El 1 de julio se cumplieron cinco años de las elecciones que llevaron a la Presidencia de la República a Andrés Manuel López Obrador.
En 2018, AMLO resultó electo presidente de México al obtener el 53.2 por ciento de los votos emitidos, más de 30 puntos arriba que el segundo lugar de Ricardo Anaya con un muy lejano 22.3 por ciento.
Para Morena y AMLO hay motivo para recordar ese triunfo arrollador a cinco años de distancia.
En el viejo sistema político mexicano, el quinto año de un gobierno representaba la cúspide del poder. Era entonces cuando el presidente en turno usaba el poder metaconstitucional que tenía para designar a su sucesor.
Y es que, los prospectos, durante muchos meses, buscaban agenciarse la voluntad presidencial tratando de mostrar que ellos protegerían al jefe del Ejecutivo tras su salida y que representarían la garantía de continuidad de su proyecto. Se trataba de un juego de simulaciones, incluso de impunidad.
Tuvimos casos muy connotados en los cuales el político que resultó favorecido por la voluntad presidencial, después de ser ungido como candidato, cambió radicalmente su comportamiento.
Quizás el caso más referido sea el de Luis Echeverría, al cual Gustavo Díaz Ordaz consideraba como el más adecuado para continuar con su gestión y estilo de gobierno.
Echeverría cambió radicalmente tras obtener la candidatura, al grado de que Díaz Ordaz consideró seriamente reemplazarlo.
Al propio Echeverría le ocurrió lo mismo cuando, al elegir a su amigo de juventud, José López Portillo, pensaba que iba a obtener protección y continuidad. Y acabó ‘exiliado’ en las Islas Fidji. No le cuento más casos, son muchos. Hoy nos enfrentamos a un proceso diferente.
En primer lugar, el presidente López Obrador, aun si tuviera la potestad de definir al candidato de Morena, no puede asegurarle el triunfo en las elecciones constitucionales.
Pero, además, metió a los presidenciables de su partido en un complejo proceso de competencia, cuyo desenlace es incierto y está generando incertidumbre entre los morenistas.
El quinto año de gobierno, sin embargo, está resultando paradójico.
En el pasado era entonces cuando comenzaban los problemas económicos y financieros.
Hoy el buen desempeño de las principales variables económicas ha superado todas las expectativas.
Pero, al mismo tiempo, en materia política nos estamos enfrentando a una circunstancia inédita en la cual se va a requerir mucha habilidad y suerte para impedir que la competencia al interior de Morena genere diferencias y fracturas que al final de cuentas conduzcan a un debilitamiento del movimiento que encabeza el presidente de la República.
En su celebración, el presidente llamó a su movimiento a reunirse en el Zócalo para celebrar los cinco años de su triunfo electoral. Más que festivo el tono fue defensivo y ofensivo.
Defensivo respecto a las críticas en temas de seguridad y crítico de los opositores. Estuvieron presentes todas las ‘corcholatas’, pero el sentido de unidad no se dejó sentir.
El Frente Amplio Opositor, que ya ha comenzado a registrar sus aspirantes, tiene una oportunidad que no puede dejar pasar si quiere estar en la competencia.
Más allá de la determinación de algunos prospectos de no participar, todavía tiene oportunidad de aprovechar el debilitamiento que eventualmente podría registrar Morena, como producto de una competencia en la que no acaba de darse en un piso parejo.
Hay quienes piensan que ya todo está resuelto y que lo único que resta por resolverse es el candidato o candidata de Morena para saber quién será el próximo presidente de la República. La historia aún no está escrita. El quinto año ahora ya no es como los de antes.