César Cariño. Elegía a mi madre

CÉSAR CARIÑO GARCÍA. Nació en San Gabriel Chilac, Puebla en 1946. Ha escrito los libros: Los días de muertos en San Gabriel Chilac, Puebla 1492-1992 (Tradiciones), Poemas y Reflexiones para mis hijos, La guitarra (novela), Los zaraguatos (Cuento); A mi amada (Poemario); Mis personajes… preferidos, guías, predilectos, admirables (semblanzas); Tehuacán, horizonte del tiempo (colaborador), Imágenes y remembranzas (co-autor), entre otros.  Obtuvo una mención honorífica en el Concurso Esquío en Coruña, España, por su poemario Poemas y reflexiones. Fue postulado para el Premio Príncipe de Asturias en Letras, por su libro de tradiciones Los días de muertos en San Gabriel Chilac, por el Ayuntamiento Municipal de Tehuacán, Puebla. Grabó el disco Joyas musicales del recuerdo en guitarra instrumental. Fue profesor de Lengua y Literatura en varias escuelas y colaboró impartiendo cursos, recitales, entre otras actividades.

 

Elegía a mi madre

 

No esperaste el albor de un nuevo día.

Tus ojos se quedaron dormidos y cerrados

y amanecieron en otra eternidad,

en otra dimensión, en otra excelsitud…

Allá… donde tú deseabas reunirte

con el ser que te brindó sus brazos

y resguardó el amor por unos días.

 

Y hoy, cumples ese anhelo

de reunirte con tu amado esposo,

y la Ascensión del Señor

te conduce a esa cálida morada,

destinada a vivir eternamente.

 

Tu sueño meditado se ha cumplido.

Y te has ido sin decir adiós,

con los ojos cerrados,

–quizás– por la pena cometida

y por no ver suspiros y más lágrimas,

sin esperar la aurora peregrina

que cabalga en su diáfana porfía,

y ahora te encamina en el celaje,

en este gran paisaje; un noble atardecer.

 

¡Madre, te has ido sin decir adiós,

porque bien sabes tú, que estás entre nosotros!

¡En tu entrega de madre cariñosa

y tierna esposa de abnegado acento

y fiel servidora de un Dios omnipotente!

La mujer ejemplar de cálida sonrisa,

de humildad bienhechora

y dulzura encendida,

como la viva lágrima

que hoy derramé en la aurora;

–después de tu mortal aliento–

de tristeza infinita y vital alegría,

musitando tu ausencia y anhelando tu meta

hoy cumplida en tu cita divina.

 

¡Gracias madre, por vivir tu seno!

Por tu cálido arrullo convertido en recuerdo.

¡Por tu último triunfo… conquistado en el cielo!