EN LAS NUBES
Carlos Ravelo Galindo, afirma:
“Y tú te vendes, quién pudiera comprarte, quién pudiera pagarte, un minuto de amor”, diría uno de los tres grandes prolíficos mexicanos, Agustín Lara que recuerda la propensión del ser y sus productos a ser mercantilizados.
La propia Biblia rememora el pasaje de un Jesucristo iracundo que expulsa a latigazos a los mercaderes del templo.
El comercio, es casi tan antiguo como la estirpe humana.
En un principio vía trueque y luego como moneda cualquier objeto considerado valioso, como la sal o granos de cacao, o pepitas de oro o con ganado, de donde viene la palabra pecuniario. Pecus-pécoris latín.
El comercio, pues, es una actividad legítima y reconocida por la constitución, por lo que decir prensa vendida no debe ser insultante u ofensivo, aunque haya una preterintencionalidad en espetarlo.
Hay quienes venden su pluma o su medio y hay quienes se los compran, tanto, como hay quienes compran esos medios o los espacios.
En los 650 protestantes, ni son todos los que están. Ni son todos los que son. Así de sencillo.
En un mundo ideal, nada se debería de vender y nadie debería de comprar. Pero hace 3,180 años ya el Código de Hammurabi regulaba el comercio.
Así que no nos extrañe que la prensa o los periodistas, o las estaciones de radio y sus locutores, o la televisión o las redes sociales y sus espacios o usuarios realicen actos de comercio abiertos o encubiertos.
La compraventa de la prensa o de otros productos culturales como la música, la pintura, la literatura, la arquitectura o incluso el saber científico, tiene miles de años en el mercado.
Sirva este prefacio para compartir el punto de vista del licenciado y catedrático de la Universidad Anáhuac, don Ramón Ojeda Mestre, nuestro amigo, cuando nos dice, no precisamente prensa bendita, que añadimos nosotros.
En este artículo cuando decimos prensa vendida aludimos genéricamente a periódicos, revistas, redes sociales, hojas parroquiales, radiodifusoras, televisoras, cinematografía noticiosa o publicitaria, pegotes en mobiliario urbano, etcétera.
Desde siempre, para mantenerse y mantener a sus dueños o editores, los medios de comunicación se venden.
De allí que lo de prensa vendida, cuando no se utiliza con animus laedendi o peyorativamente, puede describirse a cabalidad el fenómeno o binomio casi inseparable o indisociable de publicación-comercio.
La prensa se vende, toda, para sobrevivir.
Cobran el director, los trabajadores del taller o del estudio para grabar, del diseño computarizado, de los criterios editorializados, que, aunque en ocasiones como en el caso de este tlacuilo y jarocho tecleador de veras, de todas maneras, hay una especie de precio de facto que se cubre con el espacio que se utiliza electrónica o periodísticamente para publicar.
Es decir, aunque no cobre el editorialista, el editor tiene que pagar por el espacio electrónico, las computadoras, la electricidad, la “cargada” electrónica o acústica del material, mendingar anuncios o recibir “proposiciones que no puede rehusar” de poderosos o acaudalados, así, toda la prensa se vende.
En los periódicos impresos es muy claro:
Se compra el papel, las enormes maquinarias metálicas, el hardware o software. Se paga a los trabajadores del taller, los redactores, formadores, reporteros, artistas, caricaturistas, genios y parásitos que nunca faltan, los editorialistas ya mencionados.
En las estaciones de radio le cobran a usted por una simple mención de su empresa, de su producto o de su nombre o por omitir ciertas cosas o casos que a usted no le gusten o no le convengan.
También el silencio es una mercancía asaz valiosa.
Como soy maestro universitario en derecho sé que hay atenuantes, agravantes, o excluyentes de responsabilidad o de imputabilidad, e incluso lagunas de tipicidad, así que no me atrevo a decir que sea bueno o malo que la prensa se venda.
Que el escritor editorialice sesgado por consigna o que el reportero tergiverse los hechos o el cronista mienta deliberadamente o que todos se presten a recibir los pagos de la adulación o de “una buena imagen” a tal grado reconocido y aceptado oficialmente el “nauseabundo pecado”.
Que en los presupuestos municipales, estatales, federales y empresariales privados se dan casos de partidas abiertas para cubrir “con foto y video porfis” los casos de la desinformación pagada.
Las redes sociales han caído en los mismos vicios que planteara Honorato de Balzac en su Comedia Humana cuando describe en el capítulo “Un hombre de provincia en París” cómo se configura el fenómeno de la corrupción periodística.
Sin embargo, pensar o decir, que todo material publicado, impreso o digital, audible o visible, e incluso tocable vía sistemas Braille o similares, es vendido o torcido, resultaría no solamente erróneo sino imposible de comprobar.
Lo que sí podemos creer es que aún el más ecuánime de los filósofos o de los literatos, tienen creencias, convicciones o filias y fobias, que hacen casi imposible leer a alguno que no muestre sus inclinaciones por muy listo que sea.
Para los toros del jaral los caballos de allá mesmo o entre gitanos no se leen la buena ventura.
Pero no hay duda de que a las mujeres periodistas al igual que a los varones o mixtos se les nota fácilmente cuando pecan por la paga de quienes pagan por pecar. Como dice Manzanero el inmortal peninsular: Somos obvios.
Quienes escriben emocionadamente en las redes sociales con o sin recato a la ortografía, a la prosodia o a la sintaxis e incluso con o contra la decencia y las buenas costumbres, parecieran conmovedoramente auténticos y sinceros.
Vienen tan sesgados como todos los demás que pertenecemos al antiguo venero de la rupestricidad o del petroglifismo, ya que utilizaron los muros de las cuevas para publicar sus hazañas, sus creencias, sus advertencias o sus descubrimientos científicos
No sabemos si era prensa vendida pues podría ser un arranque de inspiración del esteta, pero podría ser una orden del chamán o del Tlatoani para “comercializar” el temor, la reverencia o la identidad gregaria. No creo que fuera así, pero aquí no es mezquita para manifestar creencias.
Nosotros insistimos, dígase lo que se diga, con razón o sin ella, en llamarla desde hace setenta cinco años en que “debutamos” como aprendiz en Excélsior:
Prensa bendita.