· El Dr. Rodolfo Gamiño reflexiona sobre el contubernio histórico entre el gobierno y los intelectuales
Desde los últimos cinco sexenios la narrativa neoliberal ha sido hegemónica, desde entonces padecemos una inmovilidad de pensamiento emanada de una ‘intelectualidad’ que además de ser autoproclamada y autopromovida es sumamente acomodaticia a los tiempos y a las necesidades de la democracia, a sus ojos, una democracia sin adjetivos y, casualmente, nunca contingente.
El monólogo perpetuo tiene antecedentes históricos, herencias culturales y políticas que se han firmado o pactado tanto por la lealtad, la condescendencia, la afinidad ideológica, los intereses comunes y por la cohesión del Estado y sus instituciones con las y los intelectuales que han capturado desde hace al menos 30 años los medios de comunicación, las instituciones educativas, centros de investigación, instituciones culturales, editoriales y, en general, el orbe del pensamiento y las letras.
Las herencias
En mi libro intitulado Guerrilla, represión y prensa…, publicado en el año 2011 (primera edición) por el Instituto Mora, sostuve que los pactos de lealtad entre las empresas informativas y el Estado mexicano posrevolucionario se consolidaron por dos elementos interrelacionados: los internos de orden político-económico y los externos de orden social.
Bajo el mandato presidencial de Miguel Alemán se instituyó el Día de la Libertad de Prensa el 7 de julio de 1952, ocasión especial para que los periodistas, intelectuales e instituciones informativas se rindieran ante el presidente en turno, le externaran halagos y enarbolaran las bondades que en materia de libertad de expresión otorgó la revolución mexicana. El presidente correspondió argumentado que los intelectuales, la prensa y el gobierno debía ser uno sólo.
Al tomar posesión como presidente, Ruiz Cortines otorgó soluciones puntuales a las preocupaciones de la prensa. A principios de 1953 anunció la ampliación en la Ciudad de México de la empresa Productora e Importadora de Papel S.A. (PIPSA) y la construcción de dos plantas más, una en la ciudad de Oaxaca, para satisfacer las necesidades de los editores en la zona sur y otra en el estado de Michoacán, para favorecer a los impresores del Bajío y norte del país.
Miguel Alemán y Ruiz Cortines dieron certidumbre económica a las empresas editoriales, fue un pacto de lealtad no firmado que le redujo independencia a los gremios periodísticos, pues ante los favores obtenidos, lo menos que podían hacer era ‘informar’ con apego a las necesidades que en materia informativa tenía el Estado. Los beneficios para las empresas de la comunicación y sus intelectuales eran mayores, pues sus fortunas económicas y el prestigio social incrementaron.
A finales de 1958 López Mateos fue ‘electo’ presidente. Su arribo estuvo marcado por la creencia (de numerosos grupos sociales) de que los mitos del Estado posrevolucionario se colapsaban. El convulso contexto nacional e internacional alentó esa percepción. Internacionalmente se suscitó un recrudecimiento político, ideológico y militar entorno al escenario de la guerra fría; el triunfo armado del ‘tercer mundo’ como China, Vietnam, Argelia y Cuba sobre el imperialismo capitalista cosificaron al comunismo como un ‘enemigo’, ‘la conjura internacional”’ se convirtió entonces en un discurso que legitimó la implementación de la teoría de la seguridad nacional en América Latina.
López Mateos, sin mencionar los conflictos obreros encabezados por el sindicato ferrocarrilero, pero tomando en cuenta la extensión de su demanda, exhortó a los medios de comunicación para que “al escribir sus informaciones, sobrepongan a todo el anhelo de la verdad; al interpretar háganlo con apego a las normas de justicia, sin perder de vista nunca los intereses de la colectividad; al expresar, piensen siempre en que el exceso o el defecto podrán deformar los hechos en la conciencia de los lectores; al comentar, háganlo con una elevada concepción de vida. Si es necesario depurar las filas en el periodismo, háganlo, a ustedes les toca limpiar la casa.
“Los gobernantes y los editores en estos días nos conocimos mejor por la acción común, no concertada sino espontánea en seguimiento de una misma causa: el interés nacional, actuando al conjuro del sentido de la responsabilidad, del más acendrado mexicanismo y en defensa de la economía y las instituciones”.
Ante las movilizaciones sociales, los intelectuales y la prensa relativizaron los hechos y justificaron las salidas represivas del Estado, pues, a sus ojos, se trataba de un embate a la libertad política en México, auspiciado por el Partido Comunista Mexicano (PCM) y sostenido por regímenes internacionales que pretendían instaurar un sistema autoritario y dictatorial en el país.
Los acuerdos entre el Estado, los intelectuales y medios de comunicación se fortalecieron durante la presidencia de López Mateos. El factor externo de orden social que consolidó la alianza fue la continuidad de la movilización obrera. Ante este conflicto, la prensa puntualmente delineó una salida política, consistente en ‘la conjura internacional’. La herencia de la conjura internacional como verdad fue cedida a Díaz Ordaz, el cual, ante los conflictos ‘antipatrióticos’ exigió a la prensa su apoyo para salvaguardar las libertades en México: “Ustedes, señores, tienen un vigorosísimo instrumento para orientar a la opinión pública, para modular sus reacciones ante los acontecimientos, para decirle al gobernante la desnuda verdad de lo que el pueblo piensa, pero mientras más poderoso es el instrumento, más consciente debe ser quien lo utiliza. Sólo es verdaderamente libre quien es verdaderamente responsable”.
Los medios de comunicación prometieron cuadrarse a las necesidades informativas de Díaz Ordaz, pero aparentemente sin condiciones. Posteriormente, la prensa y los intelectuales presionaros al presidente como en los viejos tiempos. Hicieron saber al mandatario que el precio que tenía que pagar para influir en las líneas informativas consistiría en incrementar la producción de papel, así como bajar su costo.
La condescendencia que otros presidentes mostraron a estas peticiones cesó con el gobierno de Díaz Ordaz. La prensa había entendido que la lealtad al Estado se firmaba cuando éste solucionaba sus apuros económicos mediante el financiamiento, crédito y jugosas ganancias a cambio de otorgar obediencia absoluta en materia de información. El régimen de Díaz Ordaz fue más impositivo y tajante con las empresas informativas, mostró insensibilidad ante sus peticiones y les pidió obediencia absoluta y sin miramientos. Una verdadera lealtad incondicional. La verdad construida por los intelectuales y los medios de comunicación sobre el 68 fue la prueba de fuego.
Los intelectuales, la prensa y los medios de comunicación durante el periodo de Luis Echeverría estrecharon los pactos de lealtad no firmados, principalmente durante el enfrentamiento de su gobierno contra los movimientos armados socialistas urbanos, estos intelectuales y sus medios otorgaron salidas políticas a corto y largo plazo ante el conflicto: a corto plazo otorgaron al Estado la legitimidad en el uso de la violencia desproporcionada, construyeron una narrativa que invisibilizó el movimiento armado y, a largo plazo, esos intelectuales y sus medios programaron el olvido, un olvido que el Estado necesitaba para evadir la responsabilidad legal de sus autoridades encargadas de perpetrar los delitos de lesa humanidad. Una vez más, los intelectuales y sus medios ayudaron a programar la invisibilidad y el olvido. La narrativa del poder y sus intelectuales desde entonces ha manifestado su temor a la memoria.
El neoliberalismo y sus continuidades
Las herencias de los experimentados asesinos de la historia, de los más acérrimos emprendedores de las políticas del olvido fueron concedidas a través de acendrado capital cultural y social a los nuevos ‘intelectuales’ y sus medios, la nueva etapa dorada de la democracia neoliberal mexicana había llegado. Si en el pasado los acuerdos no firmados entre éstos y el poder se fincó en elementos político-económico y por factores externos como los de orden social, éstos últimos fueron borrados del nuevo pacto, el pacto económico más que el político fue el elemento central que ha guiado el pensar y la narrativa de estos entonces principiantes de homicidas de la historia.
El pensamiento hegemónico de estas y estos nuevos ‘intelectuales’ se encaminó a legitimar la falacia de la democracia y sus libertades como mito refundacional, esa democracia sin adjetivos que aseguraba los pactos de lealtad con el Estado y, sobre todo, con la clase empresarial y sus prolíficas plumas.
Estos paladines de la verdad democrática y del pragmatismo neoliberal reprogramaron las formas de construir invisibilidad y programar el olvido a través del silencio, del mutis ante la violencia desagregada, del saqueo empresarial nacional e internacional. Recubrieron, maquillaron las fallas estructurales de un sistema económico y político impuesto como la única alternativa viable, legitimaron el incremento de la pobreza, aplaudieron su tipificación y diversificación mientras consolidaban en la más completa opacidad monopolios informativos y difusión de sus propias ideas. El olimpo de la verdad se sostuvo por décadas en las mentes más selectas, la mafia del pensamiento neoliberal era pujante, gozaba de las prebendas de un Estado saturado en sus propias irregularidades y de intereses privados voraces a cambio de silencio u obtusas verdades históricas.
Los nuevos intelectuales, su prensa y sus medios pasaron de ser un subsistema político a un subsistema económico neoliberal colmado de favores recíprocos, tal como operaron sus mentores en el pasado inmediato.
Los asesinos de la historia aprendieron a solapar la nueva corrupción, aprendieron a ser parte de ella, ocultar la ineficacia política de sus patrones, la crueldad represiva contra periodistas, informadores y críticos de su sistema y sus verdades, de sus datos y visiones, legitimaron la guerra absurda durante dos sexenios en la que las y los desaparecidos, las fosas han sido el orden del día, ocultas bajo el paradigma de la verdad histórica. Su verdad histórica escrita desde la arrogancia del siempre triunfante, esa verdad del México como el mejor de los mundos posibles.
A pesar de todo, hoy los asesinos de la historia, esos ‘abajo firmantes’, tienen las agallas para pugnar por la libertad de expresión. Los asesinos de la historia no han entendido el signo de estos tiempos, ni siquiera han dimensionado la magnitud de sus crímenes. Ante el posible colapso de sus políticas de olvido, su temor a las memorias sigue latente.
El Dr. Rodolfo Gamiño es académico de tiempo completo del Departamento de Historia de la Universidad Iberoamericana CDMX (rodolfo.gamino@ibero.mx)