Teresa Vázquez Mata. Las fotos de otros

Teresa Vázquez Mata. Convirtiendo en historia todo cuanto la rodea, Tere, construye nuevos mundos. Poniéndole color y energía al verbo, descubre los conflictos existenciales del ser humano y nos invita a reflexionar. Con sobrado talento, le ha dado valor a la narrativa contemporánea, regalándonos el México de su mirada o su sentir.

Bajo la tutoría del maestro Miguel Barroso Hernández, destaca en el Taller de Escritura Creativa Miró. Y es que a Tere, escribir, se le ha vuelto una pasión a la que no quiere renunciar.

 

Las fotos de otros

 

No me refiero a las que todos posteamos en redes sociales. Esas que, por voluntad propia, nuestros amigos buscan ver, para poner sus comentarios o graciosos emoticones… Insisto, en estos casos, lo hacen porque así lo quieren: ¡lo queremos!

 

Mi nombre es Rita y tengo una estética: herencia de mi madre, quien me enseñó cuánto les gusta a las personas que las traten bien o cómo se sienten seguras si, en lugar de atenderlas con indiferencia, las identificamos llamándolas por su nombre o hasta recordando sus gustos.

¿Y qué relación, más allá de lo obvio, tienen el corte de cabello, un peinado, el maquillaje y la manicura con lo de las fotos?

 

Resulta que muchos de mis clientes -ya de años-, al sentirse en absoluta confianza, no sólo se limitan a postear lo bellas o elegantes que los dejamos. Ahora con tanto gadget portátil, miedo me da preguntar por los cónyuges, las carreras profesionales de los hijos o la convivencia con los nietos; que están catalogados como semi-dioses.

 

Verdaderamente, disfruto las imágenes de mis seres amados: vacacionando, en comidas… y hasta puedo conectar con lo mucho que han adelgazado o engordado; dependiendo de sus necesidades. Pero la colección fotográfica de un casi desconocido me da igual. ¡A esas fotos y a ese “otro” me refiero! Si me sé el nombre es porque, minutos antes de su llegada a la cita, chequé cómo se llamaba en la base de datos en que registramos todo tipo de detalles importantes.

 

“Es un gusto tenerlo por aquí, licenciado. ¿Cómo se encuentra su familia?” “Doña Blanquita, ¿ya se curó de su rodilla?”

Claro que el cliente, en cuestión, no imagina que yo recurrí a mi moderno «acordeón». Entonces, tomándose demasiado en serio la cordialidad, aprovechan para presumir cientos de imágenes que atesoran en sus celulares. Mientras son atendidos, muchos deciden que yo estoy interesada en ver sus fotos y no es así.

La pasada semana, por ejemplo, llegó un militar en retiro que, dicho sea de paso, me hace llamarlo coronel. Y no traía smartphone, pero sí varios álbumes apolillados con instantáneas, donde ostentaba haber sido jefe de escoltas del presidente que juró defender al peso, como perro.

-¡Mire, aquí estamos en Palacio Nacional!…Esta es en Los Pinos y, si se fija, atrás se ven las hijas del presidente, paseando en los jardines… En esta otra, me estoy riendo porque el jefe hizo una broma…

 

Tenía unos 10 kilos de fotos y le permití me enseñara como 900 gramos por si traía los detrás de cámara, donde viera a la segunda esposa del expresidente en alguna de sus famosas películas; pero ese tiempo ya no le tocó y, cuando me pude zafar estaba harta.

 

Ayer también llegó una clienta, de los tiempos de mamá, media hora antes y la recibí en mi oficina. La misma operación: los saludos y las preguntas inteligentes para sorprenderla. Y de un momento a otro quien quedó con la boca abierta fui yo: “¡Mamá! ¿Cuántos nietos tiene?”

No resultaba interesante ver a la tal Jocelyn, en clases de natación; ni a Brian aprendiendo a caminar y, mucho menos, a Jenniffer en un coqueto bikini. Tampoco me volvería fan de Cibelle aunque ejecutara su mejor developpé. ¿Y qué decir sobre las fotos de Espergencia, la quinceañera? ¡Ah no, perdón, era la princesa!

 

-Linda familia, Doñita –interrumpí sonriente, aprovechando el sonido de un mensaje en la PC–. Perdón, acaban de pedirme unas facturas y debo enviarlas –aseguré y clavé la mirada en el monitor.

Orgullosa de los incontables talentos de su descendencia, ponía el iphone frente a mis ojos y la pantalla, restándole importancia a lo que, supuestamente, hacía. Entonces, me pregunté en silencio: ¿cuándo se le pone límites a la imprudencia?

 

¡Lo tengo decidido! Prepararé una sutil, pero, sin duda, efectiva venganza. Voy a organizar un archivo especial que contenga imágenes mostrando, al menos, diez ángulos diferentes de cada una de mis mascotas; otras tantas de las quince veces que estuve enyesada durante la adolescencia y unas donde refleje mis paseos por Mata Tenatito, en Veracruz y Batopilas, en Chihuahua. También incluiré recuerdos de mi peregrinación para visitar al Señor de Chalma y hasta un close up a mi inocente mirada en el momento de recibir, por primera vez, la Sagrada Eucaristía. Feliz, recibiré a los clientes inoportunos: ¡Para que vean lo que se siente!