Políticamente, la semana ida fue para el gobernador Barbosa y Nacho Mier.
Dominaron la escena con dimes y diretes y remató el sábado el diputado con su acto de informe.
Reunió a simpatizantes, diputados federales y dirigentes de Morena e incluso un par de gobernadores.
El acto fue un predestape al gobierno del estado. Dijo que lo hará como candidato luego de realizar una consulta en la entidad, más no aclaró si se trata de la misma que lleva a cabo esa agrupación para sondear y luego postular a su representante.
El Gobernador criticó al Secretario de Gobernación al juzgar que con su apoyo abierto al diputado Mier desequilibra las formas de hacer política en la trinchera que es común a los tres. Si bien, el gobernante reconoció que Adán Augusto cumple en su área de responsabilidad.
Pero luego, Barbosa Huerta también arremetió, por la misma razón, contra Manuel Bartlett, en su calidad de promotor de Mier Velasco.
Nacho Mier cuidó su discurso. Sí refrendó su objetivo, pero lo condicionó a preguntar a la sociedad, una fórmula retórica para atisbar cómo evolucionan los tiempos. Por cierto, que en su acto de informe también habló su colega diputado Gerardo Fernández Noroña, momento riesgoso porque ya se sabe que este morenista suele sabotear con su protagonismo cualquier reunión a donde acuda.
Por lo demás, si bien Nacho Mier dio cuenta de su trabajo, era de esperarse un contenido fresco, conceptuoso, incluso promisorio en su mensaje, si de sembrar esperanzas se tratase, pero no hubo nada de esto.
Es de lamentarse que cada vez más se note la falta de sustancia en las intervenciones de los hombres del poder. No se apela a los viejos discursos vacuos del rancio priismo y sus ad lateres, porque es más que evidente que las palabras se han desgastado miserablemente con el tiempo y la carencia de respaldo ético en las mismas, no.
En comunicación política en actos abiertos la pauta es, ni más ni menos que la del Presidente; es precisamente AMLO el modelo de los morenistas. No hay que buscar fuera, hay que mirar hacia adentro. En su caso, sus discursos a campo abierto fueron los escalones del poder, entre otras razones, por eso llegó.
Pero volviendo al punto, los pronósticos del tiempo político no deparan un día soleado.
Si la mesura no llega por lado alguno, los términos ríspidos que se escuchan y leen de los protagonistas de altura en el flanco del partido en el poder pueden conducir a un sendero cada vez más pedregoso.
Cuidado… en ese callejón dicen que espantan.
Ventilan sus diferencias o discrepancias en ocasiones a machetazo limpio, arrojando a la basura el lenguaje equilibrado, el diálogo propositivo, los acuerdos con madurez y urbanidad.
Actores nacionales de alto rango también le entran y meten las castañas al fuego, generando ruido e interferencias, polarizando más una organización de suyo no caracterizada por la finura, equilibrio y negociación en el trato.
En este maremágnum de intereses, no del todo sanos, por supuesto el Presidente no interviene. Pero hace falta la presencia, el hilado fino de un inteligente componedor de altura, que sería no otro que el Secretario de Gobernación.
Ahí, a nuestro juicio, el titular de Gobernación debió haber antepuesto su fundamental tarea dentro y fuera del gobierno, precisamente el control político y la gestión de los hilos del poder, y no haber aceptado el juego al que lo invitó el Presidente.
Servía más y mejor a López Obrador en esa delicadísima tarea, en lugar del papel ambidiestro -dicho en término beisbolísticos- que hoy cubre, sembrando dudas, recelos, desconfianza y hasta lesiones con giros verbales inapropiados.
En fin, como queda expuesto, muchos protagonistas en la cocina no hacen buen guiso.