Carlos Ravelo Galindo, afirma:
Con pausa o sin ella. Pero la cultura por delante.
Una precisión:
El conferenciante precisó que las palabras que la historia ha recogido de Hidalgo, fueron textualmente:
“Caballeros, somos perdidos, aquí no hay más remedio que ir a agarrar gachupines”.
De este hecho se sabe muy poco, aunque en las crónicas del siglo XIX se consignan las frases “Viva Fernando VII, Viva nuestra Señora de Guadalupe y Muera el mal gobierno”.
Si las analizamos, parece difícil saber cuál era el mal gobierno, si el de José Bonaparte o si era la corrupción en el gobierno virreinal y los abusos que habían cometido contra toda la sociedad.
Lo que queda claro es que no tenían tintes independentistas y que nunca pudo haberse proferido nuestro tradicional “Viva México”,
Nos entramos más cuando la historiadora doña Norma Vázquez Alanís nos habla, escribe, y bien, de los sucesos europeos que antecedieron a la independencia de México.
Y sin pausas.
Un recuento puntual y pormenorizado de la situación de Europa y América en la segunda mitad del siglo XVIII y el primer cuarto del XIX, y de su importancia en los acontecimientos de la historia de México, fue expuesto por el maestro Alfonso Miranda Márquez en la conferencia ‘La independencia de México’, con la que el Centro de Estudios de Historia de México (CEHM) concluyó uno de sus ciclos de actividades de difusión cultural.
A lo largo de este tiempo, en España se vivieron hechos verdaderamente trascendentales que revolucionarían no solamente el devenir del imperio, sino del mundo entero y, en parte, como consecuencia para Nueva España este fue un tiempo de cambios profundos, quizá marcados por la agitación constante que terminaría por fraguar el ser mexicano, señaló Miranda Márquez, historiador y maestro en arte.
Hacia los dos últimos años del XVIII la producción agropecuaria, minera y el comercio internacional novohispano experimentaron un gran desarrollo, gracias a que entre 1765 y 1796 la Corona española eliminó las discutidas prohibiciones comerciales entre los territorios americanos.
Ello abrió nuevos puertos y quebró algunos de los monopolios de estos estancos, que habían establecido un control férreo por parte de la Corona.
A la vez, los precios del azogue y del mercurio se redujeron y repuntó el desarrollo de las técnicas de extracción en la minería, lo cual fue un detonante de prosperidad quizá nunca visto en épocas virreinales anteriores, pero se complicó el escenario con tintes sociales.
Comentó el ponente que el crecimiento desmesurado de los impuestos provocó un enriquecimiento también sin parangón de la Real Hacienda, y en forma paralela se presentó un escenario de hambrunas y epidemias.
De ahí surgió una apremiante necesidad de transformar las haciendas por medio de mejoras tecnológicas y los nuevos empresarios agrícolas impusieron un control sobre los mercados regionales, con lo que también se agudizaron algunos efectos de crisis.
Cuando se empezó a explotar la gran veta de la mina de La Valenciana (Guanajuato) parecía que eso traería pujanza, pero las sangrías eran notables y por otro lado había un estancamiento de los salarios de los mineros, mientras que los precios subían de manera cotidiana.
Los gremios se vieron también afectados ante la abolición de ciertos privilegios, ya que la libertad de producción no benefició a estos pequeños artesanos, sino a los comerciantes y empresarios que pagaban muy poco por las mercancías y las vendían a precios inaccesibles.
Así, los bolsillos de esos terratenientes mineros y comerciantes se desbordaban y la mayoría de la población en no podía siquiera satisfacer necesidades básicas.
Situación política de Europa y América
Por otra parte, políticamente las cosas no iban bien, sobre todo en España, y hay que conocer primero la situación allá para después entender el correlato novohispano, apuntó el historiador, quien analizó el panorama político en la Europa de finales del siglo XVIII.
Dijo que, en Europa, la muerte de Carlos III prácticamente marcó el inicio de la decadencia de España, pues su sucesor Carlos IV, que inició su reinado en 1788, tuvo una fuerza en espiral hacia abajo, y como si hubiera sido un presagio, la intensa actividad política de años anteriores quedó prácticamente congelada.
El rey mostraba tan notable desinterés en asuntos de política, que se granjeó el mote popular que pasó a la historia como “El cazador”.
Durante 1789 se desencadenó en Europa uno de los movimientos políticos de mayor calado, que traería consecuencias no solamente de fractura y desestabilización, sino de un hondo peso que hasta el siglo XXI sigue dando consecuencias y en constante redefinición; “estamos hablando -dijo Miranda Márquez- de la Revolución Francesa”.
Esta suerte de acontecimientos conllevó una transformación radical en el discurso de los pueblos modernos, la famosa toma de La Bastilla el 14 de julio de 1789, la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano –“hoy tendríamos que decir del ser humano y del ciudadano”, puntualizó- en agosto de 1789, y la Constitución de Francia en febrero de 1791, fue una triada puntual que finalmente cambiaria el discurso de Occidente por completo.
Ante estos hechos, Carlos IV apoyó decididamente a la familia real francesa, pues mantenía con ella una estrecha relación tanto sanguínea como política.
“Hay que recordar, agregó el maestro Miranda Márquez (director cultural del Museo Soumaya), que el cambio dinástico de la casa borbónica ya estaba bien asentado; cuando Luis XVI fue capturado, el primer ministro español José Moñino y Redondo, conde de Floridablanca, envió a la Asamblea francesa, inaugurada en octubre de 1791, una nota en tono bastante agresivo en la que dejaba ver que si no se protegía a la familia del monarca, se llegaría a una intervención”.
Esto inmediatamente llevó a un cierre de fronteras para evitar los inminentes “contagios” de estas ideas francamente liberales y para septiembre de 1789 se mandaron decomisar estampas, libros, papeles impresos o manuscritos “alusivos” a las ocurrencias de Francia y el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición hacia la evaluación porque era el mejor instrumento legal y formal para encargarse de ello.
Continuó su exposición el conferenciante señalando que un atentado contra Carlos IV en julio de 1790, cuando un joven francés avecindado en España lo apuñaló por la espalda, aunque no logró su cometido, encendió las luces de alarma en la Corte ante la idea de una revolución.
El paso siguiente fue la represión y el 24 de febrero de 1791 se prohibió la publicación en todo el reino de periódicos no oficiales, un hecho categórico que trajo por supuesto consecuencias para todos los virreinatos y posesiones de ultramar, además de que se decretó la salida de extranjeros que no tuvieran la residencia española.
A su vez, la Asamblea Francesa reclamó las disposiciones de Floridablanca y pidió su destitución, que logró en febrero de 1792.
Su sustituto, Pedro Pablo Abarca de Bolea, conde de Aranda, ejerció una política más conciliatoria y prudente, pero los asaltos a las Tullerías en julio y agosto, así como la suspensión provisional del rey por la Asamblea, plantearon inminentemente una estrategia de guerra contra Francia.
En este ambiente de agitación se anunció algo inaudito, la abolición de la monarquía y posteriormente la petición formal a España del reconocimiento de la República Francesa, ante lo que el conde de Aranda adoptó una actitud dubitativa; entonces Carlos IV lo relevó en noviembre de 1792 y puso en su lugar a un personaje clave, Manuel Godoy, cuyo nombramiento molestó a más de uno. Sin embargo, los esfuerzos e incluso algunos sobornos españoles no pudieron evitar que la convención condenara a Luis XVI a la guillotina el 21 de enero de 1793.
El 23 de marzo de ese año, España se sintió obligada a declarar la guerra a la República Francesa y se organizaron tres ejércitos que invadirían ese país; estas acciones militares no beneficiaron en nada a los españoles, los franceses entraron en los territorios fronterizos y Godoy tuvo que negociar la llamada Paz de Basilea y a cambio de la desocupación España cedió la parte española de Santo Domingo.
Irónicamente, fue debido a estos tratados que a Godoy se le llamó “el príncipe de la paz”, explicó el maestro Miranda Márquez.
Poco después se firmó un acuerdo ofensivo-defensivo entre España y Francia, que entraría en vigor sólo si alguno de estos dos países se enemistaba bélicamente con Gran Bretaña, y aunque el 7 de octubre de 1796 España declaró la guerra a los ingleses, el tratado no se respetó y Napoleón Bonaparte, ya al mando del gobierno francés, priorizó acciones para ganar territorios en Europa meridional.
Contexto de la independencia: de Godoy y Napoleón, a Miguel Hidalgo
El historiador y maestro en Arte Alfonso Miranda Márquez, presentó un mural narrativo de la situación en Europa y América previa al movimiento independentista de la Nueva España, durante la conferencia ‘La independencia de México’ con que el Centro de Estudios de Historia de México (CEHM) concluyó un ciclo más de difusión cultural.
Su charla abarcó desde los conflictos en que se vio inmersa la corona española a finales del siglo XVIII, hasta que Miguel Hidalgo pronunció en Nueva España unas frases que, a su juicio, no tenían tintes independentistas.
Miranda Márquez expuso que, una vez que el primer ministro español Manuel Godoy negoció la paz de Basilea en marzo de 1793, Napoleón decidió vender la Luisiana a los estadounidenses.
Y en poco tiempo, Godoy arrastró a España a una guerra más, ahora contra Portugal, aliado de Gran Bretaña; la campaña estuvo a cargo del propio Godoy y el resultado fue una victoria, ya que los portugueses tuvieron que cerrar sus puertos a Inglaterra.
Un año después, una nueva contienda puso a temblar a España, que además ahora estaba obligada a pagarle a Gran Bretaña seis millones de libras mensuales a cambio de que la Luisiana se mantuviera neutral para con Nueva España. Sin embargo, este humillante compromiso de nada sirvió porque Inglaterra continuó atacando a los barcos españoles y Carlos IV creía ineludible iniciar una cruzada más contra los ingleses, explicó Miranda Márquez, quien es director cultural del Museo Soumaya.
Todos estos conflictos bélicos fueron financiadas por los virreinatos de ultramar y la corte española estaba ya cansada de una continua política entreguista a Francia, entonces la debilidad del reino se vio amenazada por una conspiración que pretendía darle el trono al hijo de Carlos IV.
Ante la denuncia pública, se siguió un proceso en el que Fernando, el príncipe de Asturias, resultó culpable, pero Godoy, temeroso de que fuese cierto el rumor de que Napoleón apoyaría al hijo del emperador español, decidió que se le absolviera pues no quería provocar aún mayor inestabilidad y atentar contra sus propios intereses.
El 27 de octubre de 1807 se firmó el tratado de Fontainebleau por el cual España se comprometió a dar paso libre a las tropas francesas, y en pocos días 50 mil soldados entraron en territorio español; a partir de febrero de 1808 comenzó a ocupar sin mayores dificultades varias plazas españolas, en marzo Napoleón nombró a su cuñado Joaquín Murat jefe de los ejércitos franceses y el número de soldados aumentó a cien mil.
Al percibir la gravedad del problema en que ya estaba inmerso, Godoy propició la salida de la familia real a Sevilla, pero el pueblo descubrió la huida del monarca y lo retuvo en Aranjuez.
Ante la revuelta (1808), Carlos IV abdicó en favor de Fernando, pronto se arrepintió de la renuncia e incluso escribió una carta a Napoleón donde le pedía ayuda para atacar a su propio hijo.
Mientras los invasores franceses ocupaban España, el pueblo apoyaba al príncipe como su rey, y pese a que el soberano había firmado un manifiesto en el que declaraba nula su abdicación, la política española buscaba que Francia reconociera la legitimidad de Fernando VII.
Napoleón fingió que se reconciliaría con Carlos IV, en uno de los procesos políticos napoleónicos más importantes y que tuvo repercusiones cabales para con los virreinatos de ultramar, por lo que Fernando VII buscó la forma de entrevistarse con Napoleón y en cuanto cruzó la frontera se le prohibió regresar a España y fue obligado a abdicar en favor de su padre, quien al poco tiempo desistió del trono en beneficio de Napoleón, el que a su vez lo cedió a su hermano José Bonaparte, de suerte que toda la familia española terminó viviendo a la fuerza en la ciudad francesa de Bayona, refirió el historiador Miranda Márquez.
Los sucesos de 1808 marcaron la caída definitiva del imperio español y, por supuesto, Nueva España no fue ajena a la vorágine, porque además para sostener tantas guerras se seguían sangrando las arcas de las haciendas virreinales y en definitiva había un resentimiento creciente, sobre todo de una elite política y social que veía cómo, a pesar de la bonanza económica, la pobreza seguía en aumento y el flujo de dinero enviado a España continuaba siendo cada vez más cuantioso.
La situación en el virreinato. En el escenario novohispano, dijo el historiador Miranda Márquez, prácticamente todos los sectores estaban ya muy cansados, pues mientras el Estado se enriquecía con las medidas impositivas en aumento, que afectaron principalmente a comerciantes, mineros, comunidades indígenas, artesanos y terratenientes, todo ese dinero terminaba yéndose a España y los territorios novohispanos se descapitalizaron.
Consideró el ponente que para poder entender qué pasaba y por qué era inminente una sublevación en territorios novohispanos, es necesario revisar la actuación de los seis virreyes que gobernaron en Nueva España durante el reinado de Carlos IV.
En los albores del siglo XIX hubo intentos de rebelión por parte de indígenas en Nayarit, Durango, Guanajuato, Jalisco y Sonora, pues el descontento de la población iba en aumento, de manera que todos los sectores de la sociedad buscaban liberarse del yugo Borbón.
Este conjunto de situaciones despertó una inquietud en los criollos por asir las cuerdas de su propio destino, los ideales de la Revolución Francesa ya habían sido importados a estas tierras y todos los novohispanos ilustrados eran nacionalistas y estaban conscientes de que, tras los acontecimientos de Bayona, no existía un legítimo soberano español, era un invasor quien ceñía la corona.
Esto llevó a la conspiración de Valladolid, un movimiento clandestino que tenía como fin organizar una Junta Nacional Gubernativa y establecer un gobierno americano, pero diez personas delataron a los conspiradores por lo que hubo muchos detenidos.
En esta junta se encontraban Mariano Abasolo, Ignacio Allende, y es muy debatida la participación de Agustín de Iturbide.
El movimiento independentista. Uno de los procesos más famosos de la historia de México indudablemente fue la conspiración secreta de Querétaro, entre cuyos miembros predominaban los criollos; comentó el historiador que no está del todo claro si su inicio fue parte de la de Valladolid o si fue realmente un movimiento autónomo, así como tampoco es tan evidente el propósito de las reuniones, aunque al parecer querían crear una junta de gobierno en Nueva España.
Entre sus miembros más importantes se encontraban doña Josefa, esposa del corregidor de Querétaro, Miguel Domínguez, ambos personajes muy queridos que organizaban academias literarias o tertulias en las que se discutía de política, de teatro y de poesía.
También destacaron Ignacio Allende y Juan Aldama.
El cura Miguel Hidalgo y Costilla no fue uno de los primeros conspiradores, Allende lo invitó a participar y el trato con la gente que tenía, así como su gran poder de persuasión, lo convirtieron en líder.
Hidalgo, cuya imagen que conocemos no corresponde a la que fue relatada en la época, “era un hombre estrafalario, pues vestía túnica morada con cinturón rojo y el sombrero de ala ancha con plumas”, llegó a viajar a España de donde trajo libros de la ilustración.
Estaba a su cargo el curato de Dolores. El movimiento estaba preparado para el 21 de diciembre de 1810, pero Mariano Galván, trabajador de la oficina de correos de Querétaro, los acusó y el 13 de septiembre unos soldados también los denunciaron ante el intendente de la provincia, Juan Antonio Riaño, quien no conocía la participación de los corregidores y les reveló sus planes; el aviso de doña Josefa alertó a Allende y éste se reunió en Dolores con Aldama e Hidalgo, quien propuso adelantar la lucha armada.
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