El dilema del 2 de junio

 

Como sabemos, Puebla es uno de los cinco estados del país donde el presidente López Obrador está mejor calificado por la población. Aquí alcanza hasta 64% de aprobación. En algunas encuestas llega hasta el 70%.

De igual gorma, existe una legión de inconformes con su gobierno, sus políticas públicas, sus decisiones, su estrategia de polarización. Son miles los enojados con un presidente que, consideran, fue un fracaso.

Pero, lo que es una realidad, es que los indignados, los molestos, los irritados con AMLO son menos, mucho menos que quienes lo avalan y le agradecen, principalmente, dos temas que inciden directamente en sus bolsillos, en su calidad de vida: los programas sociales y los aumentos al salario mínimo.

Hoy por hoy López Obrador es la principal fortaleza, el mejor motor de los candidatos de su partido. La oposición, por supuesto, cree lo contrario: que son más quienes lo odian que quienes lo aman.

Lo cierto es que la identificación del presidente con la marca Morena, y viceversa, explica en gran parte las tendencias que la mayoría de las encuestas marca de cara al próximo 2 de junio.

AMLO tuvo, además, el gran acierto de convertir esta elección en un referéndum sobre el proyecto de nación que él encarna mejor que nadie.

Lo expresó claramente la semana previa al proceso electoral, durante su conferencia matutina:

“Más que una elección, lo del domingo es un referéndum, un plebiscito, una consulta. No es nada más elegir a las autoridades, elegir al partido, es elegir el proyecto de nación que queremos”.

Y repitió lo que desde hace años ha venido diciendo a su base electoral:

“¿Queremos que en el país siga habiendo, como antes, un pequeño grupo, una minoría, que engañaba porque no había democracia? Era una oligarquía con fachada de democracia porque el pueblo no lo tomaba en cuenta”.

Es decir, ¿continuidad o cambio?

Prácticamente durante toda la campaña, la oposición se mantuvo hablando de López Obrador.  Fueron ellos quienes, equivocadamente, lo metieron a la campaña. Lo convirtieron en parte central de su narrativa, de sus ataques, de su guerra sucia. Lo convirtieron en motivo, razón de voto, a favor o en contra. Pero sin ver su alto nivel de aprobación.

Su fuerza en quienes menos tienen, en los históricamente olvidados y agraviados por PRI y PAN. Y hoy las encuestas refieren que la mayoría de la población quiere continuidad, no cambio. En Puebla esto es clarísimo, y por todos los argumentos antes mencionados.

López Obrador no está en las boletas, pero es el principal impulsor de Claudia Sheinbaum, Alejandro Armenta, Pepe Chedraui y el resto de los candidatos y las candidatas de Morena.

Para la mayoría, Armenta representa la continuidad de la 4T, pero también el cambio que Puebla necesita.

También la mayoría opina que el candidato opositor, Eduardo Rivera, no representa un cambio; más bien “mantendría las cosas igual de mal”.

Tal es el dilema que, en esencia, los votantes deberán resolver en las urnas este fin de semana. ¿Qué quieren las poblanas y los poblanos?

¿La continuidad de una 4T enarbolada por López Obrador o un cambio? ¿La continuidad de un gobierno de Morena, en manos de Alejandro Armenta?  ¿O un hipotético cambio abanderado por el dos veces alcalde capitalino Eduardo Rivera?

A partir de ahí se sabrá el desenlace de la elección del próximo 2 de junio.

A diferencia de otros comicios, esta vez la contienda no es un referéndum del gobernador en funciones. Es, sí, un referéndum de lo que AMLO denomina el “proyecto de nación”. Seguir con el modelo actual -con todas sus virtudes y todos sus defectos- o regresar al modelo del pasado.

Lo que va a pesar en los votantes, incluso desde el punto de vista emocional, son las variables continuidad y cambio.