Tercera Antología Internacional de Poesía (Sabersinfin)
EFIGENIO MORALES CASTRO. Nació en Papantla, Ver., realizó estudios en la Escuela Superior de Economía del Instituto Politécnico Nacional en la Ciudad de México; es egresado de la licenciatura en Lingüística y Literatura Hispánica, facultad de Filosofía y Letras de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Alumno de la licenciatura Patrimonio Histórico, Cultural y Natural de la UBBJG sede Papantla. Ha publicado en 19 antologías en México, 4 en Madrid, España y 2 en Buenos Aires, Argentina. Libros publicados: Vientos encontrados (1995), La apariencia perpetua (1999), Muros aparentes (2001). Coágulo (2009). Ganador del 74’ Concurso Internacional de Poesía y Narrativa, en Buenos Aires, Argentina, 2021.
LA MENTE AGARRANDO CON LOS PIES
¿Por qué, tú, Miguel Hernández,
al estar encerrado en una celda franquista,
moriste abrazando
un libro de García Lorca?
¿Mas por qué no puedo morir
con un puñado de cuentos
que ella escribió con su conciencia
clara y vocación de cuentista?
Quizá porque tú dijiste:
“No, no hay cárcel para el hombre,
no podrán atarme, no”.
A diferencia tuya, sigo callado.
Déjame contarte, poeta de voz libertaria,
que la amo sin temor.
Tal vez también amaste, lo hiciste a tu pueblo,
yo también soy pueblo… ella
también lo es.
Por eso ahora grito mudo: ¡¿Por qué no puedo morir con
un puñado de cuentos de ella?!
¿Será mucho pedir entrar a ese mundo de papel
para dialogar con sus personajes, y me cuenten
los secretos de esa pluma piel barro?
Por eso quiero sucumbir, y que cada página
que escribió, me tienda sus manos invisibles
para poder abrazarla en mis últimos segundos
que tenga de agonía.
Miguel Hernández: enséñame
cómo morir abrazando un libro:
para ser también libertario
de mi pueblo, donde ella pisó el suelo
con su imaginación y yo pueda gritar en mi último
instante de suspiro como tú también lo hiciste:
“se me durmió la sangre en la camisa…”
LOS OJOS DE MI MEMORIA
Dedicado a Colombia
Cuando los ojos de mi memoria
vieron todo,
tenía nueve años de edad.
Desde esa línea de tiempo
mi alma comenzó a dejar
tirado su esqueleto.
Los esqueletos de los hombres
se pudren, los de las almas flotan.
Existen de todos tamaños.
Los ojos de mi memoria aprendieron
a mirarlos… y platicar con el silencio
que tienen impregnado
esas almas con cuerpo de aire,
con olor a tierra profunda
pululando en la nada.
Con coraje de cincuenta y dos años.
Por eso,
cuando los ojos de mi memoria
vieron todo,
apresuraron a crecer,
a dialogar con la vida y con la muerte,
a comer sin mover la boca,
bajo el silencio del fuego
lleno de miedo y odio,
a corretear almas que sí eran almas
Pudriéndose
con el dolor en el cuerpo diurno
y agonía nocturna.
Por eso,
cuando los ojos de mi memoria
vieron todo,
corrieron en el tiempo
hasta encanecer;
pidiendo asilo Norte-Sur
Este-Oeste,
sin que un rostro trigueño
asomara en el balcón de las ilusiones.
Las playas fueron rojas
las selvas verdes-tristes.
Jamás dijo
que la paz tuviera alas blancas,
sonrisa de miel y mejillas alegres.
La paz estaba atragantada
de pólvora:
se ahogaba de tanto aliento de muerte.
Por eso,
cuando los ojos de mi memoria
vieron todo,
no quisieron envejecer:
retornar a la niñez de nueve años
fue el anhelo.
Mas los ojos de mi memoria
tenían grietas en los pies:
sangraban,
lloraban lodo de guerra:
manos invisibles con mente dormida
quisieron que la tierra
siguiera oliendo a pólvora.
Los ojos de mi memoria se sentaron:
cansados y heridos
mirando hacia lo lejos: a Medellín,
donde la muerte estrenaba ropa…