Jorge Luis Domínguez. Licenciado en Negocios Internacionales, con 6 años de experiencia en el medio aduanero; Jorge ha decidido incursionar en el mundo de la literatura. Bajo la tutela de Miguel Barroso Hernández, en el Taller de Escritura Creativa Miró, descubre que las historias viven en nosotros y en nuestra forma de contarlas.
Explorando las técnicas narrativas y herramientas necesarias para la materialización de un texto: “… construyo personajes, que cobran vida, influenciados por mis experiencias personales, creencias y miedos” –asegura Jorge. Y es que escribir se le ha convertido en terapia reconfortante.
La cara de la infidelidad
Van algunas noches en que Víctor se mete al baño para hablar por teléfono. Él, normalmente, contesta frente a ti y te resulta raro verlo alejarse cuando le hablan. Sigue tratándote con cariño, pero lo percibes nervioso, como si ocultara algo, y crees saber desde cuándo… Lo recuerdas:
Hace dos fines de semana, fuimos a cenar en la casa de unos amigos. Y, durante la noche, Víctor estuvo hablando prácticamente en secreto con Carlos. A leguas se notaba que no querían ser escuchados. Por eso cuando los oí murmurando en la cocina, me acerqué sigilosamente. ¿Cuál era la intriga? ¡No supe! Tropecé con una caja en el suelo, alertándolos y:
—¿Qué hacías? ¿Para dónde ibas? ¿Estabas escuchando lo que hablábamos? —interrogó Víctor.
De pronto, fueron muchas preguntas y nunca, pero de verdad nunca, hubiera reaccionado así a menos que ocultara algo. Tres días después, lo confirmé…
Mientras desayunábamos, manchó la camisa con un poco de salsa y, enojado por el descuido, subió a la recámara para cambiarse. La pantalla del celular, que por descuido dejó sobre la mesa, se encendió y con el rabillo del ojo logré leer un mensaje que decía:
“¿No sospecha nada?”
Era Carlos y claramente se refería a mí. ¿Qué no debía sospechar? ¿Acaso me engañaba? Fue lo primero que vino a mi cabeza… Quise no pensar en ello y la incertidumbre atormentaba mucho más. No tenía evidencias de infidelidad, pero la simple idea me volvió paranoico.
Hace una semana, Víctor se quedó dormido y tomé su teléfono. El corazón latía fuertemente cuando lo desbloqueé y abrí los mensajes de WhatsApp. Sólo encontré la respuesta a la pregunta de aquella mañana: “¡No!…Parece que no sospecha nada”. ¿Qué me ocultaban?
También revisé la cartera y encontré dos tickets… En una tienda había comprado playera y pantalón; en otra un reloj. ¡Víctor no trajo ropa nueva a la casa, ni reloj! ¿Para quién lo compraría?
En los últimos días las salidas con Carlos, se han hecho cada vez más frecuentes. Dice que están arreglando el jardín para futuras reuniones. ¿Sabrá Carlitos sobre su aventura o quizá él…? ¡No es posible! Sería un golpe muy bajo y una doble traición. Carlos y su pareja, son nuestros mejores amigos. ¡Dios qué locura…!
Llevas 4 años de relación y no es justo. Te levantas temprano queriendo enfrentarlo, pero el hijo de perra huyó y solo encuentras la charola con desayuno al pie de la cama, con una nota:
“Feliz cumpleaños, mi amor. ¡Te amo! Saliendo del trabajo, a las 5, paso a casa de Carlos y termino los pendientes en el jardín. Alcánzanos a las 8 para que vayamos a festejar juntos”.
Estarán, 3 horas, en los supuestos trabajos… Ellos, solos en esa casa… La pareja de Carlos fue a un congreso y Víctor quiere que celebres con ¿su amante? “Cínico, descarado —piensas—. El muy imbécil me engaña…”
Triste, por la desilusión, te preguntas cómo les cambió la vida. ¿” Festejar juntos”? ¿Querrá meter en tu cama a Carlos, como regalo de cumpleaños?
El día se te vuelve amargo. El tiempo no avanza. ¿Por qué dijo que te ama? Quizás, no sabe cómo terminar contigo…
Sales sobre las 6 para llegar antes y desenmascararlos: “ese será mi regalo”.
En el taxi, lloras casi hasta tu destino y el chofer te dice: «… no se preocupe. Todo pasa y en el momento en que menos lo esperamos la vida nos sorprende». Tomas fuerzas, sin imaginar que Víctor lo arregló todo: quería que llegaras antes de tiempo y sentirse libre de secretos. La ha pasado muy mal escondiéndote la verdad. ¡No podía más! Hasta el taxista es su cómplice.
“¿Cómo voy a enfrentarlos?” —te preguntas al bajar del auto. Caminas, la puerta está entreabierta y empujas. Los mariachis comienzan a cantar las mañanitas y un mar de amigos grita “SORPRESA”. Víctor también te sonríe aliviado.