PULSO POLITICO. Repensar a Acapulco, proponen intelectuales guerrerenses

Gabriel Sánchez Andraca

 

El paso del huracán Otis por las costas de Guerrero, dejó en completa ruina al primer gran centro turístico de México, la ciudad y puerto de Acapulco, que por sus bellezas naturales, en los años cincuenta, tuvo un crecimiento espectacular que lo convirtió en un atractivo turístico de tipo mundial.

La ciudad que conocí cuando niño, era un pueblo grandote cuya población difícilmente llegaba a los diez mil habitantes. En el censo de 1910, tenía poco más de cinco mil habitantes y ocupaba el tercer lugar entre las poblaciones importantes de Guerrero, que nunca ha tenido grandes ciudades.

Chilpancingo, la capital del estado, contaba con unos cientos de habitantes más que Acapulco y Chilapa de Alvarez, de donde soy originario, rebasaba los once mil. Por eso fue escogida por la Iglesia Católica, como cabecera de la diócesis en el siglo XIX, que comprendía a todo Guerrero.

Antes de 1926, en Acapulco empezaron a llegar los primeros automóviles, después de haberse inaugurado la carretera que comunicaba al puerto con la capital del país. Fue en los años cuarenta cuando empezaron a surgir los primeros hoteles importantes y durante el gobierno de Miguel Alemán Valdés, se dio el más fuerte impulso para hacer del puerto guerrerense, el centro turístico que en ese entonces, fue el más importante de México.

La construcción de la Costera, que lleva el nombre de Miguel Alemán, dio pié a la acelerada urbanización del puerto.

Lo demás ya es conocido por todos: fue un centro de diversión básicamente, en el que se filmaron películas, surgieron cabarets, centros nocturnos, bares, en fin, todo lo necesario para que las clases medias y ricas del país y de otras naciones, principalmente Estados Unidos y Canadá, pasaran vacaciones en un ambiente de fiesta y liviandad.

EL PUERTO CRECIO, SE DESARROLLO SIN TON NI SON y con zonas perfectamente delimitadas; colonias de lujo, zonas hoteleras para ricos y muy ricos y una población mayoritaria con pobreza, sin servicios básicos.

Era lógico que creciera la delincuencia, no solo en el puerto, sino en las costas Grande y Chica y que surgiera la drogadicción y el comercio de la droga con todos los problemas que ello implica.

La explotación de los trabajadores estaba a la orden del día. Los niños y jóvenes abandonaban las aulas para dedicarse a la vagancia acompañando a las “gringuitas” que se atravesaban en su camino.

Los padres de familia que tenían posibilidades, enviaban a sus hijos e hijas a estudiar a Chilpancingo y a Chilapa, municipios del centro del estado, para evitar que cayeran en vicios o en la vagancia.

Chilapa era la única población de Guerrero, que tenía escuelas, para niñas y niños, de tipo confesional católico, con internados para mujeres atendido por monjas y para hombres, atendido por sacerdotes diocesanos. Llegaban a ellos estudiantes de varias partes del Estado, pero el grueso de la población estudiantil, era de costeños. Lo mismo ocurría en Chilpancingo, pero ahí todas las escuelas eran oficiales, laicas y gratuitas.

ESO ES PRECISAMENTE LO QUE ESTAN RECLAMANDO guerrerenses destacados, que el nuevo Acapulco no sea una ciudad solo para la diversión y el vicio, sino que se impulse, mejor dicho que se cree, aprovechando la ocasión, una infraestructura cultural y deportiva, para que los visitantes puedan disfrutar de eventos culturales y deportivos, de calidad que se ofrecen en otras ciudades, como conciertos, festivales de danza, exposiciones, obras de teatro, ferias del libro y de cine, en fin, que se le dé dignidad al puerto y a todo Guerrero que siempre ha sido abandonado en ese aspecto. También pueden organizarse campeonatos deportivos, desde box, hasta de basquetbol, futbol, volibol, etc.

Y que se frene la explotación de los trabajadores que carecen de sueldos dignos y de prestaciones de las que ya gozan en otras partes del país.

Como guerrerense, este columnista, se une a ese movimiento.