Teresa Vázquez Mata. Convirtiendo en historia todo cuanto la rodea, Tere, construye nuevos mundos. Poniéndole color y energía al verbo, descubre los conflictos existenciales del ser humano y nos invita a reflexionar. Con sobrado talento, le ha dado valor a la narrativa contemporánea, regalándonos el México de su mirada o su sentir. En el Taller de Escritura Creativa Miró, bajo la tutoría del maestro Miguel Barroso Hernández, destaca Tere. Y en esta ocasión, a través de las letras, nos muestra la nobleza en su corazón; porque bien lo ha aprendido: “como el amor perruno, no hay ninguno”.
Amores callejeros
Cuando llega la rutina a tu vida, necesitas algo que la rompa definitivamente. Todas las tardes, luego de ocho horas trabajando, regreso a mi casa en el transporte público. Con suerte, si abordan pocos pasajeros, escojo ventanilla y un lugar cercano a la puerta para poder bajar rápido.
Recargando la cabeza en el vidrio, observo a los transeúntes inventándome historias.
Trabajadores de la construcción, agotados, pero con la paga en los bolsillos, seducen a las oficinistas que evitan mirar, texteando en los celulares.
En la esquina de siempre, está aquella joven perfectamente arreglada, vendiendo tamales. Pregona la mercancía, subida en sus tacones. Nunca he comprendido cómo logran equilibrarse y menos ella que, a pesar del moderno aditamento que utiliza cual rebozo, suma a su cuerpo el peso de un bebé. ¿Acaso el marido se encarga de los quehaceres del hogar?
A veces, en los semáforos, si nos toca la luz roja, compongo en la mente una novela con los limpiaparabrisas: hermanos del que hace malabares. El cilindrero pudiera ser, amante de la que ofrece cacahuates y esposo de la invidente que pide limosna. Yo los hago sobrevivir. Ellos tratan de adivinar qué automovilista va a abrir la ventanilla, para ofrecer algo más amable que un insulto.
¡Hoy llueve! El autobús se ha detenido por algún desperfecto y bajo la farola lo veo, otra vez. ¡Eres tú! Sus ojos se posan en los míos. Avergonzado volteo, pero siento la mirada penetrante en el cuello. Está allí, mojado. Jamás se subiría al transporte público. ¿Tendrá hambre? ¿Pasará toda la noche deambulando, en la calle? ¿Espera que lo invite a un lugar seco y calientito?
-Problema resuelto –grita nuestro chofer y él me habla desde un triste silencio que reconozco muy en el fondo:
¿En verdad te irás? ¿Pudiste verme bien, acaso? ¡Soy un cromo! Estoy un poco desmejorado y sucio, pero abajo de la capa de mugre hay un muñeco que, sin duda, te haría feliz.
Avanzamos par de cuadras y recapacito. ¡No puedo dejar pasar esta oportunidad! ¿El destino me llama y yo lo estoy ignorando? ¡No! Hago parada, el autobús detiene la marcha y corro. ¡Espera!
Al verme, entreabre la boca; asoma los dientes jóvenes y, como atraído por un imán, se funde en mi abrazo. No importan los orígenes, ni la lluvia que nos moja. ¡Por primera vez, me siento amado! Entonces, caminamos juntos, haciéndonos arrumacos, las diez calles que faltan para llegar a nuestro hogar; porque ya es suyo también. Avanzamos y no puedo evitar los pensamientos… ¿Cómo logré vivir tanto tiempo solo?
Mi recorrido cotidiano, por la Colonia Obrera, pudo haber sido como el de cada día, pero Cupido me flechó y ahora estoy enamorado. Su nombre es Alamán, porque lo conocí en la calle Lucas Alamán y seguro me será fiel en lo próspero y en lo adverso.