Teresa Vázquez Mata. Convirtiendo en historia todo cuanto la rodea, construye nuevos mundos. Poniéndole color y energía al verbo, descubre los conflictos existenciales del ser humano y nos invita a reflexionar. Con sobrado talento, le ha dado valor a la narrativa contemporánea, regalándonos el México de su mirada o su sentir.
Bajo la tutoría del maestro Miguel Barroso Hernández, destaca en el Taller de Escritura Creativa Miró. Y es que a Tere, escribir, se le ha vuelto una pasión a la que no quiere renunciar.
El paraíso ¿existe?
“¿Con que’so es todo?” —te preguntas, mirándolo en su lecho de muerte.
La gente suele ser optimista o irreal.
“¿A poco eres Dios para saber que ya va a morir?” —cuestionan.
“¡Quiera Dios que nos viva cien años más!” —confían.
Y puede resultar absurdo, porque lo normal y natural es morirse; aunque algunos lo vean como un castigo…
Tu amigo Remigio es, por mucho, un hermano de los que escogemos. Desde adolescentes se leían el pensamiento y se comprendían con gestos apenas perceptibles. Y ahora, puedes ver que su fin está cerca. Es un pobre esqueleto, con varios tubos conectados a máquinas, cubierto por una sábana.
“¡Si nunca te he dejado solo, mucho menos ahorita!” —piensas y le platicas:
—¿Recuerdas, mano, cuando no’jíbamos de pinta al río y nadábamos en calzones? ¡Qué gran vida la nuestra en ese entonces…!
Cierras los ojos… y regresa a tu boca el sabor de los duraznos maduros que caían de los árboles, en la huerta de Don Roque, convirtiéndose en el almuerzo de ambos.
—¿Verdad que sí te acuerdas? —el brillo de los ojos y la profundidad en su mirada, parece indicar que te comprende—. Lástima que no puedas hablar por esa cosa en tu cuello, que el doctor dice quesque es una tra-queo-to-mía. ‘Ora el cuerpo ya no te sirve, amigo… ¡Pero bien que funcionó antes! Yo digo que de eso nos acordemos, porque con to’ y las carencias llevamos una vida buena, honrada y divertida. ¿A poco no?
La habitación se llena de silencio… Entonces, te acercas a su oído como para no enterar a nadie:
—Manito… toda la vida hemos oído eso que cuando uno ya va a darle cuentas al creador, nos aparece, como una película, nuestra vida… Bueno, al menos eso es lo que se dice… y que cuando llegamos al paraíso, allí están esperándonos nuestros seres amados. ¿Tú crees que’so sea cierto? A mí, como que sí me da curiosidá, pero pos nunca nadie me lo ha confirmado…
Compruebas, volteando a un lado y otro, que nadie escucha y continúas:
—¿Qué te parecería que hiciéramos un trato…? Cuando haigas abandonado tu cuerpo, pos sí me gustaría que me dijieras lo que estás viendo… No sé cómo, pero te doy permiso de que te me aparezcas en sueños o, hasta si quieres, mientras ando despierto. ¡No me vas a dar miedo! No tendría por qué sentirlo, si tú eres mi otro yo. Somos almas gemelas y lo hemos compartido to’, desde hace sesenta años… Así que, por favor, te pido me describas todo eso que verás. Quiero que alguien confiable me confirme si en verdad hay tal paraíso y si nos podremos reencontrar con to’ los que nos han querido. ¡Me urge abrazar a mis jefecitos y hasta al Boby! ¿Te acuerdas de él? —preguntas, en voz alta y continúas hablándole—. Mi perrito, ese café, que siempre nos acompañaba. Un día hasta le echó bronca al gandalla del Humberto y, santo remedio, jamás nos volvió a molestar.
Remigio, no puede hablar. No se ríe. Está inmóvil, pero crees que te escucha y recuerda la gran vida que disfrutaron juntos.
“Ya descansa mano —susurras, otra vez—. Yo aquí estaré hablándote, hasta que dejes de escucharme”.