- El Dr. Juan Carlos Hurtado, psicoterapeuta de la Clínica de Bienestar Universitario de la IBERO, habla de por qué su partida provoca dolor en los seres humanos
Muchas cosas han cambiado en la vida de las personas con la pandemia de COVID-19. El confinamiento obligado, para quienes sus condiciones les facultan quedarse en casa, les ha permitido, entre otras cosas, recuperar la interacción con sus familiares durante su permanencia en el hogar.
Y así como en el trato cotidiano 24×7 se han recuperado, fortalecido y estrechado las relaciones con la pareja, los padres, los hermanos o con quien se comparta el techo, el encierro también ha acercado más todavía a las personas a sus mascotas, trátese de perros, gatos o de cualquier otra especie animal.
En estos 15 meses de confinamiento lamentablemente hay quienes han sufrido la pérdida de un ser humano querido, a causa del COVID, otra enfermedad o hecho. Y también hay quienes han perdido a aquella mascota que les acompañaba, echada a sus pies, en sus horas de trabajo o de escuela; y la que, a muchos, cada día les daba el pretexto perfecto para romper el encierro, aunque sólo fuera por unos minutos, durante los cuales se le sacaba a pasear en las inmediaciones del domicilio particular.
Ahora bien, ¿es permisible sentir aflicción por la muerte de esa mascota?; el Dr. Juan Carlos Hurtado Vega, psicoterapeuta de la Clínica de Bienestar Universitario de la Universidad Iberoamericana Ciudad de México, sostiene que quienes han tenido una mascota saben lo doloroso que resulta la muerte de un animal cuya presencia constante e incondicional hizo de él un compañero de vida.
Explicó que las emociones, agradables y desagradables, son una experiencia humana y, por lo tanto, todas son válidas, sea que se manifiesten por personas o por mascotas, pues con estas últimas igualmente se crean vínculos afectivos.
Por eso, resulta normal y aceptable que el dueño/a de una mascota experimente sentimientos de pérdida y dolor ante el fallecimiento de aquel animal con el que compartió tiempo, escenarios y eventos. Animal que, tratándose de un perro, se convirtió para algunos también en el cómplice silencioso que se terminaba la comida que no le gustaba a su persona.
Como ocurre con los decesos de personas queridas, que dejan un vacío en sus deudos, la muerte de una mascota también pone a su dueño en duelo, cuya intensidad dependerá de las experiencias que vivieron juntos, los recuerdos depositados en la memoria del humano y el tiempo que dedicó al cuidado de su ‘animalito’.
La dueña/o de la mascota que se durmió entrará, en su duelo psicológico, “en un proceso emocional de elaboración de la pérdida”, que puede separarse en etapas, en las que sentirá melancolía, añoranza, negación o hasta enojo. Incluso podría atravesar una etapa de negociación, en la que asuma que perdió a su mascota querida porque a cambio va a tener otras relaciones significativas con otros animales.
Esas etapas no son lineales, es decir, no necesariamente una sigue a la otra, pues a veces una persona puede estar en negación, luego sentir enojo y después volver a caer en negación. Lo que sí sucederá es que se vivirán todas las etapas del proceso y, con el paso del tiempo, se reconectará afectivamente con la vida, lo que ayudará a superar el duelo.
Durante ese proceso habrá quienes piensen y digan que no desean volver a tener otra mascota, lo que depende de cada persona, con base en la calidad de los vínculos establecidos con su animal, que son particulares, específicos e irrepetibles.
Entonces, cuándo se podría sustituir a un animalito por otro, “eso solamente lo puede decidir la persona que ha tenido la pérdida”, es decir, sería tan respetable que decidiera no sustituirlo, como si decidiera hacerlo.
Lo anterior también depende mucho de qué tan dolida quede la persona. Sin embargo, hay decisiones que se toman en un momento del proceso de duelo, por ejemplo, de enojo, donde la persona decida que ya no tendrá más mascotas, pero en otro momento del duelo, como el de aceptación, podría reconsiderar esa decisión.
Hurtado Vega comentó, por otra parte, que desgraciadamente hay ocasiones en que por cuestiones médicas debe contemplarse terminar con la vida de una mascota para acabar con su sufrimiento físico, producto de una enfermedad incurable o su propia vejez, que le acarrearon pérdida de sus facultades y de su calidad de vida.
Si bien cabe esperar que sea el veterinario quien con base en sus conocimientos médicos y en virtud de ellos sugiera cuándo la eutanasia será lo mejor para el animal, es el dueño de la mascota quien deberá tomar la decisión, que le conllevará asimilar la noticia y determinar, sin apresuramientos, en qué momento está preparado para dormir a su mascota, con el fin de evitarle más sufrimiento al animal.
Sabido es que algunas personas afrontan la pérdida de un ser humano querido recurriendo a la ayuda de tanatólogos profesionales, pero, ¿es esto válido cuando la que fallece es la mascota? El académico de la IBERO, universidad jesuita de la Ciudad de México, reconoce que resultaría contracultural, porque no se acostumbra; mas no sería perjudicial.