Leonardo Arista Pérez. Nació en San Lorenzo Chiautzingo, Puebla, México, el 30 de octubre de 1980. En 1995, a la edad de quince años, soñó con publicar su antología poética Mi historia de vida. En la primavera de 2007, a dos años de vivir junto al amor de su vida, decidió autopublicar su obra. Sin los recursos técnicos ni monetarios para la publicación formal de su libro, lo registró e imprimió como un tesoro que espera ser descubierto algún día. En 1998 finalizó sus estudios de preparatoria. Actualmente investiga el pasado prehispánico y virreinal de su comunidad y pretende escribir esa historia. Amante de la naturaleza es propietario de un vivero, padre de familia feliz y soñador.
Desierto
Instantes, remolino de similitudes,
vacío de sombras multitudinarias
con el rostro agrietado
y con los pies desnudos.
Fantasmas del ayer casi olvidado.
Luz…
polvo de oro en las alas del sosiego,
en las manos del ocio
en la espalda de la soledad afligida
como pesada losa de emociones
mil veces revividas.
Voy en el cántaro roto
que nunca al agua fue
que se llenó en espejismos de oasis,
en sombras de palmeras enjutas
y cabelleras de Berenice.
El alma aquí no es más que los juncos
ni menos que las garzas,
pues ni uno ni otro adornan el paisaje,
solo se ve pasar al tiempo,
mercader de tesoros,
caravana de sueños de tristeza
de alegorías al viento
y mañanas sin horizonte fijo.
Mi nombre se confunde con los muros,
milenarios ancianos misteriosos,
señores de la acústica
y de la historia cautiva en el poema épico
que se desborda en cada paso,
en cada porción de suelo
y en cada duna de piel humana.
Soy un extraño en esta tierra extraña,
un esclavo de mí, un ermitaño,
caminante sin rumbo
navío sin velas, ni brújulas, ni mares,
inexplicable soledad de roca
y poderoso canto de ave de rapiña.
Inmensidad y búsqueda de arcos
búsqueda de estrellas en la bruma
en el fin del mundo;
donde se une la tierra con el cielo
y el día y la noche y todo se separa.
Aquí no existe el alma, solo existe
lo que se puede ver, lo que se siente
lo vertical y absurdo, lo perfecto
que viaja en un carro de fuego
y se detiene a esculpirme un paraíso
como un Dios insensato.
Aquí se mueve lentamente
el recuerdo de un sueño trágico
y el oprobio del mástil inconcluso;
todo se anima, todo se levanta,
cobrando vida y carne aquí galopa
el Caballo de Troya.
Caen diluvios, se levantan dioses,
tormentas de invenciones de profetas
de maestros antiguos
de sinagogas y planetas,
astrólogos queriendo descifrar las líneas
que unen constelaciones,
que iluminan la frente
y llevan a la cuna del que nace
para ser cazador de corazones.