Traicionando sus principios y su historia, si un partido en Puebla ha aprendido a flotar, con relativo éxito, sin despeinarse y con la única aspiración de conservar un puñado de municipios pequeños y posiciones plurinominales es el PRI. Para ello, lo mismo es a ratos aliado de Acción Nacional y algunos de sus gobiernos, como el de la capital poblana, y en otros también un colaboracionista y socio legislativo de Morena.
La línea que sigue el PRI en el estado es una calca de lo que su dirigencia nacional hace en el terreno federal. Cambia de cachucha y alterna sus convicciones dependiendo de qué son le convenga bailar.
El presidente del Comité Directivo Estatal (CDE), el diputado local Néstor Camarillo Medina, ha sabido, eso sí, sacarle jugo a la irrelevancia electoral de su instituto. Juega a que le interesa acompañar al PAN en las boletas en 2024, como lo hizo en 2021, aunque no lo hace de forma contundente.
Sin embargo, si es necesario encarecer las negociaciones para sacar ventaja, se pone “bravo” y hasta amaga con ser él, candidato a la gubernatura. Ya no solamente a la alcaldía. De plano el amago es con un blof mucho mayor, pero con notable inviabilidad.
En Puebla, la amenaza del tricolor de divorciarse del panismo la capitaliza en coqueteo para el Morena.
Con el régimen es aliado legislativo en lo local, como lo es también, por momentos, también en lo federal.
Con todo y la vapuleada que la gobernadora morenista de Campeche, Layda Sansores, le puso al presidente nacional del PRI, Alejandro Moreno, con la revelación de audios comprometedores y la guillotina de procesos judiciales, el PRI le sirvió al régimen para el tema de la ampliación del periodo de las Fuerzas Armadas en tareas de seguridad pública.
En San Lázaro, Alito y los suyos han capoteado el temporal matizando su comportamiento. Antes a eso se le llamaba chaquetear.
También juegan a la rebeldía y de pronto se unen al PAN, como en la Ciudad de México, en donde ya sellaron una alianza para 2024. En Puebla eso todavía está en duda, aunque al exterior dicen que la habrá.
Las mediciones le dan al priísmo menos de una decena de puntos en las proyecciones estatales, lo que lo aproxima más a ser un partido satélite, más cercano a la desaparición que a su empoderamiento, como lo hizo en el 2000.
De ser así, poco útil le es al PAN, que requiere mucho más que eso para competirle realmente a Acción Nacional.
También en Puebla, el coordinador de los diputados locales, Jorge Estefan Chidiac, ha sabido acompañar con utilidad a la administración estatal.
Si algo sabe el dos veces diputado federal es negociar. Es un camaleón. Un hábil político que siempre cae parado. Lo hizo con Moreno Valle, lo hizo con Tony Gali, lo hizo con Miguel Barbosa y ahora lo hace con Sergio Salomón.
Pero, lo que sí es una realidad, es que el rompimiento de la posible alianza Va por Puebla (PRI, PAN y PRD) resultaría muy conveniente para Morena.
Si esto se hiciera realidad, se habría acabado cualquier posible dolor de cabeza para el 2024. Porque ya el morenismo tiene bastantes problemas internamente, incluso hasta más duros, con los que tiene que lidear.
En días pasados, la casa encuestadora Consulta Mitofsky mostró sus trabajos sobre las proyecciones nacionales. El tricolor vale electoralmente en el país 12.1 por ciento. No le alcanza para nada. No puede poner ninguna condición. Es irrelevante.
Se ve tan lejos aquella época en que era el Partido de Estado. Ni cenizas quedan.