia, sentando las bases tanto para el inicio de la Revolución Francesa, en 1789, con lo que la visión absolutista de los imperios coloniales se vio amenazada por las ideas ilustradas y liberales, tal como sucedió  con las liberales reformas borbónicas en España, contra las cuales se levantaron en armas los insurgentes mexicanos en 1810, vinculando de manera casi lineal al liberalismo y la independencia de los Estados Unidos con el surgimiento de México como nación independiente en 1821.

Punto dos. ¡Presidencialismo, de Norteamérica para el mundo!  Junto con la independencia de los EE.UU. surgió un arreglo político inédito: el presidencialismo.  A diferencia de lo que sucedía en Europa, donde se transitaba de las monarquías absolutistas a las constitucionales -en las que la representación del Estado recaía en la o el monarca, pero las tareas de gobierno se ejercían por el canciller o primer ministro electo por la ciudadanía, tal como sucede, hasta la fecha, en los gobierno parlamentarios europeos (con la excepción del semi presidencialismo francés)-, en los EE. UU. sus “padres fundadores” unieron la representación del Estado con las tareas de Gobierno en la figura del titular del Poder Ejecutivo o Presidente.  Sobra decir que en la mayoría de los países que se independizaron de las potencias coloniales europeas, México incluido, se optó por el arreglo presidencialista.

Punto tres. Hegemonía.  Así como en México el régimen de partido único/hegemónico estableció los cimientos del país que actualmente es la 12va. economía más grande del mundo y el principal proveedor de la economía norteamericana, también incurrió en excesos injustificables; es innegable que, por su misma posición hegemónica, consolidada en la Segunda Guerra Mundial, el gobierno de los EE. UU. que fue el referente global en la lucha contra el totalitarismo, tanto de corte fascista como comunista, también abusó de su poder y pasó por encima de los gobiernos y la autodeterminación de distintos países, con el pretexto de defender los principios de esa misma democracia que, en los hechos, pisoteaban.

Punto cuatro. ¿Neta tan lejos de Dios y tan cerca de los EE. UU.? Actualmente la ONU reconoce como países miembros a un total de 193 naciones, de las cuales 190 darían el ojo derecho con tal de compartir frontera terrestre con la economía más grandes del mundo; los tres restantes, son los EE. UU., Canadá y México.  Contrario a la pose “anti yanqui” carente de contenido y que insiste en victimizarse por la pérdida de Texas, en 1836, para justificar su animadversión contra los norteamericanos, la vecindad con los Estados Unidos significa múltiples beneficios para el país. Mal enfocada, esa cercanía ha sido la válvula de escape para la población mexicana a la que México no le ofreció, ni ha ofrecido, ningún futuro y que, en la actualidad, explica que haya alrededor de 36 millones de personas viviendo en la Unión Americana que se identifican a sí mismos como mexicanas o mexicanos; bien enfocada, la vecindad con la economía más grande del mundo, le ha permitido a México diversificarse, superar su dependencia al petróleo, convertirse en uno de los principales actores en el comercio y las cadenas de proveeduría mundiales y crecer económicamente, pese a nuestra falta de motores internos.

Punto cinco. Y con ustedes… ¡la Triada y sus resultados!   En la recomposición geopolítica y económica que se dio a finales del Siglo XX e inicios del XXI, como resultado de la revolución del internet, las tecnologías de la información/comunicaciones (TIC’s) y el comercio internacional, se consolidaron tres regiones que concentraron la riqueza, la influencia política/diplomática y la capacidad bélica del orbe: Asia-Pacífico, lidereada actualmente por China; Europa, con la Unión Europea al frente; y América del Norte, compuesta por Canadá, los EE. UU. y México.  A nivel regional, con el 6.2% de la población mundial, América del Norte concentró el 27% del PIB global de 2020.  En el caso específico de México como miembro de Norteamérica, a raíz de la entrada en vigor el TLCAN en 1994, las exportaciones mexicanas pasaron de $4,089,070 miles de USD, en enero de aquel año, a $42,137,728 miles de USD, en enero de 2024 o, dicho de otra manera, a partir de que entendimos que México pertenece a América del Norte y que tanto canadienses como norteamericanos son nuestros socios, el valor de nuestras exportaciones creció 12 veces.  De manera similar, mientras que en 1994 el 52% de la población mexicana presentaba pobreza por ingresos, al primer trimestre de 2024 dicha población fue el 36%.

 

Estados Unidos es, tanto económica como diplomática y militarmente, la potencia más importante del mundo y, pese a los esfuerzos de China, lo seguirá siendo en los próximos años.  Ante esta realidad, México enfrenta una disyuntiva: aprovechar la vecindad con la potencia para consolidarnos como sus socios, crecer y seguir reduciendo el porcentaje de mexicanas o mexicanos en pobreza o, por el contrario, subirnos en el ladrillo de una supuesta “superioridad moral” para, desde ahí, “pintar nuestra raya” respecto a los EE. UU., alejarnos del comercio internacional que nos permite crecer y hacer como si no tuviéramos  3,142 kilómetros de frontera terrestre en común.  La historia, los datos y el sentido común, coinciden en que la buena sociedad con los EE. UU. es lo que más conviene a las mexicanas y los mexicanos, en ambos lados de la frontera.  Dado el tono del discurso político mexicano actual, vale la pena tenerlo en cuenta.