Abel Pérez Rojas
I
Dicen, juran, que cuando lo sepultaron lo hicieron boca abajo para que no fuera a intentar salir una noche cualquiera.
En ese mar de dichos hubo quien afirmó que el cajón en funciones de féretro fue asegurado por todos sus costados con clavos de tres pulgadas.
Alguien también afirmó que, una vez depositado el cajón en el fondo de la sepultura, se le arrojó varios botes de mezcla para levantar una plancha de concreto sobre él.
Sea una cosa u otra, todos coinciden en que se tomaron provisiones extraordinarias para asegurar que el difunto no saliera de su eterna morada.
II
El Paraje de los Encinos siempre fue un lugar muy tranquilo.
Desde muy temprano el canto de los gallos fue el despertador natural de la comunidad.
Con los primeros rayos de sol las mujeres marchaban al molino de nixtamal para obtener la masa con la que se generaba la gastronomía de la región.
Los varones con las herramientas al hombro iban a realizar las primeras actividades al campo de cultivo. Un par de horas después hacían una pausa para degustar las saludables viandas que ellas les llevaban, y juntos desayunarían entre surcos y al cobijo de algún árbol.
La tarde era casi igual que al amanecer, pero con una rutina diferente.
Todos descansaban después de tomar café o atole acompañado con pan, porque al día siguiente la jornada empezaba muy temprano con los primeros cantos de los entonados emplumados.
III
Todo empezó con el primer par de chivos que amanecieron desangrados y con la piel arrancada.
El hecho alarmó a la comunidad, porque desde que el más viejo del lugar tuviera memoria no se había vivido algo así, aunque, como siempre se acostumbra en algunos pueblos, alguien dijo que alguna vez su abuelo le platicó una anécdota similar sucedida un siglo atrás.
A los pocos días fue una vaca la que amaneció en situación dantesca similar a los chivos.
Los días transcurrieron y con ello la merma al ganado de los habitantes del lugar.
En ninguno de todos los casos quedó rastro alguno o indicio de qué o quién pudo ser.
Fueron días aciagos, el miedo trocó en pánico y éste en terror.
Todos perdieron la calma.
¿Qué animal o ser maligno estaba acabando con el ganado de la región?
IV
Nadie recuerda cómo fue que Pedro llegó a la comunidad, pero sí saben que desde su arribo todo cambió.
Pedro fue un amigo para todos.
Ayudaba en el momento en que más se necesitaba el auxilio de alguien.
Siempre tenía a la mano el consejo certero, la palabra precisa, el abrazo fraterno.
Se convirtió con el paso del tiempo en el sabio del lugar, en la voz experta a quién acudir para recibir la orientación ilustrada que tanto se valora.
Pedro era el tipo por el cual pasan todos los años y siempre parece que tiene ochenta, porque se mantenía igual desde el primer día que se le recuerda.
V
Desesperados por el ganado muerto en extrañas circunstancias los pobladores de El Paraje perdieron toda sensatez.
Ni las patrullas nocturnas ni las trampas para cazar al posible depredador pusieron fin a la carnicería.
Vacas, chivos, borregos, caballos y aves fueron las víctimas del sanguinario carnicero invisible que cada vez adquiría una dimensión mítica.
VI
Nadie supo a ciencia cierta cómo se llegó a la conclusión de que ese desdichado vagabundo sorprendido en las sombras era el carnicero invisible del ganado en la región, pero las consecuencias no se hicieron esperar.
El pueblo hizo justicia por propia mano.
Aquel hombre padeció de todo.
Fue torturado hasta el último suspiro.
Como se le atribuyeron cualidades demoniacas fue sepultado de forma poco convencional.
VII
El Paraje de los Encinos se volvió un pueblo fantasma poco a poco porque el sacrificio de ganado siguió al ritmo de lo que ya se había vuelto costumbre.
Nada paró la barbarie. Nada.
Pedro fue el último en irse.
Él me lo contó todo.
Abel Pérez Rojas (abelpr5@hotmail.com) es escritor y educador permanente. Dirige: Sabersinfin.com #abelperezrojaspoeta