EN LAS NUBES. Cuando llegaron los halcones

Carlos Ravelo Galindo, afirma:

Aprovecho el sábado para platicarles de cuando llegaron los halcones a matar estudiantes, un jueves de corpus.

Nosotros, que lo hemos vivido y acabamos de releer lo que dicen los “medios”, aprovechamos la coyuntura para compartir esta versión histórica de quienes la tiene aún presente.

Pero antes una acotación gramatical de un experto.

“Estimado amigo: creo que lo que dijo don Fernández de Lizardi de su maestro, no era humorismo, sino la noticia de que ya entonces había ese problema igual que hasta nuestros días, pues muchos de quienes escriben, aunque hayan pasado por una escuela o inclusive por una universidad, no saben usar correctamente los signos de puntuación.

Algunos de los cuales fueron introducidos hace 500 años por el culto impresor Aldo Manuzio en los libros que hacía en Venecia, antes de que fueran «inventados» los académicos de la lengua y cuando apenas había, en español, la incipiente gramática de Antonio de Nebrija.

El tema de las comas y puntos (ya no hablemos de la sintaxis) ciertamente no es fácil. Cuando escribo pongo los signos donde creo que van, pero si luego modifico el párrafo o agrego más texto, es casi seguro que hay que cambiarlos de lugar o suprimirlos.

Eso me acaba de pasar ahora mismo en este comentario, que espero tenga las comas en su lugar”.

Nos dice también nuestro colega, maestro, filólogo y poeta periodista lo que fue un Jueves de Corpus. José Antonio Aspiros Villagómez nos los escribe y, además, Doña Tere Gurza lo describe, con esplendor

Un 10 de junio, hace cincuenta años, durante el régimen del casi centenario Luis Echeverría Álvarez, cuando los llamados halcones, agredieron a los estudiantes del politécnico.

“Este 10 de junio se cumplirán 50 años de que una marcha de estudiantes por calles de la Ciudad de México fue disuelta por paramilitares identificados como “los halcones”, con saldo de 42 muertos según uno de los organizadores de la manifestación, o 22 al decir de uno de los investigadores.

Habían pasado apenas 20 meses desde la matanza de estudiantes también, en la Plaza de las Tres Culturas dentro del conjunto habitacional de Tlatelolco (1968), cuando se produjo la de 1971 en un día que coincidió con la celebración religiosa del Jueves de Corpus.

En su muy documentada obra Tragicomedia mexicana (Planeta, 1992), el escritor guerrerense José Agustín dice que aquellos sucesos significaron una “carambola de varias bandas” para el entonces presidente Luis Echeverría Álvarez (LEA), hoy de 99 años.

Esto es, “frenó toda protesta estudiantil con la bandera disuasiva de otro Tlatelolco”, pidió la derogación de una ley orgánica para la Universidad Autónoma de Nuevo León que había provocado manifestaciones y paros de los alumnos; con ello la consecuente renuncia del gobernador Eduardo Elizondo que “no le simpatizaba” al mandatario, y después del ataque del 10 de junio en la Ciudad de México contra quienes apoyaban ya a destiempo a los neoleoneses, se deshizo, al pedirle la renuncia, del “presidenciable muy incómodo” Alfonso Martínez Domínguez, jefe del Departamento del Distrito Federal, en una de cuyas dependencias, el Metro, estaban en la nómina los “halcones” desde el sexenio anterior. También fue renunciado el jefe de la policía capitalina Rogelio Flores Curiel, a quien antes de ese Jueves de Corpus le habían quitado el mando y por ello nada tuvo que ver.

Según el autor de libros sobre la política en México, Roderick Ai Camp, a juzgar por lo que le dijeron “la mayoría de los observadores” a quienes consultó, Martínez Domínguez habría dimitido como “resultado también de luchas de poder internas en el círculo gobernante”, esto es, había sido heredado a LEA por su antecesor Gustavo Díaz Ordaz. ((Biografías de políticos mexicanos 1935-1985, FCE, 1992).

De acuerdo con José Agustín, “Halconso” Martínez Domínguez -como se le apodó desde entonces- reveló a Proceso que ese 10 de junio LEA lo “encerró” en Los Pinos “con el pretexto de discutir el aprovisionamiento de agua de la ciudad” y sólo se enteró bien de los acontecimientos cuando salió de ahí, pero “vio a Echeverría dar órdenes telefónicas de que la represión fuese dura y de que se quemaran o enterraran los cadáveres”.

Por su parte, el propio presidente dijo en su primer informe de gobierno que había instruido a la Procuraduría General de la República para que investigara, deslindara responsabilidades y se castigara a los responsables, lo cual no ocurrió. Y luego, en una visita a la Universidad Juárez de Durango, aseguró que se había tratado de una agresión “en contra del gobierno”, según relata en su libro Operación 10 de junio (versión electrónica, Fundación Rafael Preciado Hernández, 2012), el ya desaparecido periodista y político de oposición Gerardo Medina Valdés, autor también del primer reportaje sin censura acerca del 2 de octubre, publicado en la revista La Nación (del PAN) 13 días después de ese hecho criminal.

Aquel 10 de junio de 1971 presentó asimismo su renuncia el subsecretario de Radiodifusión y director de Notimex y Radio México, Enrique Herrera Bruquetas, luego de discutir con el presidente Echeverría y negarse a “realizar una emisión en cadena nacional para decir que la manifestación estudiantil de ese día era obra de los emisarios del pasado y los agentes de la CIA que estaban disparando, por lo que había sido necesario reprimirla”. “La conversación se volvió áspera, pues el Ejecutivo repetía la orden, que cerró con una frase contundente: El presidente de la República soy yo, no usted” (Paula Carrizosa, “Echeverría ordenó rematar en hospital a heridos el jueves de Corpus, acusan”, La Jornada, 24 jun 2011).

Al participar en la presentación del libro de Joel Ortega, 10 de junio,¡ganamos la calle! (Ediciones de Educación y Cultura, 2011), en la Universidad Autónoma de Puebla, Herrera mencionó además las instrucciones del mandatario: “vayan al (hospital) Rubén Leñero y rematen a los estudiantes”. Sin embargo, la prisión domiciliaria que le fue impuesta a LEA en 2006, aunque pronto se le declaró no culpable, fue por lo del 2 de octubre de 1968, no por lo de1971.

Uno de los personajes más conocidos por los sucesos de 1968, el ingeniero Heberto Castillo, se había opuesto a la marcha estudiantil del 10 de junio de 1971 porque “podía convertirse en una trampa”, según un artículo que publicó en El Universal. Y en su libro Si te agarran te van a matar (Océano, 1985), menciona una larga charla que tuvo con Martínez Domínguez (y este le pidió no revelarla), quien a punto de las lágrimas le narró cómo y por qué había fraguado todo Echeverría, y a él lo había “tratado como un trapo sucio” y “arrojado a la basura” al usarlo para sus propósitos y luego despedirlo.

Hace una década, el ya citado Joel Ortega dijo a Jorge Ramos, también de El Universal, que ese día hubo 42 muertos, mientras que Ignacio Carrillo Prieto, titular de la fiscalía creada por Vicente Fox para investigar los hechos de 1968 y 1971, aseguró que según las indagatorias habían sido 22. Algunas versiones que leímos, mencionan una generalidad: “cientos”.

Ortega le dijo también al entrevistador, que antes de la marcha se había discutido “la posibilidad de no salir”, pero él era partidario de que sí lo hicieran, y en el camino se toparon tres veces con vallas de granaderos que trataron inútilmente de disuadirlos porque era “muy peligroso, pues había rumores de grupos armados que iban a actuar (en) contra” de ellos, pero los estudiantes insistieron y les fue franqueado el paso… hasta que aparecieron los “halcones” gritando “Che, Che Guevara” y los atacaron con kendos y luego empezaron los disparos, que fueron repelidos por “algunos (manifestantes) armados que eran el embrión de la Liga 23 de Septiembre y probablemente dispararon, (pues) cayeron también halcones”.

Así, los rescoldos del 68 no fueron apagados con aquel cruento ataque de 1971; más bien se reavivaron con el surgimiento de la guerrilla -un producto de aquellos años de represión en diversos países- y con la persecución que emprendió el gobierno contra esos opositores y que está muy documentada en el libro La guerra sucia, del extrañado colega Carlos Borbolla, basado en sus reportajes de 2002 para Excélsior con los que mereció el Premio México de Periodismo”.

Y más sobre la fecha aciaga nos describe la escritora doña Teresa Gurza.

“Al mediodía del 10 de junio de 1971 estrené tenis y pants blancos porque iría a mi primera clase de yoga cerca de casa de mis papás y puse ropa en una maletita para cambiarme porque era Jueves de Corpus, mi papá se llamaba Manuel y comeríamos en familia.

Tenía diez meses de divorciada y cinco como reportera del programa Hoy Domingo, de Jacobo Zabludovsky en el canal 2 de Telesistema Mexicano, hoy Televisa; era mi primer trabajo.

Vivía en Tlalpan y mis padres en Copilco-Chimalistac, así que tomé Insurgentes; en la UNAM, decenas de estudiantes pedían aventón.

Paré y cuatro se apretujaron en mi Volkswagen, iban a San Cosme; les dije que solo llegaría al monumento a Obregón y argumentaron que ahí sería más fácil conseguir transporte.

Eran de Economía, uno comentó que me había visto en televisión y le gustaban mis reportajes; les platiqué que había estudiado Historia en la Facultad de Filosofía, pero no terminé porque me casé.

“Entonces eres universitaria y tienes que ir a nuestra marcha y servirá para que informes que somos muchos” agregó; el resto coreó, ´no somos uno no somos cien, prensa vendida cuéntanos bien´.

Su entusiasmo, y mis ansias de novillera por la noticia, lograron cambiar mis planes y seguimos camino.

Era la primera manifestación después del 68, se decía que en apoyo a estudiantes de Monterrey porque una ley amenazaba la recién conquistada autonomía de la universidad de Nuevo León, y sería encabezada por líderes del movimiento y Marcué Pardiñas que, “si huele lío, se escabulle”.

No conocía bien la zona y como quería irme pronto, estacioné el coche en una calle de la que pensé podría salir fácilmente, creo que era la Amado Nervo; ellos corrieron a unirse al contingente.

Había bastante gente, pancartas, mantas, porras a la UNAM y el Politécnico y gritos de júbilo por haber vuelto a marchar y contra el presidente Echeverría, camiones de granaderos y tanques como del Ejército, pero azules.

Entre la multitud estaba una compañera que me preguntó si Raúl Hernández -jefe de información de 24 Horas, el otro noticiero de Zabludovsky- me había mandado a cubrir la manifestación; no, le dije, solo vine a ver… “¿traes tu credencial?” no, no pensaba venir… “uy, si te detiene la policía, diles ´halcón o gacela´ y que trabajas con Jacobo…”

“No es gacela, es Perseo”, terció una colega de Novedades y no alcanzamos a hablar más; las perdí de vista, porque pasaditas las cinco de la tarde empezó una corredera y la marcha se abrió al llegar unos camiones grises y otros sin puertas, de los que saltaron tipos en playera y peluqueados como soldados que, con palos largos color bambú, empezaron de la nada a golpear estudiantes.

Se oían muchos balazos, algunos muchachos cayeron, otros tropezaban con el alto escalón del camellón de la calzada México-Tacuba.

Varias personas nos refugiamos en una zapatería; el encargado bajó la cortina y ayudamos a poner detrás, sillas y cajas que decían alpargatas españolas y que, aunque ahora me parezca increíble, se me antojó probarme.

Un señor dijo que los palos daban toques y se usaban para controlar vacas, los demás permanecimos mudos; como a la media hora llamaron por teléfono al encargado, que abrió una puertita y nos corrió.

Seguí a gente que entraba a un edificio de tres o cuatro pisos con balconcitos, subimos las escaleras y llegamos a una azotea con jaulas para tender ropa.

Un fotógrafo advirtió que debía irme, porque había francotiradores y mis pants eran un blanco que pondría a todos en peligro; volví a las escaleras, oí jaleo, toqué en un departamento y una viejita entreabrió la puerta para que entrara.

Me prestó su teléfono, ni soñar entonces con celulares, y llamé al licenciado Zabludovsky; le hice una reseña de lo que había visto, me pidió que no me expusiera y cuando hubiera calma, fuera a Telesistema.

Esperé bastante rato, sentí que la señora y su marido, que a cada rato se asomaba al balcón, temían que continuara ahí y bajé aterrada.

Todavía no obscurecía, había poquísima gente y algunos charcos de sangre a los que hombres de los tanques azul marino les echaban un grueso polvo anaranjado, como ladrillo molido.

Quedé pasmada viendo; se acercó un policía y un señor alto me tomó del brazo y dijo quedito ¨salga de aquí¨.

Me asusté más, pero al notar que traía una veladora con forro de la Virgen de Guadalupe, confié y le dije que quería buscar mi coche.

Me acompañó hasta encontrarlo con el cofre abierto, dos vidrios rotos, sin llanta de refacción ni maletita; se oían tiros y muchas sirenas de ambulancias.

Intenté echarlo a andar, pero no pude; el señor que ya se iba, regresó, lo prendió, lo manejó, dijo que al parecer los agresores habían sido entrenados por el militar Casiano Bello -Director de Limpia y Transportes del Departamento del Distrito Federal- y se bajó cerca de la Lotería Nacional tras preguntarme si ya me orientaba.

He lamentado siempre no haberle preguntado ni su nombre, tampoco le di el mío, tal vez por estar impactada de que ahí estuviera todo tranquilo; como si nada.

En la oficina de Zabludovsky estaban Miguel Alemán que era director de noticieros y Emilio Azcárraga; los tres preocupados y ansiosos por conocer pormenores.

Jacobo apuntaba, Azcárraga entraba y salía, Alemán me informó que los tanques azules eran antimotines y otros reporteros que fueron llegando, aportaron sus versiones.

Zabludovsky se fue a entrevistar a Echeverría y yo a mi casa por la calzada de Tlalpan, por miedo a pasar por Ciudad Universitaria.

De todo eso han transcurrido cincuenta años y ni el presidente que ordenó reprimir a miles y asesinar a decenas de estudiantes, ni los ejecutores, han recibido el castigo que merecen”.

Y el ex presidente, agregamos nosotros, va a cumplir en dos años un siglo de vida.

craveloygalindo@gmail.com