Jorge Luis Domínguez. Reloj de arena

Jorge Luis Domínguez. Licenciado en Negocios Internacionales, con 6 años de experiencia en el medio aduanero; Jorge ha decidido incursionar en el mundo de la literatura. Bajo la tutela de Miguel Barroso Hernández, en el Taller de Escritura Creativa Miró, descubre que las historias viven en nosotros y en nuestra forma de contarlas.

Explorando las técnicas narrativas y herramientas necesarias para la materialización de un texto: “… construyo personajes, que cobran vida, influenciados por mis experiencias personales, creencias y miedos” –asegura Jorge. Y es que escribir se le ha convertido en terapia reconfortante.

 

Reloj de arena

 

No sabes cómo, ni cuándo, el tiempo se te volvió incierto.

Cansado y sudoroso; sin aliento, bajo el sol veraniego del desierto, recuerdas a tus hijos. Sus besos y abrazos, te impulsan y te han mantenido en pie; pero llevas varias horas caminando y no hay señales de vida.

No debí separarme del grupo –piensas–. ¿Qué gané evitando que la migra me agarrara? Es posible que muera en este mar de arena y ni siquiera encontrarán mi cuerpo.

Ahora, más que llegar al otro lado, deseas salvarte. La angustia se apodera de ti. Quizás, abandonar a los tuyos no fue la mejor decisión. Un hombre no debería renunciar a la tierra donde nace. Pero la brecha entre el que tiene y el que no tiene, cada vez crece más; aun cuando el que tiene todo, a veces, no tiene nada… y es quien no tiene nada, el que lo tiene todo.

¿La familia debería ser suficiente? Cuando pierdes el trabajo y tu gente no tiene qué comer, la alternativa es llenarte de valor. El macho, desde tiempos ancestrales, es quien busca el sustento, protege a la hembra y alimenta a los cachorros.

-¡José, no te vayas! –imploró Lucía… y el dolor en las piernas te mata, pero revives el día en que la conociste, montada sobre la palmera, frente a tu casa, cortando cocos.

Lucía era la muchacha más bella del pueblo y al huir con el botín, la perseguiste a caballo; no para recriminarle el robo, querías ayudarla y ella, asustada, te lanzó un coco. Terminaste tirado en el fango y ahora escuchas su risa, nerviosa y divertida, en tu cabeza.

-¡Ten!, te obsequio mi reloj –dijo, luego.

Si no salgo de este desierto, seguramente, se quedará sola para siempre con dos críos.

¿Perdiste el reloj? ¡Qué desdicha la tuya! ¡Qué mala suerte! Frente a ti, por sobre el calor que te sofoca la mirada, crece una carretera como la esperanza que poco a poco se ha ido desmoronando bajo las pisadas, cada vez más lentas. ¿Será un espejismo el horizonte? Tocas el suelo con las rodillas e intentas gritarle a Lucía que parece triste, junto a tus hijos, a lo lejos. Quieres caminar hacia ellos, pero un sueño inexplicable te abraza, cierras los ojos y esta historia termina sin final feliz.