Teresa Vázquez Mata. Golpe a golpe, verso a verso (II)

Teresa Vázquez Mata.

Convirtiendo en historia todo cuanto la rodea, construye nuevos mundos. Poniéndole color y energía al verbo, descubre los conflictos existenciales del ser humano y nos invita a reflexionar. Con sobrado talento, le ha dado valor a la narrativa contemporánea, regalándonos el México de su mirada o su sentir.

Bajo la tutoría del maestro Miguel Barroso Hernández, destaca en el Taller de Escritura Creativa Miró. Y es que, a Tere, escribir, se le ha vuelto una pasión a la que no quiere renunciar.

 

 

GOLPE A GOLPE, VERSO A VERSO (II)

Muchas mujeres, aseguran que procrear es uno de los requisitos de la feminidad; que no hay felicidad completa, ni realización, sin un hijo de por medio. Al menos uno —insisten— así no seremos señaladas.

María recordó la conversación que sostuvo con una mujer, de casi setenta años, inteligente y destacada en la industria del cine. La señora, había utilizado las instalaciones de la empresa familiar, para grabar algunas escenas de su película. Trabajaba más de doce horas al día y no tenía intención de jubilarse.

—A largo plazo, quizás —le dijo—; pero ahora disfruto mucho dirigir, el proceso creativo previo, el resultado final… ¡Y pensar que estuve a punto de renunciar…!

—¿Cómo? —indagó María para aterrizarla, porque parecía haberse quedado buscando en las historias del pasado.

Sin empacho alguno, admitió que tuvo a su hijo porque accidentalmente había quedado embarazada y su formación judeo-cristiana le impedía acudir al aborto.

Ella no tenía instinto maternal y con el recién nacido en sus brazos pensó: “¿Qué voy a hacer con este extraño? ¿Y mi carrera?”

—Auxiliada por una nana, nos íbamos a donde tuviera que trabajar. A veces, lo llevaba a los columpios y al tercer empujón me aburría y lo impulsaba más fuerte, como sucede en los dibujos animados, para que se meciera solo. En las noches insistía: “¿jugamos a que tú eres un tiburón?” Y yo le decía: “de momento no, bebé; ahorita estoy dialogando con Platón” Y seguía leyendo muy seria, pensando que el niño tendría que entender que estaba ocupada y respetaría mi espacio.

Su sinceridad, no hablaba de desamor y mucho menos de desprecio; tampoco de resignación por «cargar aquella cruz»: como habrían dicho las señoras del siglo antepasado. Sin haber estado en sus planes, hizo todo lo que estuvo en sus capacidades y, por el resultado, lo hizo bien.

—Hoy él es un profesional destacado y nos queremos mucho, la verdad. Cuando viene a la casa y ve que estoy inmersa en el trabajo, suele interrumpirme con el: “¿jugamos a que tú eres un tiburón?” No estoy arrepentida, pero de haber sido atea, la historia sería diferente.

“Y, entonces, ¿qué falló con mi primo?”

La duda era asidua visitante en la cabeza de María y desde el balcón del museo, perdiéndose en la noche iluminada por una ciudad infinita, tras un trago de champagne; volvió a los días en que una madre lloraba derrotada…

 

CONTINUARÁ…