Teresa Vázquez Mata. El crucifijo como testigo 

 

Teresa Vázquez Mata. Convirtiendo en historia todo cuanto la rodea, Tere, construye nuevos mundos. Poniéndole color y energía al verbo, descubre los conflictos existenciales del ser humano y nos invita a reflexionar. Con sobrado talento, le ha dado valor a la narrativa contemporánea, regalándonos el México de su mirada o su sentir.

Bajo la tutoría del maestro Miguel Barroso Hernández, destaca en el Taller de Escritura Creativa Miró. Y es que escribir, sin dudas, se ha vuelto una pasión a la que Tere no quiere renunciar.

 

El crucifijo como testigo 

 

Todas escucharon el característico sonido que hace el vidrio al romperse.

-¡Primero me mato…! –gritó Ana.

El Opus Dei,  llama numerarias a las chicas que ofrecen su vida y celibato al Señor. Parecieran monjas, pero no necesitan jurar votos, ni ponerse hábito. Asumir las labores religiosas, es más que suficiente. Ana, era una de ellas y vivía en la ex hacienda de San José de Toshi que, como recinto para el estudio y la contemplación, estaba rodeada de tranquilos y exquisitos jardines.

Cornelio, se ocupaba de mantenerlos así. Había heredado el puesto del padre y su decoro, así que resultó sorprendente aquel comportamiento repentino.

“¡El mismo belcebú se apoderó de él!” –murmuraron las compañeras numerarias.

La Virgen tenía que tener flores frescas y Cornelio llegó a entregarlas. Como tantas otras veces, entró a la capilla donde estaba Ana barriendo las orillas del pequeño altar. Su cuerpo se movía al compás de la escoba y el jardinero fantaseaba silencioso. Durante unos minutos, la observó con lascivia.

-¡Virgen santa, me asustaste! –susurró al voltearse, tal vez, sintiendo la penetrante mirada. Entonces, dejó la escoba y tomó un florero para poner las hermosas rosas.

Teniéndola cerca, sin poder contener el instinto animal, Cornelio la tomó por la cintura, estrechándola contra su cuerpo. En un movimiento ágil, Ana logró zafarse, estrelló el florero de cristal contra la pared y sosteniendo un gran trozo de vidrio, junto a su garganta,  le dijo a todo pulmón:

-¡Primero me mato…! Yo le ofrecí mi pureza al Señor Dios e intacta pienso llegar a la tumba –agregó.

Cornelio olvidó los deseos carnales y, al verla tan decidida, quiso evitar la tragedia. Un forcejeo, primero… Luego, ella ahogó aquel grito de rabia y él se tambaleó hacia atrás, con los ojos desorbitados. Llevó las manos a la barriga, sintiendo la punzada del dolor y vio el trozo de vidrio encajado en su vientre. La sangre salía a borbotones, salpicándolo todo. Ninguno de los dos podía pronunciar palabra: él en agonía, ella en shock.

Mientras sacaban el cuerpo del jardinero en camilla y a la joven mujer esposada; en la pared de la capilla, el Santo Cristo, desde su cruz, sangraba más que nunca.