Teresa Vázquez Mata. Convirtiendo en historia todo cuanto la rodea, construye nuevos mundos. Poniéndole color y energía al verbo, descubre los conflictos existenciales del ser humano y nos invita a reflexionar. Con sobrado talento, le ha dado valor a la narrativa contemporánea, regalándonos el México de su mirada o su sentir.
Bajo la tutoría del maestro Miguel Barroso Hernández, destaca en el Taller de Escritura Creativa Miró. Y es que a Tere, escribir, se le ha vuelto una pasión a la que no quiere renunciar.
Cuando la espera terminó
Esta historia comenzó en algún punto del Universo, desde donde se “despachan” hijos a la Tierra —previo pedido—, para quienes desean convertirse en padres.
Los habitantes de ese cielo, dimensión, reino —o como le queramos llamar— no tienen la forma de los niños, hombres o mujeres que nosotros conocemos. Algunos, parecen mariposas o catarinas; otros colibríes, dragones, unicornios… También hay hadas, duendes, querubines y serafines. No tienen nombres. Se les identifica por sus características. Y a cada uno, lo cuida un ángel con grandes alas.
Nuestro protagonista destaca como el «Serafín de los ojos hermosos». Al parejo con sus iguales, está dotado de infinito amor, pureza y esparce una nítida luz que emana desde el fondo de su alma. Revoloteando, notaba anomalías que para el resto de sus compañeros pasaban totalmente inadvertidas. De repente, algunos seres desaparecían sin dejar rastro…
—¿A dónde van los que se van? —preguntó un día a su ángel guardián.
—A la Tierra.
—¿Y cómo a qué? —quiso saber, para de paso indagar sobre la misteriosa Tierra de la que poco se hablaba en el cielo.
—Van a convertirse en personas, a formar parte de una familia.
—¡Aaaah! —musitó el serafín, dubitativo, sin entender lo que aquello quería decir—. ¿Qué es familia? Y… ¿personas? —atacó nuevamente.
—Verás —se dispuso a responder el ángel, acopiando toda la paciencia que iba a necesitar—, las personas son seres parecidos, en apariencia, a muchos de nosotros: con dos brazos, dos piernas y una cabeza. No tienen alas, pero…
—¿No tienen alas? —Interrumpió el serafín, abriendo aún más sus enormes ojos—. Y entonces, si quieren ir de un lugar a otro, ¿cómo le hacen?
—Es que en la Tierra tienen otros medios para desplazarse. Las personas caminan, apoyándose en los pies o viajan en inventos que crean. Se conocen entre ellos y forman familias: grupos que se quieren, se apoyan; aunque también, con cierta frecuencia, se pelean…
—Pero sigues sin decirme por qué desaparecen, de pronto, algunos de nuestros compañeros.
—¡Ah! ¡Es verdad! Creo que llegó la hora de explicarte cómo funciona nuestro cielo.
El serafín volaba inquieto como colibrí, sintiendo la cabeza, cada vez, con más dudas…
—Este es sólo un lugar de paso —aseguró el ángel—. Aquí, todos esperan su turno para bajar a la Tierra y convertirse en parte de una familia. Llegan como personas muy chiquitas —allá les llaman bebés— y luego, a medida que crecen, se convierten en niños y más tarde en personas adultas que ya estarán preparadas para formar sus propias familias, si así lo desean, no es requisito obligatorio. En un principio, no recuerdan nada de lo que ya vivieron aquí arriba y no son capaces de hacer muchas cosas por sí mismos. Unas personas más grandes se encargan de cuidarlos, educarlos, alimentarlos, pero sobre todo amarlos.
Ellos reciben el nombre de «mamá» y «papá». A ustedes, los llamarán hijos y juntos conformarán la familia. Pero no todas las familias son iguales, hay algunas que tienen sólo un papá o sólo una mamá; también las hay que tienen dos papás o dos mamás; están las numerosas y otras mucho más enredadas. Un día te tocará entenderlas… ¡o no! Ninguna es igual, así como diferente es cada uno de los niños. Hay de muchos modelos, tamaños, anchos y colores. Los encontrarás blancos, amarillos, negros, rojos o cafecitos y muchos que, cuando se enferman, se ponen de color verde.
—Mmmm… ¿Y cuándo será mi turno de convertirme en hijo?
—No hay un día específico —dijo el ángel—, pero será un momento especial para tus padres y para ti. En el instante en el que vean tu rostro, sabrán que eres lo que habían estado esperando toda su vida y tu corazón te indicará, también, que ya eres parte de ellos. Nunca sabemos, exactamente, cuándo vamos a entregarlos a sus papás. A veces el asunto se complica, porque algunos papás nos piden hijos con determinadas condiciones.
—¿Cómo es eso?
—Pues resulta que hay papás que quieren hijos con estrictas características. Por ejemplo, le piden a Dios que les mande un futuro piloto, el presidente en ciernes de un país; un niño listo para las matemáticas o que pueda señalar con exactitud la ubicación de un país en el mapamundi y nombrar su capital. ¡Imagínate! ¿Cómo explicarles a estos padres que su hijo jamás aprenderá a volar una aeronave, porque tiene aptitudes para el ballet o se convertirá en campeón mundial de ajedrez? No te imaginas la cantidad de solicitudes que recibimos con requisitos previos. ¡Ni conocen a su bebé y ya hasta le escogieron profesión! No toman en cuenta que cada persona debe hacer lo que más le gusta, lo que ama con toda el alma y solo con su propia elección podrá ser el mejor. Hay niños que se descubrirán cocineros, para alegrarle el paladar a quienes prueben sus creaciones. Los que decidan ser bomberos, salvarán muchas vidas. Los que nazcan poetas, escribirán hermosos versos y los que construyan castillos de arena en la playa, quizás se conviertan en grandes arquitectos.
—¿Tú ya sabes quienes van a ser mis papás? —quiso saber nuestro curioso amiguito.
—¡En realidad, no! Pocos entienden la sensibilidad de un serafín —aseguró el ángel—. Necesitamos unos papás que abran brazos y corazón, sin condiciones; que simplemente vivan la felicidad de tu llegada.
Después de aquel día, el tiempo transcurrió, como transcurre el tiempo en el cielo… Y una mañana, no como cualquiera de las otras mañanas, el ángel guardián le mostró un libro, con indisimulada mezcla de tristeza y alegría, al Serafín de los ojos hermosos:
—Este es el libro de tu vida y me lo acaban de entregar porque finalmente encontramos padres para ti.
—¿Quieres decir que…? —Las palabras se le ahogaron en el pecho—. ¡Ya tengo papás! —exclamó entonces, el serafín, con los ojos a punto de salírsele de las órbitas—. Y el libro, ¿qué dice?
—Tú irás escribiéndolo poco a poco. Deberás esforzarte para que, sobre estas páginas, ahora en blanco, aparezcan grandes momentos, experiencias y personas que se alegren de haberte conocido. Recuerda que el destino, lo construye uno mismo.
—¡Prometo que así será! Pero… cuéntame, ¿cómo son mis padres?
—¡No desesperes! —dijo el ángel, sonriendo—. Sólo adelantaré que tu nombre será como el del jefe de los arcángeles; quien derrotó a Lucifer y lo mandó derechito al infierno.
Justo en ese momento, el serafín sintió que lo llamaban: ¡Migueeel! ¡Migueeel!
En la Tierra, el recién nacido abrió lentamente unos grandes y hermosos ojos, encontrándose con los rostros felices de su madre Patricia y su padre Felipe. ¡Afortunadamente, la espera había terminado!