Antonio Augusto González Cruz. Cucarachicidio

Antonio Augusto González Cruz. Es Ingeniero Civil con 15 años de experiencia laboral. Se adentra en el mundo de la plástica bajo la tutela del artista Enrique Sandoval y, actualmente, explora la técnica de la acuarela con el pintor Joel Díaz. La literatura, es su pasión y como miembro del Taller de Escritura Creativa Miró, dirigido por Miguel Barroso Hernández, en Veracruz; ha publicado varios de sus cuentos en el periódico digital Siete Días de Puebla. En su obra literaria, Tony no sólo refleja lo cotidiano o caricaturiza el mundo que le rodea. Defendiendo la crónica de lo maravillosa que puede resultar la realidad; es fiel seguidor del gran movimiento de escritores latinoamericanos que dio credibilidad a los aspectos mitológicos o espirituales de nuestra cultura.

 

Cucarachicidio

 

González respiró profundo y tocó a la puerta.

-¡Un momento! –escuchó. No soportaba a esas mujeres con aires de marquesa, sólo porque vivían en Lomas de Santa Fe.

Martha de Villaseñor, lo recibió vistiendo una bata satinada con acabado de plumas en las mangas. “Ese estilo no le queda”, pensó el detective, recordando a Morticia Adams y bebió un sorbo de su termo.

-¿Tomando café con piquete?

-¿Le parece si repasamos la declaración? –apuntó cortante González–. Villaseñor estaba jugando… ¿Cómo me dijo? ¿Fifilla?

-Sí, fifilla. O sea, lo dejé jugando FIFA en su Xbox. Salí a tomar mi clase, después fui por mandados y cuando regresé, mi amado marido estaba muerto.

La línea dibujada por el personal de criminalística aún estaba presente en la sala. El asesino ingresó a la casa por la puerta principal. La víctima, indudablemente, lo conocía. El arma homicida era un bote de raid. La viuda había encontrado la puerta abierta y olía fuertemente a insecticida. Al entrar, descubrió sin vida al esposo con una cucaracha muerta en la boca.

 

En algún lugar de la ciudad, el asesino estaba tranquilo y contento. ¡Había consumado su venganza!

El local que le rentaba Villaseñor, era un verdadero nido de cucarachas. ¿Cómo iba a trabajar en semejante cochinero?

-¿Me puede enviar a alguien que fumigue y acabe con esta plaga? –pero el, ahora, occiso se negó y sintiéndose engañado el, ahora, asesino juró desquite. Lo concibió todo, con la certeza de que su futuro iba a cambiar. ¡Nunca lo atraparían! Era hábil y, como buen artista del detalle, no dejó huellas. La coartada, por demás, resultaba lo mejor del plan.

González, observó por enésima vez la escena. Sobre la repisa de la chimenea vio una fotografía. Se acercó, colocándose los guantes y la tomó entre sus manos. En la foto estaba Martha, mostrando un diploma, junto a un hombre delgado, con gruesos lentes.

-¿Quién es él?

-Es… mi maestro de acuarela –respondió la viuda, ruborizándose.

El detective, sonrió. En uno de los informes del forense, la cucaracha encontrada en la boca de Villaseñor, tenía restos de pintura.