Teresa Vázquez Mata. Convirtiendo en historia todo cuanto la rodea, construye nuevos mundos. Poniéndole color y energía al verbo, descubre los conflictos existenciales del ser humano y nos invita a reflexionar. Con sobrado talento, le ha dado valor a la narrativa contemporánea, regalándonos el México de su mirada o su sentir.
Bajo la tutoría del maestro Miguel Barroso Hernández, destaca en el Taller de Escritura Creativa Miró. Y es que a Tere, escribir, se le ha vuelto una pasión a la que no quiere renunciar.
Tesoros
Soy Juan Luis Cárdenas Ríos: heredero del rancho las Águilas, aquí en Durango. Cultivamos el nogal y criamos ganado desde hace casi 200 años. En el futuro, todas esas tierras y reses serán propiedad de nuestro hijo; que también llevará mi nombre, como lo tuvo papá, el abuelo y hasta el bisabuelo.
Así enamoramos por estos rumbos y ella sabía que, teniéndome, ganaba un gran trofeo. Yo no estaba muy de acuerdo con tales conformidades o costumbres, pero tampoco me disponía a cambiarlas. De hecho, una mexicana —viral en las redes sociales— pregonaba que el hombre era la cabeza de la familia y la mujer había nacido para obedecerlo y respetarlo.
¿Quién era yo para contradecirla? —pensaba, pero el destino es muy cabrón y las opiniones, de la noche a la mañana, cambian.
—¡Acompáñame! —le pedí a Aurora. Finalmente conocería el volumen del tesoro que papá escondiera y ella, como mi prometida, tenía velo en el desentierro.
“Sólo cuando decidas casarte podrás buscarlo” —decía el viejo y le guiñaba el ojo a mamá que, sabiéndose cómplice, solo reía. Se amaban mucho los canijos. Pero la curiosidad llevaba 15 años mordiéndome el cerebro.
En el mapa, que me entregaron aquella tarde, venía dibujado el plano del rancho y entre los dos más viejos nogales había una gran X. Allá fuimos y luego de excavar tres cuartos de hora, Aurora encontró la caja metálica que pensé estaría llena de centenarios.
Celebraríamos nuestra boda al estilo de los reyes ingleses y viajaríamos a España o a la mismísima China si deseábamos.
¿Qué creen? La sorpresa fue, primero, desconcertante. Luego, lo entendí todo…
Dentro del “cofre” encontramos la foto de mis bisabuelos, posando junto a una vaca, frente a dos tiernos nogales. También había un relicario con un rizo dentro, un peine de hueso y una carta.
“Querido hijo —leí—. Ama a tu esposa, como yo amé a tu madre que vendió su pelo, por unas cuantas monedas de plata, para comprar estas tierras que nos dan de comer”.
¡Hay tradiciones que no pueden morir! —sonreí. Besé a Aurora y enterramos, nuevamente, el tesoro.