Teresa Vázquez Mata.
Convirtiendo en historia todo cuanto la rodea, construye nuevos mundos. Poniéndole color y energía al verbo, descubre los conflictos existenciales del ser humano y nos invita a reflexionar. Con sobrado talento, le ha dado valor a la narrativa contemporánea, regalándonos el México de su mirada o su sentir.
Bajo la tutoría del maestro Miguel Barroso Hernández, destaca en el Taller de Escritura Creativa Miró. Y es que, a Tere, escribir, se le ha vuelto una pasión a la que no quiere renunciar.
GOLPE A GOLPE, VERSO A VERSO (I)
María es diferente a muchas mexicanas. Desde niña lo supo. Hoy, entre la multitud, se mimetiza; podemos ver cientos, miles como ella, en las calles. Pero hay algo que la excluye del promedio. No son los rasgos físicos, ni la manera cómo actúa; es la convicción con que decidió romper introyectos o enfrentarse a situaciones dilemáticas.
—Tus exámenes están perfectos —aseguró el médico que, por años, ha cuidado la salud de la familia—. Sin caer en la imprudencia sólo quiero comentarte que ya pasaste los 33 años y, cada vez, va siendo más riesgosa la maternidad. A tu madre le encantará…
“¡Siempre con la misma cantaleta!” —pensó María. Las críticas y los consejos no solicitados, le han llovido toda la vida; al grado de preferir alejarse de muchas personas o evitar reuniones donde, invariablemente, saldría a relucir el tema con las consabidas expresiones de asombro o censura.
Aquella noche, sin embargo, no estaba dispuesta a estropearle los planes al destino. Olvidó las voces disconformes, al doctor y a las tías de sus amigas diciéndole: “Cambiarás de opinión un día…”
Era Julio de 1998 y asistió a la inauguración de la exposición fotográfica “The World’s Tribes and Subcultures”, en el museo de Arte Contemporáneo de la Ciudad de México. El artista americano había retratado a todas las tribus del planeta. Tenía el don de plasmar en cada imagen la esencia de sus modelos.
Lampones, esquimales, tarahumaras, jíbaros, entre otros, colgaban de las paredes. María imaginaba una historia tras cada rostro. Los ojos le hablaban. Las posturas, la manera de vestir: los diferenciaban. Podía olerles la angustia, el miedo; sentir cómo la felicidad les inundaba el pecho.
Se detuvo en la sonrisa de una mujer indígena, originaria de Amatenango del Valle. La única mexicana de la colección, llevaba la luz del sol en los labios. Había visto un reportaje sobre aquella comunidad del estado de Chiapas. Muchas de sus habitantes se negaban a contraer matrimonio.
“Tampoco necesitamos ser madres, porque perdemos la libertad”, decían.
Los periodistas y etnólogos, aceptaban tales posturas. Ninguna de las entrevistadas consideraba la maternidad como parte esencial de sus vidas y era muy respetable.
—¡Pero qué sorpresa! —Interrumpió, en voz alta, una de esas señoras que siempre busca destacar en cualquier evento social—. Hace mucho que desapareciste del Club. ¿Qué es de tu vida? ¿Te casaste, por fin? —Y sin dar tiempo a respuestas, sacó de su cartera varias fotos—. Mira que linduras… ¡No sabes! ¡Me traen loca! Tuve que dejar mi empleo en el banco, pero por ellos todo vale la pena. Tú no tienes hijos, ¿verdad? ¡Anímate! Hazme caso que yo sé lo que te digo.
Así como llegó, se fue; sin detenerse en la exhibición, saludando a desconocidos y mostrando a los del Club las fotografías de sus gemelos que, por alguna razón, no habían sido seleccionados como parte de la obra expuesta por el artista.
Con sobredosis de intolerancia a la imprudencia María salió a la terraza. Necesitaba tomar aire y despejar la mente. “¿Estamos arañando el año 2000 y en verdad no nos cambia el pensamiento? —se cuestionaba—. ¿Las mujeres, de cierta edad, sólo pueden tener conversaciones alrededor de su progenie? ¿Y los demás temas?”
CONTINUARÁ…