Teresa Vázquez Mata. La juguetería

 

Teresa Vázquez Mata. Convirtiendo en historia todo cuanto la rodea, Tere, construye nuevos mundos. Poniéndole color y energía al verbo, refleja los conflictos existenciales del ser humano; yendo al pasado por la magia de nuestros ancestros, transformando en textos de ficción sus recuerdos o reflexionando sobre el presente, con miras al futuro.

Bajo la tutoría del maestro Miguel Barroso Hernández, destaca en el Taller de Escritura Creativa Miró. Tere crece y confía, cada vez más, en su talento. Escribir, sin dudas, se le ha vuelto una pasión a la que no quiere renunciar.

 

La juguetería

 

Entró a la enorme tienda y abrió la boca maravillado. Recorrió con la mirada los cuatro niveles del local y decidió comenzar la visita por el último, para conocer cada rincón.

Desde el elevador transparente, Ángel disfrutó el espectáculo de formas y colores. Era la juguetería más famosa de Houston y para él, que nunca había puesto los pies en una, representaba el paraíso. ¿Por qué aún hay niños que no viven la experiencia de jugar? –pensó, recordando cómo de pequeño tuvo que renunciar al mundo de la fantasía y apoyar económicamente a la familia. Pero ese tiempo había quedado atrás y ahora, luego de un compromiso de negocios, regresaría a México con las muñecas que le encargaran sus hijas.

 

La sorpresa fue indescriptible cuando se abrieron las puertas del cuarto piso y accedió a la sección de autos de juguete. Esos que jamás tuvo y, en su niñez, ni siquiera sabía que existían. Los había de diferentes materiales; de pilas, de control remoto y hasta de gasolina.  Unos cabían en la palma de la mano y otros podían ser conducidos por un infante. Vio algunos en aparadores cerrados con llave y muchos a precio de oferta.

Los de colección, en la vitrina, eran a escala perfecta de los originales. Pidió se los mostraran y abrió puertas, cajuelas y cofres. El volante, en todos, era móvil y los vidrios delanteros podían bajar hasta la mitad. Para un gran conocedor de autos como él, los detalles impresionaban. Incluso, tenían factura como los de verdad.

 

Entonces, le vinieron a la mente los recuerdos. Allí estaba el lustroso Ford Victoria 1946. ¡Igual al del papá! Camionetas pick up, de los cincuenta; muscle cars, de los sesenta… Y hasta sintió escuchar el potente motor de su Falcon 1965. También estaba otro de sus sueños: el primer Mustang en su versión 1964.5. ¡Así era!: cero punto cinco, porque lo lanzaron justo a la mitad del año.

 

Sin dudarlo un segundo, ni tomarse el tiempo de verificar precios, los tomó todos y en su rostro apareció esa enorme sonrisa de niño con juguete nuevo. Mecía las cajas como cuando arrullamos a un bebé.

Desde otros departamentos escuchó voces y gritos infantiles, pero él estaba solo y se tiró al piso. Comenzó a empujar sus autos y simuló sonidos de bocinas, chirridos de frenos; imitó la marcha del motor: brom, brom. ¡Qué felicidad!

 

Olvidándose de los regalos para sus hijas, Ángel pidió empacaran los cochecitos de colección y a la salida pagó una cifra que pasmó al empleado. ¡Al fin, ya era un hombre y podía darse el lujo de comportarse como el niño que no pudo ser!