Por: Atilio Alberto Peralta Merino
En tanto que los pensadores derivados de la “ilustración” consideran a Voltaire el padre de la filosofía de la historia, no faltan, en contrapartida, los argumentos esgrimidos por los añorantes del neoplatonismo renacentista que atribuyeron dicho título a Giambattista Vico, el formidable autor de “principi di una scienza nuova”.
Vico no se aleja de considerar a la “promisión” como motor del suceder de los acontecimientos que habrán de desembocar en los designios últimos de un “plan divino de salvación”, como al efecto fuera esgrimido por Agustín de Hipona en “La Ciudad de Dios”, acaso el verdadero iniciador de la reflexión profunda sobre el acontecer de las sociedades en el transcurso del tiempo.
Hegel llegó a decir que su plena comprensión de la historia se la debía a dos lecturas fundamentales: “El Siglo de Luis XIV” de Voltaire, y “Auge y Caída del Imperio Romano” de Edward Gibbon, aún cuando, el sentido del devenir dialéctico de la “fenomenología del espíritu” encuentra en Vico una fuente por demás manifiesta.
Consecuencia de la decadencia propia de nuestra actual sociedad, hemos de enfrentar el hecho de que el debate político de nuestros días se circunscribe a lo que comúnmente se denomina “el impacto de la nota del día”, dejando de lado la perspectiva histórica de amplias miras, que, contradictoriamente, los retos que, al parecer, el futuro inmediato habrá de presentarnos.
En la conformación de la portentosa contribución a la civilización humana, que, a no dudarse, representa el Derecho Romano, estuvieron tan presentes los “chismes y las intrigas” como sucede en el acontecer de nuestros días.
En no pocas de las fórmulas de los pretores o de las “repuestas de prudentes” de Gallo, Ulpiano, o Papiniano se habrían dejado sentir en mayor o menor medida: cercanías familiares, episodios eróticos, o acuerdos crematísticos inconfesables de cónsules o senadores; no obstante, podemos afirmar, casi de manera general, que de las noticias de aquellos “chismes e intrigas” nada sobrevive, y que, por el contrario, lo que quedó como acervo para la posteridad fue la argumentación sólida y contundente que esgrimieron.
Resulta notable, no obstante, la excepción que consigna el propio Giambattista Vico, quién afirma que la pieza teatral de Paulo: “El Anfitrión”, constituye una referencia al nacimiento de la acción por responsabilidad extracontractual o “aquiliana”, acrisolada por el pretor Aquilio Gelio, amigo cercano de Cicerón, según da cuenta el propio Marco Tulio en su obra “De los Deberes”.
En la comedia de Plauto, el dios Júpiter de hace pasar por Anfitrión asumiendo su fisonomía para gozar de los placeres de la esposa de aquel, que termina concibiendo gemelos uno de ellos hijo del dios y el otro de su marido; la responsabilidad por daño doloso, fue contemplada en la Lex Aquilia, de una antigüedad muy cercana a las “doce tablas” de los “decenviros”, expedida acaso también por los “comitia curiata” antes de la formación por centurias introducida por Servio Tulio; y fue el pretor Aquilio Gelio, quién amplió con sus formula pretorias el alcance de dicha acción a toda ofensa, incluida, según el romanista español Juan Iglesias, a la que afecta al marido contra el adúltero que ha mancillado su lecho nupcial.
Ante la reciente rememoración del lamentable incidente que cobró la vida de Rafael Moreno Valle y su esposa entre otras personas, un grupo de amigos se dio en su momento a la tarea de contribuir al esclarecimiento de los hechos tratando de alcanzar perspectiva histórica como la de Vico y rigor argumentativo como el de Ulpiano, según se narra en la novela de mi autoría: “Ifigenia entre sueños” que, con el pseudónimo de Valente Quintana fue editada recientemente de manera digital bajo el sello de “DrGloop”.
En la circunstancias que se vivían en aquellos momentos, resultó invaluable el formidable seguimiento que de los hechos en cuestión hiciera Gabriela Hernández, corresponsal en Puebla de la revista PROCESO, en la que, incluso consignó los gritos de inconformidad en el sepelio del personaje, los cuales, como dijera Ernesto Gómez Cruz caracterizando a un campesino de La Malinche en la cinta “Canoa”: “no eran muchos pero si eran hartos”.
Novela en la que, la perspectiva histórica de, al menos mediana dimensión, se anhela alcanzar hurgando en las estratagemas de las políticas de inversión que fueron atraídas a la localidad mientras perduró el liderazgo político del siniestrado, los vicios legales que enturbiaron el proceso electoral ventilado hace cinco años, y la decisión de incinerar los despojos mortales de los occisos sin que hubieran concluido las pesquisas conducentes y pese a que se esgrimieran acusación públicas de atentado, así como la disparidad cronológica entre la verificación del hecho y los diversos momentos consignados como hora del deceso entre los diversos siniestrados entre sí ; en contrapartida, dar noticia por citar un mero ejemplo, del intercambio de frases sobre el equipaje propio del traslado a una cena navideña, se queda en “la nota de impacto” tan lejana a Vico, que, por lo demás, difícilmente habría sido consignado por Cicerón, o pudiera esgrimirse en materia de alguna dramatización como la que compusiera Plauto.
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