Teresa Vázquez Mata. Cuando por algún motivo, los sueños quedan suspendidos en el tiempo, podemos regresar a ellos. La fuerza, con que aún laten, nos permite materializarlos. Y así, Teresa Vázquez Mata volvió a incursionar en la literatura, rencontrando un talento que guardó y solo necesitaba creerse. Hoy Tere -en el Taller de Escritura Creativa, dirigido por Miguel Barroso Hernández-, convierte en personajes a todo ser viviente que muestre, a través de su historia, una buena dosis de reflexión.
Afortunados desengaños
Fabio es un hombre de mediana edad a quien, diariamente, se le ve caminar por el parque, frente a su casa, en una de las colonias más respetables en la Ciudad de México. ¡Disfruta como nadie! Lo delata el brillo en los ojos y la paz en ese rostro, de finas facciones, que muestra su ascendencia europea; de la cual, siempre se sintió orgulloso.
En ocasiones, compra helado del carrito, un mango con chile o el pan calientito en la pastelería de la esquina. Pero ya no le gritan como antes: “¡Don Fabio, estoy sacando cuernos en este momento! ¿Cuántos va a llevar?” Ahora sólo lo divisamos, desde lejos, disfrutando al colibrí que liba la flor o alguna de las pinturas del artista callejero. El aroma a hierba silvestre y la sensación de los esquites en el paladar: le emocionan tanto como el buqué de un Brunello di Montalcino: su vino favorito.
La interacción con las personas se limita a esa escueta -aunque amable- inclinación de cabeza y, luego, vuelve al ensimismamiento. ¿Por qué ama la soledad? –cuestionan los vecinos– ¿No le gustaría estar casado o vivir con alguien?
En otra época, Fabio hubiera respondido contundentemente sin perder la serenidad; pero ahora sólo ha de contestar con esa sonrisa característica. Como La Mona Lisa, nunca sabrán qué está pensando y por qué sonríe a la soledad.
Quienes tuvimos la suerte de contar entre sus amigos íntimos, sabemos la verdadera razón de tal elección…
Años atrás, cuando era joven, Fabio se sentía merecedor de todo, creyendo que la tragedia jamás lo tocaría. Pensó tener lo necesario para triunfar y ser feliz. Contaba con belleza física, carisma, inteligencia, solvencia económica y hasta un Mustang. ¿Qué más se podía pedir? La gente quería estar cerca del magnetismo que hacía voltear a los transeúntes para mirarlo. ¿Ego y arrogancia? Sí, de eso también tenía mucho.
… Y súbitamente, en el elevador de aquel edificio, se desmayó abriendo los ojos dentro de una ambulancia.
“¡Fabio, tienes leucemia!”
Al diagnóstico fatal, sobrevinieron dos tortuosos años de quimioterapias, trasplante de médula y pérdida de cuanto se vanagloriaba. Su belleza quedó en las fotos, su dinero en los hospitales… ¿y la gente? ¿Esos muchos que se decían amigos, los socios, el club de fans, los empresarios que le querían en sus filas…? ¿Dónde estuvieron?
El cáncer quedó atrás, pero aún late el miedo a sentirse abandonado.
Fabio, no solo libró una terrible enfermedad, también se liberó de lo superfluo. Supo transmutar el dolor y convertirse en ese ser solitario capaz de descubrir los pequeños instantes maravillosos que, otros, nunca disfrutarán.