- La Vicerrectora de la IBERO participó en el panel ‘Desafíos y perspectivas de la evaluación docente en educación superior en el contexto actual’
- La actividad formó parte del ‘VIII Coloquio RIIED IBERO CDMX. La evaluación docente: desafíos actuales, aproximaciones, experiencias y modelos’
Pedro Rendón/ICM
Los informantes (estudiantes), los instrumentos y los usos, son los tres principales desafíos de una evaluación de la docencia orientada a la mejora, consideró la Mtra. Sylvia Schmelkes del Valle, vicerrectora académica de la Universidad Iberoamericana Ciudad de México, al participar en el panel Desafíos y perspectivas de la evaluación docente en educación superior en el contexto actual.
En esta actividad del VIII Coloquio RIIED IBERO CDMX. La evaluación docente: desafíos actuales, aproximaciones, experiencias y modelos explicó que, en relación con los informantes, éstos en la educación superior normalmente son los estudiantes, al responder encuestas de opinión que, si bien en general son confiables, estas evaluaciones a veces pueden resultar afectadas cuando los alumnos/as reaccionan de manera más emocional que racional por las calificaciones que obtuvieron en un curso o clase.
Por otra parte, para que en verdad sea equitativa la evaluación, todo el estudiantado debería responderla, de tal manera que todos los maestros/as puedan ser retroalimentados. “Pero hacerlo obligatorio puede también provocar respuestas poco pensadas, más emocionales que racionales”.
Es por eso que la maestra opinó que es mejor triangular, que no se dependa sólo de los instrumentos aplicados al alumnado, y la autoevaluación es quizás el instrumento al que se debe dar mayor valor, aunque hay que desarrollar una cultura de la autocrítica, y esperar que eso funcione debidamente.
La evaluación de pares es algo que amerita ser trabajado más a fondo, pero lo ideal para la Vicerrectora sigue siendo la observación en aula, que al ser la más objetiva, hay que privilegiarla, probablemente al principio de manera voluntaria, de tal manera que se vaya ampliando poco a poco. Y ahora que se cuenta con métodos poco obstrusivos para hacer estas observaciones, sería mejor que fueran pares los que las hicieran.
En relación con los instrumentos, a Schmelkes le parece que todavía no se tienen suficientemente desarrolladas la teoría, ni la metodología para asegurar que los instrumentos son los idóneos, es decir, que midan lo que en verdad importa.
Los instrumentos, para los alumnos y los jefes directos, son instrumentos de opinión, que entre sus limitaciones tienen el no poderse estar cambiando con frecuencia, y esto tiene como efecto que se aprende para la prueba, o sea, que se aprende qué es lo que se pregunta, y entonces hacia allá se puede orientar un poco la práctica docente. Lo mejor, al ser medidas más objetivas, son la observación en aula, la evaluación de las planeaciones, de las evaluaciones que hacen los docentes y posiblemente de los materiales que se utilizan para la docencia.
Desde luego se requieren buenas rúbricas -donde se tiene todavía un desafío instrumental importante a desarrollar-, que fundamentalmente se trata de que los instrumentos sean capaces de dar cuenta de la enorme diversidad de la docencia, “y este asunto me parece que no está resuelto”.
Respecto a los usos, lo que se espera es retroalimentación, capacitación, coecheo, tutoría o cualquier insumo que permita mejorar la práctica docente. “Pero no podemos ignorar, y este es el dilema al que nos estamos enfrentando ahora, que en casos extremos hay necesidad de tomar decisiones”, lo que muchas veces distorsiona el uso para la formación.
En respuesta a ¿cuáles son los retos que enfrentamos para la instalación de una cultura de la evaluación docente que impulse el desarrollo de los actores involucrados?, la Vicerrectora de la IBERO dijo que un primer problema es que una evaluación es un juicio de valor sobre la persona, sobre su práctica o su conducta, y eso causa ansiedad.
Otro problema es que la evaluación se asocia a la competencia, a cómo salió una persona en comparación con las demás, y como alguien siempre será mejor evaluado que los otros; eso también genera ansiedad.
Lo tercero es que tiene consecuencias, que entre más fuertes son, más difícil es crear una cultura de la evaluación. Por lo que ,“la única manera de lograr desarrollar una cultura de la evaluación es demostrando que la evaluación sirve para mejorar y para crecer y para desarrollarse profesionalmente”.
Por eso es esencial que haya respuestas inmediatas a las evaluaciones, en la forma de retroalimentación y apoyo de formación de cualquier tipo, para que haya la sensación de que sirve para algo “y que sirve para mí, o sea, me hace crecer a mí”.
El gran desafío de lo anterior es responder a las características específicas de cada docente en su contexto de práctica, porque ambos son heterogéneos. Pero justo por esta diversidad funcionan tan poco los cursos, porque son una respuesta homogénea a una realidad diversa. Ciertamente los cursos sirven cuando las deficiencias son disciplinarias; no así cuando son de práctica docente, o sea, de motivación, para mantener la atención, para lograr la participación activa y crítica de los estudiantes, para propiciar el aprendizaje colaborativo o para ser inclusivos.
“En el caso de la IBERO, lo que queremos es transversalizar temas como género, interculturalidad y sustentabilidad. Para esas cosas lo que sirven no son los cursos, son otras cosas, son comunidades de aprendizaje, es el modelaje, es la observación en aula comentada, es el acompañamiento a los procesos de planeación, de evaluación y el uso de las evaluaciones en aula”.
En cuanto a la cultura de la evaluación, señaló que ésta se logra cuando se llega a entender como una parte cosustantiva al desarrollo profesional y al mejoramiento docente. Es una cosa parecida a la evaluación formativa en aula, que cuando se usa bien, no se distingue entre la enseñanza y los procesos de evaluación. “Lo mismo tendría que ser con la evaluación docente, que no se distinga del desarrollo profesional, que forme parte de un mismo proceso; eso con los profesores”.
Pero con los estudiantes -que son los informantes- es más difícil, porque tienen que ver que gracias a la evaluación que hacen de las y los profesores se mejora la docencia, lo cual no es ni inmediato ni fácil.
Entonces es necesario que los alumnos/as hagan un paralelismo con sus evaluaciones para reflexionar que, si no hubiera evaluaciones, sobre todo de naturaleza formativa, no podrían mejorar su desempeño. Haciendo esa reflexión paralela pueden llegar a entender la importancia de la evaluación que ellos hacen de sus docentes.
Y el dilema de las consecuencias, presente en la construcción de la cultura de la evaluación, “podría resolverse si las consecuencias positivas se derivan de la demostración de que la evaluación sirve para crecer y mejorar”.
Sobre ¿cuáles serían las recomendaciones para instaurar y consolidar un modelo propio de evaluación de la docencia en instituciones de educación superior? Schmelkes externó que, a su parecer, el modelo tiene que ser propio, sólo en la medida que es capaz de evaluar lo que para la institución es importante y único -lo que puede diferir entre institución e institución-.
Por ejemplo, en la IBERO en este momento es importante que el estudiantado: desarrolle un conocimiento crítico de la realidad y un compromiso con su transformación; tenga un compromiso con la promoción de la equidad de género; repudie toda forma de violencia y discriminación; reconozca que hay múltiples culturas, conocimientos y formas de conocer, y se abra al diálogo intercultural; adquiera una conciencia ambiental y contribuya a parar la depredación de la Casa Común. Y, obvio, el modelo de evaluación debe responder a estas prioridades.
Hay diversas cosas que son comunes a las instituciones de educación superior, y varias de ellas están desarrollando formas de evaluar a sus docentes que son válidas, confiables, efectivas y de las cuales se tiene mucho que aprender. Y justamente un evento como el VIII Coloquio RIIED IBERO CDMX “nos ayuda a conocer lo que hay, a discutir lo que hay y enriquecer lo que cada uno de nosotros hace”; y también ayuda a fortalecer los planteamientos detrás de cada aporte, fundamentalmente epistemológicos.
Y, como en todo, “hace falta responder a lo propio, pero nunca de manera aislada, nunca sin recurrir a los avances teóricos, metodológicos, instrumentales, de la ciencia evaluativa, que deben ser afines a los de la ciencia de la educación, y no sin reconocer la existencia de modelos en plural, de los cuales todos podemos y debemos enriquecernos”.
Por último, acerca de ¿cuáles son las enseñanzas que nos ha dejado la pandemia en torno a la evaluación docente?, la maestra respondió que se aprendió que se deben evaluar otras cosas de la práctica docente cuando las clases son a distancia o híbridas, muchas de las cuales sirven también para las clases presenciales y no se habían tomado en cuenta. Se aprendió que lo que sucede en las clases a distancia se podría y tendría que evaluar en las presenciales “ahora que estamos regresando”, por ejemplo, el uso de la tecnología o las ventajas del aula invertida.
Ante la necesidad de ir y venir de la distancia a la presencia conforme convenga a la materia y sus actividades, también se debe evaluar la capacidad de hacer clases híbridas, que tienen otro tipo de demandas y de retos. Y también está el nuevo reto de las clases que tienen simultáneamente gente en la presencialidad y a la distancia, lo que requiere de habilidades docentes diferentes y novedosas; “y esas cosas tendríamos que aprender a evaluarlas”.
Preocupada por atender la diversidad que siempre ha estado, pero que ahora con la pandemia creció y generó una enorme variedad de aprendizajes por la posibilidad o no que tuvieron los estudiantes de un mismo salón de clases de conectarse, de tener apoyo en casa o de tener contacto con sus docentes, la Vicerrectora dijo que ahora habría que evaluar la capacidad de los docentes de resolver con metodologías inclusivas esta diversidad.
A la vez, se descubrió la importancia de la relación con la familia, por lo que en el contexto específico de cada escuela habría que evaluar la capacidad de mantener esta relación con la familia, junto con un adecuado equilibrio entre distancia y presencia que, dependiendo de la tecnología, se puede ir estableciendo.
Y ahora que es más evidente el querer una escuela que sea un sitio amable, acogedor, respetuoso, seguro, libre de discriminaciones y de burlas, se debe evaluar si esto se va logrando. “La importancia de evaluar esto es usar lo que aprendemos para la mejora de la práctica docente, de tal manera que aprovechemos la pandemia para una nueva era educativa, y la evaluación como un instrumento privilegiado para hacerlo”.
El panel
En el en el panel Desafíos y perspectivas de la evaluación docente en educación superior en el contexto actual también tomaron parte: Jesús Jornet Meliá, Universitat de València (España); Benilde García Cabrero, Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM); José Salazar Ascencio, Universidad de la Frontera (Chile); y como moderador, Javier Loredo Enríquez, Universidad Iberoamericana Ciudad de México.