Asustan y azuzan con un uso malévolo de esta expresión natural de la sociedad
La polarización y sus actores
Javier Gutiérrez
Polarizar es un verbo con una carga de culpa y censura que le han atribuido al presidente López Obrador hasta la saturación. Hay mala fe, por lo menos, en esta reiterada calificación descalificadora.
Bien podríamos decir que es un acto consustancial a la democracia y a la política.
En cualquier asociación, así motivada por los fines más nobles, tarde o temprano se da este fenómeno en que una parte de los agrupados se va a un centro, y con su respectiva visión de las cosas se va a los extremos. A los polos pues.
Esto es tan viejo como el mundo, una característica de todas las sociedades.
Aquí en México es memorable que esta situación de visiones contrapuestas se dio y alcanzó niveles muy altos en el movimiento estudiantil popular del 68. Una porción tradicionalista a ultranza de la sociedad mexicana respaldó férreamente la ignominia de Díaz Ordaz y su gobierno, y la otra tomó partido a favor de los estudiantes y sus maestros.
Lo vimos en familias, entre amigos. En esos tiempos con un grado de intransigencia casi militante.
Pero igual ha sucedido en distintos momentos a lo largo de la historia del país.
Incluso ahora mismo es motivo de orgullo de cualquier ciudadano que lo sea cabalmente, el comentar que en su propia familia los hijos o parientes votan en un sentido diferente al de los padres o mayores. Eso sencillamente se llama democracia.
No siempre la sociedad mexicana ha registrado o admitido un grado de madurez para ver esto como algo natural.
De modo que el reproche centralizado en la figura presidencial tiene una carga negativa y perversa, porque parte de la ignorancia, tuerce el análisis y cae en el terreno de la propaganda con un alto grado de intolerancia y terquedad.
Es cierto, por otra parte, que el presidente en sus debates televisivos no siempre se sitúa con la cordura y equilibrio que debía esperarse de un ejecutivo. Este modo de ser se califica de polarizante por sus críticos, dándole al término un sentido poco menos que criminal.
Como igualmente es malévola la incesante propaganda -que no información ni crítica- que ha brotado todos, absolutamente todos los días del sexenio, de la mayor parte de los comentaristas de los medios, fustigando a López Obrador por su modo de hablar, gesticular, vestir y gobernar, con un tufo clasista, racista y por supuesto contrario a sus ideas y modo de gobernar.
Si no hubiera dolo en quienes combaten al presidente, veríamos que él quedaría exhibido, y sus adversarios brillarían de modo natural por situarse muy por encima de una postura innoble. Vemos que no es así.
Si al mandatario le cargan el sambenito de polarizar, lo mismo ocurre con la espesa trinchera que lo fustiga y fusila todos los días. Hay textos, comentarios, libros y reclamos, que casi demandan que la sociedad tome las armas y salga a la calle a combatir al presidente, su gabinete y sus seguidores.
Ya vimos, a partir del resultado de la reciente elección, que el impacto de los medios anti morena es prácticamente nulo, su discurso no influye ni mueve, menos vota. Y, no obstante, no abandonan un centímetro su narrativa, pese a que teóricos experimentados en comunicación les han echado en cara que sus métodos no son funcionales para el caso.
Ellos se atrincheran, manosean los recursos egocéntricos de siempre y ya se preparan para apuntar la mira hacia la señora Sheinbaum.
Es evidente un signo de inmadurez. Ni ese tipo de críticos tiene la catadura moral de la que hace gala, ni sus contenidos se caracterizan por la razón fundamentada, el equilibrio deseable en cualquier forma de periodismo, o al menos la honestidad humilde para señalar yerros y aplaudir aciertos.
Nada o casi nada de esto hay. Abundan desahogos y denuestos, sentencias sin siquiera contrastar posiciones dispares, y nunca conceder un mínimo de razón al que está enfrente.
El odio y la cerrazón no conducen a nada.
Hablan de polarizar y ahí se advierten grandes leños al rojo vivo atizando la hoguera de la polarización.
Esto explica la muy pobre penetración, confiabilidad y confianza de la sociedad hacia la mayor parte de los medios.
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