Por: Marcela Jiménez Avendaño
“El mejor argumento en contra de la democracia
es una conversación de cinco minutos con el votante medio”.
Winston Churchill
Y dadas las actuales circunstancias, podríamos agregar …y que ha sido gobernado por políticos que no alcanzan ni la media.
El concepto de “recesión democrática” pertenece al influyente sociólogo de Stanford, Larry Diamond. Recesión que, en el mejor de los casos, significa estancamiento del progreso democrático, aunque hay quienes nos mostramos más pesimistas en función del retroceso que se observa en cada vez más países.
En este sentido, el último Informe de la Libertad en el Mundo 2022 de Freedom House muestra una disminución global en los derechos políticos y libertades civiles por 16 años consecutivos: hoy en día, el 38% de la población mundial vive en “países no libres”, la mayor proporción desde 1997, y solo el 20% vive en lo que se considera “países libres”. Es decir, el apoyo social al sistema de reglas que garantizan las libertades y derechos de los ciudadanos, y el consecuente equilibrio entre libertad y justicia ya no es mayoritario. Por tanto, el respaldo a la democracia tampoco es ya unánime, lo que explica esta actual tendencia autoritaria mundial.
Y estos indicadores se corresponden con el ánimo electoral y el malestar social que ha derivado en importantes protestas, cada vez más violentas y peligrosas, en el mundo y en nuestra región. Básicamente, esta frustración tiene que ver con la percepción de que los problemas y crisis no resueltos por los Estados se deben a que han sido omisos al abandonar su responsabilidad en la resolución de temas sensibles y de urgente atención, o a que han sido claramente rebasados por ellos, o a los altos niveles de corrupción política de gobiernos que son percibidos como de élite.
Pareciera entonces, que los recientes recambios en los liderazgos latinoamericanos son resultado del hartazgo del votante hacia la ineficiencia, cinismo e incapacidad de sus gobernantes. El triunfo de varios outsiders autoritarios de la política, reales o simulados, tienen como punto de encuentro un discurso centrado en el cuestionamiento a los partidos y políticos tradicionales que empata con la agenda mental de la gran mayoría de la población. Es decir, su proliferación tiene más que ver con el pésimo desempeño gubernamental que con la democracia en sí, pero en este debate demagógico la diferencia se diluye. Estos outsiders son el reflejo y principal síntoma de las enfermedades que aquejan a la democracia: mala gobernanza, desigualdad social y corrupción.
Ahora bien, aunque se podría percibir, a partir de las más recientes elecciones, que hay una especie de marea ideológica hacia la conformación de nuevos gobiernos de izquierda, lo que más bien estamos presenciando, es una oleada autoritaria populista de candidatos triunfadores, o muy cerca de estarlo, que asumen como propias la decepción, el enojo y el hartazgo hacia los partidos que han gobernado en etapas anteriores y a quienes achacan las crisis económicas, de seguridad, de salud, etc. De ahí que les sea tan fácil atravesar esa delgada línea que los coloca dentro del rubro de autócratas que, aunque llegaron de la mano de las reglas e instituciones democráticas, fácilmente pueden defenestrarlas con un mayoritario apoyo popular instaurando modelos contrarios. En resumen, el enemigo de la democracia es hoy interno.
Estos populismos de izquierda y nacionalpopulismos de derecha amenazan justo los derechos y libertades por los que pugna cualquier sistema democrático. De ahí que algunos teóricos de la democracia se pregunten si no estamos ante el desarrollo de una “era populsta” o incluso ante “la muerte de la democracia”.
Entonces, ¿será que debemos cuestionar la premisa de Sartori acerca de la necesidad de reorientar la teoría de la democracia si no que reinventarla? ¿Será que estamos ante la inminente necesidad de construir nuevos paradigmas que nos lleven a redefinir la democracia a manera de lograr que sea mayoritariamente más entendida en sus alcances y utilidad, sobre todo considerando que las nociones de libertad, Estado de derecho e igualdad tienen diferentes connotaciones para las generaciones digitales?
Lo cierto es que, como dice Enrique Krauze, América Latina es una obra en construcción, tal como lo es la democracia también.