José Antonio López Sosa
Lo que vimos el viernes en la conferencia matutina del presidente López Obrador no tiene precedentes, me refiero a la violación a la LEY FEDERAL DE TRANSPARENCIA Y ACCESO A LA INFORMACIÓN PÚBLICAy a la LEY FEDERAL DE PROTECCIÓN DE DATOS PERSONALES EN POSESIÓN DE LOS PARTICULARES.
Publicar las percepciones de un ciudadano que no labora en la administración pública representa un incumplimiento al artículo 10 de la Ley de Protección de Datos y, pretender hacer una solicitud de información a través del INAI (Plataforma de Transparencia) al SAT para conocer los ingresos de un particular, vulnera la Ley de Transparencia en materia de información reservada.
La ira del presidente otra vez lo rebasó, el pretender descalificar al periodista -en este caso Carlos Loret- que publicó el reportaje de la casa de su hijo en Houston, logró dos cosas: en primer lugar confirmar el hostigamiento constante del presidente hacia la prensa y en segundo, victimizar y hacer un héroe al periodista, a pesar de sus terribles yerros en el pasado, como fue el caso de Florance Cassez, muy bien narrado y documentado por mi colega Pablo Reinah en su libro «El Caso Florence Cassez. Mi Testimonio».
El hecho fue más allá del periodista, se trata de un reflejo del verdadero López Obrador que ante falta de argumentos y/o documentos, es capaz de violentar la legislación vigente para eirgirse en juez, jurado y verdugo, convirtiendo una conferencia de prensa en una tribuna popular, donde lo que obtiene es polarizar aún más el país.
El presidente apuesta por sus seguidores transformados en creyentes, aquellos que lo miran en una condición casi teológica y son capaces de justificar todo lo que él haga, incluso cuando se trate de conductas que no obedecen a la democracia que tanto pregona. Lo que hizo el viernes el presidente nada tiene que ver con la democracia en el ejercicio del poder, menos aún con el derecho de réplica que invoca cada que insulta y descalifica periodistas.
López Obrador estira la liga al máximo, se pone al extremo y así pone a sus empleados y seguidores que aún tienen un poco de consciencia política y democrática.
Quien justifique de una u otra forma lo que el presidente hizo el viernes, definitivamente no tiene una condición de democracia. Ahí está la teoría para quienes insistan en asisitir a convenciones teóricas de la política y la democracia.
El tema no es defender a Carlos Loret de Mola, lo medular es que el presidente en turno deje de usar el poder presidencial para exhibir, denostar e insultar a todo aquel que piensa distinto.
Que si no fue investigación de Loret sino datos que los poderes fácticos dieron a Latinus, que si es Claudio X González, que si hay mano negra detrás del periodista, puede ser lo que sea, sin embargo es deleznable querer golpear al mensajero. Si no quiere ser «golpeado» por sus opositores, que el presidente cuide las formas y los fondos, que no caigan sus hijos en conflicto de interés y que no de motivos precisamente para que exhiban los excesos de su familia vinculados al poder político. Esa es la cuestión de fondo.
Hay quienes se suben al tren con una cara dura en verdad patológica, como la solidaridad con Loret de Felipe Calderón cuando trató hasta el final de sacar del espectro periodístico a Carmen Aristegui; de Margarita Zavala que estaba más preocupada porque no la veían en la reunión de twitter que por sumarse a la causa, en fin, así hay muchos que aprovechan el momento, aunque a su modo fueron igual de ofensivos contra la prensa en sus momentos de poder.
Allá en el año 2005 muchos consideramos una canallada lo que Vicente Fox le hizo a Andrés Manuel López Obrador con el desafuero, un abuso de poder. Hoy hay que señalar otra canallada, ahora del presidente López Obrador, ya en el poder, contra un ciudadano al exhibir sus datos personales porque no le gustó lo que como periodista, el ciudadano publicó con relación a la mansión de la esposa de su hijo.
Seguimos viviendo tiempos canallas.