El pasado 1 de mayo se registraron 112 homicidios dolosos, 7 de ellos en Puebla, convirtiéndose en el sexto día más violento del sexenio. Al 28 de abril, el total de crímenes intencionales durante el gobierno del presidente López Obrador sumó 120 mil 499, con lo cual rebasó el total sexenal de su némesis, Felipe Calderón, que topó en 120 mil 463. Con estos números, el discurso de López Obrador y de sus principales propagandistas, de que Calderón pintó al país con sangre, queda obsoleto y anulado, llevándolo con paso firme a ser el presidente con los peores resultados históricos en materia de seguridad. En estos momentos, todavía los números del presidente Enrique Peña Nieto son peores que los suyos, pero al ritmo que avanza la violencia hoy en día, en menos de año y medio lo habrá superado.
La obsesión de López Obrador para demostrar que su estrategia de no combatir al crimen organizado y resolver la violencia mediante programas sociales para atacar las causas que la producen, ha resultado en un monumental fracaso. No fue por un problema de diagnóstico, porque efectivamente la pobreza es caldo de cultivo para el reclutamiento de las organizaciones delincuenciales, sino de ingenuidad. Atacar las raíces del problema sin acompañarlas de incentivos para que abandonen las actividades criminales, es desconocer por completo la naturaleza del narcotráfico, que es un negocio.
Públicamente, el Presidente se mantiene firme en su estrategia y reta a quien lo critica de que la mantendrá, aunque se burlen de él. En una parte tiene razón. Su frase de “abrazos, no balazos”, que usa para definir lo que está haciendo para reducir la violencia, se ha vuelto objeto de risa y ha servido para ridiculizarlo. En privado, la falta de una autocrítica verdadera sobre el desastre de su estrategia, combinada con su obsesión narcisista de que necesita bajar los números de homicidios dolosos para que no sea comparado con sus antecesores, lo ha llevado a tomar decisiones excepcionales.
Se sabe que el Presidente dio instrucciones para contratar los servicios de consultores y expertos externos para que le digan qué hacer y reducir la tasa de homicidios dolosos para el resto de su sexenio. Las órdenes para buscar quién le resuelva el problema han provocado sorpresa entre sus colaboradores, por pensar que afuera encontrará, a estas alturas del sexenio, quien pueda resolver el fenómeno de la violencia, descartando completamente al gabinete de seguridad, que por la experiencia, es corresponsable directo del fracaso. Ya no habrá tiempo para revertir nada.
La seguridad pública es el peor evaluado en los rubros de actuación del gobierno. El 63 por ciento tiene una opinión negativa sobre la forma como lo ha hecho el gobierno de López Obrador, que es el porcentaje de desaprobación más alto del sexenio. La mala evaluación que tienen los mexicanos del manejo de la seguridad pública ha tenido un incremento constante desde diciembre del año pasado, en cuyo periodo ha perdido 12 puntos porcentuales. La opinión positiva sobre su manejo cayó 18 puntos, de 40 a 22 por ciento.
Estos números no significan que antes de diciembre estaba mejor evaluado. De hecho, en diciembre hubo un ligero rebote favorable al Presidente, pero fue efímero. En abril del año pasado, la opinión negativa sobre su manejo llegó a 67 por ciento. No se necesita ser un conservador, un neoliberal o un mago para entender la dinámica. Basta ver las noticias, donde diariamente se reportan asesinatos, masacres, feminicidios, abusos de los militares y nada de contención ni combate a criminales.
La prueba se dio el domingo. Los datos reportados por las fiscalías del país, dados a conocer por el propio gobierno federal, revelaron el sexto día más violento del sexenio, y en sólo nueve estados, poco menos de una tercera parte del país, no se registró ningún homicidio doloso. Las entidades más violentas fueron Estado de México (16), Guanajuato (15), Michoacán (11), Jalisco (8), Puebla y Chihuahua (7 cada uno). La realidad en las calles mexicanas agota y anula el discurso de López Obrador sobre la violencia de pasados presidentes, y cierra sus márgenes de maniobra.