Teresa Vázquez Mata. El Miguel Angel de David

 

Teresa Vázquez Mata. Convirtiendo en historia todo cuanto la rodea, construye nuevos mundos. Poniéndole color y energía al verbo, descubre los conflictos existenciales del ser humano y nos invita a reflexionar. Con sobrado talento, le ha dado valor a la narrativa contemporánea, regalándonos el México de su mirada o su sentir.

Bajo la tutoría del maestro Miguel Barroso Hernández, destaca en el Taller de Escritura Creativa Miró. Y es que a Tere, escribir, se le ha vuelto una pasión a la que no quiere renunciar.

 

EL MIGUEL ÁNGEL DE DAVID

 

David siente cómo la soledad lo atormenta… Su cuerpo encorvado y de movimientos torpes, muestra al hombre miserable que, más allá de 65 años, pareciera cargar todo un siglo sobre sus espaldas. Las culpas lo han debilitado y sólo recuerda los momentos desafortunados que vivió; jamás las buenas experiencias y mucho menos a esos seres humanos excepcionales con los que coincidió, sin haber hecho nada para merecerlo.

Hace unos meses quedó viudo, después de un matrimonio de poco más de treinta años. La insuficiencia renal acabó con su mujer en poco tiempo.

Ahora vive en esa casa llena de habitaciones vacías. Una casa enorme, porque problemas económicos no tiene. Y es que se convirtió en dueño de la cadena de taquerías más popular en la ciudad. Las cincuenta y tantas sucursales preparan salsas al momento y en presencia del cliente, de acuerdo a cada gusto.

Hace muchos años, cursando el último semestre en la facultad de Economía, David conoció a una chica encantadora y salieron unas cuantas veces. Ella estudiaba filosofía y juntos iban a ver cine de arte para, a la salida, hacer un análisis concienzudo de la película. Para él, Martina no era más que una amiga con la que le gustaba pasar tiempo, sobre todo desnudo: ¡sólo eso!

Hoy recuerda las palabras de la chica, uno de aquellos días, mientras cenaban:

—Estoy embarazada y voy a tener a tu hijo.

Se atragantó y no pudo respirar durante unos minutos:

—Pero yo no estoy preparado.

—¿Y a poco crees que yo sí? ¡Para esto nadie te prepara!

David abrió su cartera, sacó todo el dinero que tenía y poniéndolo en la mesa le dijo:

—Mañana te doy más. Puedo investigar… alguna clínica donde… O mejor, si te sientes más cómoda, hazlo tú; yo corro con los gastos.

Ya no supo que Martina pasó la noche llorando, ni que sus padres aceptaron apoyarla; mucho menos el día en que el bebé nació.

El niño tampoco preguntó por él. Creció sabiendo que no era de probeta pero, con tanto amor rodeándolo, el tema del progenitor nunca le importó.

Miguel Ángel —que así le pusieron— se convirtió en escultor; pero como el arte algunas veces no paga las cuentas, atiende las verdulerías de la familia. El abuelo bien lo dice: “nuestro negocio deja centavos pa′ comer todos los días y pa′ que el cochinito se trague algunas monedas”. También le servía para comprar bronce o plomo y esculpir pequeños encargos que le hacían.

“¿Lo habrá tenido? Si, finalmente, nació ¿se parecerá a mí?” —le pregunta David a la figura en contrapposto que corona la fuente del jardín. El joven artista que la hizo plasmó muy bien la inexpresividad de su rostro.

Cuando sobra el tiempo, los pensamientos se agolpan y el ceño se frunce como el de la escultura. ¡Lo sabe!: no tuvo hijos con la esposa y nunca será llamado papá por el hijo de Martina.

¿De qué le sirve el imperio que construyó?

Las taquerías sólo reportan utilidades y su personal administrativo se encarga. Él, ni siquiera les echa el ojo. La semana pasada lo visitó uno de los gerentes. Hablaron de números, de operaciones, de algunas quejas y finalmente le informó:

—Jefe, para las sucursales del sur y el oriente estaremos trabajando, a manera de prueba, con un proveedor de cebolla, jitomate, tomatillo, aguacate, chiles y yerbas. El tráfico de la ciudad es terrible, estamos invirtiendo mucho tiempo, recursos en los traslados y el negocio del que le hablo es grande. Nos pueden surtir de inmediato. El producto tiene muy buena calidad; además, lo atienden personalmente sus propietarios: un señor mayor y su nieto.

—Si así lo deciden, por mí está bien —aseguró David con la conformidad de los que ya no le dan importancia a nada y pensó en lo afortunado que debía sentirse aquel hombre, junto al nieto que cuidaba sus intereses y, seguramente, lo amaba.